En América Latina, el dólar estadounidense es muy conocido y se le usa como moneda diaria, de referencia o ahorro. Es visto con aprecio y aceptación un “Ben”, que es como se le llama coloquialmente en Estados Unidos al billete de cien dólares; y ese apodo hace referencia al hombre que se encuentra en el anverso del billete: Benjamin Franklin.
El Ben es el billete de mayor denominación en EE.UU. y cuenta en su diseño una parte de la historia de la guerra por la independencia de ese país. Al tomar un Ben en nuestras manos, en el anverso vemos a Benjamin Franklin, uno de los “Padres Fundadores” de EE.UU. (prócer de la independencia se le llamaría en América Latina) y en el reverso, está la imagen del edificio Independence Hall y que se encuentra en Filadelfia, EE.UU.
Ese edificio, que suele aparecer en alguna película estadounidense, es conocido por ser el lugar en el que se debatió y adoptó la Declaración de Independencia estadounidense el 4 de julio de 1776. Benjamin Franklin es uno de los autores de esa declaración de independencia, que marca “un antes” y “un después” en el mundo y los derechos humanos como se conocen.
Cuando se hizo esa declaración, la gente común no tenía derechos claros y eran gobernados por reyes y emperadores absolutos que daban los derechos que se le antojaban al pueblo. De pronto, en las llamadas 13 colonias (británicas) un grupo de personas declaró que los hombres tenían derechos por si mismos y que tenían el derecho a rebelarse si sus derechos no eran respetados por los gobernantes.
Esa declaración también decía que todos los hombres eran iguales y tenían derechos que no se les podían quitar, que eran otorgados por Dios, siendo estos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Se acababa para los gobernantes con el “derecho divino a gobernar como le plazca”. Lo más “hereje” para quienes ostentaban el poder es que se declaraba que el pueblo tenía el derecho de elegir a sus gobernantes, que su poder venía del consentimiento de los gobernados. Eso sería el origen de la democracia y la alternabilidad en el poder.
Si en el siglo XXI estos principios aún siguen siendo novedosos y una utopía en muchas partes del globo, ¿se imaginan lo que significó en el siglo XVIII?. Y por defender esos principios los habitantes de las entonces trece colonias británicas se fueron a la guerra contra Inglaterra, el imperio más poderoso de su tiempo. Y le ganaron. Les costó sangre, sudor, lágrimas y años de guerra, pero, ganaron el derecho a ser independientes y regir sus vidas. Y con ello cambiaron el mundo, ya que esos ideales permearon a través del globo y la historia.
Esa guerra la pelearon hombres, mujeres y niños. Jóvenes y ancianos. La gente común. Eran blancos, negros, mestizos, mulatos, nativo americanos y lo que hoy llamariamos “Brigadas internacionales” (en la forma de apoyo de los gobiernos de Francia y España).
No fue fácil e incluso significó rompimiento de familias y amistades. Algunos querían mantenerse leales al rey inglés y otros apoyaban la independencia (conocidos hoy como patriotas). El caso más conocido de un rompimiento familiar es el de Benjamin Franklin; previo a la revolución era un conocido inventor (pionero de la ciencia de la electricidad), político y científico. La revolución americana y su decisión de apoyar los ideales de la libertad le significó perder a su hijo, que eligió el lado británico y con el que nunca reparó la relación padre-hijo.
La guerra por la independencia de Estados Unidos no solo se peleó en los campos de batalla, sino, también, en el ámbito diplómatico y de espionaje. En ambas cosas, Benjamin Franklin jugó un papel destacado, siendo embajador ante Francia y uno de los dos jefes de la inteligencia americana en Europa. El otro fue John Adams, que sería el primer embajador ante lo que hoy son los Países Bajos. En esos países contarían con el apoyo de simpatizantes que ayudaron con dinero, armas, información y apoyo público.
La base del derecho a lo que hoy conocemos como libertad religiosa también se peleó en esa guerra. En esa época, en ningún lado estaba garantizada esa libertad y si no profesabas la religión apoyada por el Estado, podías estar sujeto a impuestos extras o no tener derecho a cargos públicos, si es que te dejaban vivir en ese lugar. George Washington estaba consciente de la importancia de la religión para sus tropas. En Filadelfia inclusó acudió alguna vez a misa para agradecer el apoyo de Francia y España (países católicos) y hubieron católicos en las tropas americanas. También miembros de la pequeña comunidad judía en las colonias americanas financiaron, pelearon y murieron en apoyo a la revolución americana.
En Filadelfia, en los antiguos cementerios del área histórica se pueden ver banderas de EE.UU.; cada bandera marca el lugar de reposo de quién ha sido identificado como patriota (alguien que peleó en batalla o aportó alimentos para las tropas, abrigo, armas, dinero, información u apoyo de otro tipo). En esa identificación son clave la asociación Hijas de la Revolución Americana (en inglés Daugthers of the American Revolution o DAR-), que agrupa, desde 1890, a las descendientes de los patriotas y son las dueñas de un edificio cercano a la Casa Blanca en Washington, D.C.; ese edificio es el único en el mundo propiedad exclusivamente de mujeres desde sus inicios www.dar.org.
Otra cosa interesante en Filadelfia es el gran templo masón de la ciudad; ahí está un punto en común entre la revolución americana y los movimientos de independencia en América Latina: Una enorme estatua de Benjamin Franklin, masón y que comparte eso con varios de los próceres latinoamericanos. Después de todo, la revolución americana y sus ideales de que el ser humano tiene el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, así como a elegir a sus gobernantes, inspiraría la revolución francesa. Y ambas revoluciones inspiraron los movimientos de independencia en América Latina.
*La autora es escritora y analista internacional de raíces holandesas y latinoamericanas. Uno de sus ancestros apoyó a la Revolución Americana y se le menciona en archivos de John Adams y Benjamin Franklin.
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