Los non fungible tokens (NFT) son una construcción digital única que registra, de forma indeleble, la autenticidad y la propiedad intelectual de cualquier pieza de arte digital. Emergieron como una alternativa para que los artistas protegieran su arte digital y que este no fuera falsificado, copiado o imitado, porque se registraría en una cadena de bloques o blockchain, es decir, en un registro único cuyo fin es preservar la información contenida.
La tecnología NFT nació en el 2009, a la par con el surgimiento de la criptomoneda más reputada de todas: el bitcoin. Este sistema descentralizado facilitaba transacciones sin la intermediación de un banco. Tanto los NFT como las criptomonedas descansan sobre la tecnología blockchain y su valor responde al interés de la demanda. Por ello, solo se ofrece una cantidad limitada de productos digitales, a fin de generar expectativa mediante una estrategia de exclusividad.
Estos productos incluyen memes, piezas gráficas y animadas, tuits y cualquier otra forma de arte digital o criptoarte. En el 2017, las piezas NFT tenían un valor cercano a los US$ 60, pero, en la actualidad, algunas se cotizan en varios millones de dólares. Un ejemplo clásico es el de Mike Winkelmann, alias Beeple, quien vendió su criptoarte por 69.3 millones de euros. Ahora bien, el concepto de “arte” puede ser cuestionado.
Cabe resaltar que tanto los bitcoins como los NFT se incluyen en la categoría de criptodivisas. La diferencia radica en que los primeros tienen un mismo valor, mientras que los segundos tienen un valor de pieza de colección, por lo que su precio fluctúa según las tendencias y la demanda.
Claramente, existen indicios altamente especulativos sobre esta oferta y burbuja digital. Sin embargo, el caso de los NFT trasciende al ámbito de las transacciones especulativas. Ahora la comunidad artística se ha pronunciado respecto a sus consecuencias ambientales.
La huella de carbono de los NFT
La creación de criptomonedas como ethereum demandan ingentes cantidades de energía para alimentar a las supercomputadoras, cuya función es mantener el sistema operando. Para ilustrar su impacto, se emplea la huella de carbono (HdC), la cual es una estimación de todo el CO2 que se genera desde la fase de creación hasta el consumo de un producto o servicio.
En el caso de los NFT, no existen estudios técnicos específicos sobre su HdC. Sin embargo, Digiconomist, una plataforma online que analiza las externalidades negativas del mundo digital, calcula que la HdC de una sola transacción de ethereum es de 37.29 kg de CO2, equivalente a 82 648 transacciones Visa o a la HdC generada por 36 hogares en un día.
¿Cómo afectan los NFT al medioambiente?
Actualmente, los NFT emiten millones de toneladas de CO2 como resultado de cada transacción de compra y venta mediante el uso de criptomonedas, lo que aumenta el conocido efecto invernadero. Se calcula que algunos NFT pueden contaminar lo equivalente a la electricidad que utiliza una persona en casa durante dos meses.
Debido a que una gran mayoría de creadores de NFT usan la criptomoneda de ethereum, se estima que su consumo energético anual asciende a 31 teravatios por hora de electricidad. Para ponerlo en perspectiva, esta cantidad equivale al consumo energético total de Nigeria, el país más poblado de África.
El problema medioambiental subyace en la progresiva demanda por criptoarte. En consecuencia, tanto los compradores como los vendedores de NFT son corresponsables por el consumo total de la energía de ethereum, lo que ha gatillado ácidos cuestionamientos a la actividad.
Un caso icónico fue el de la criptoartista francesa Joanie Lemercier. En el 2021 decidió cancelar la venta de seis de sus obras al enterarse de que, en el transcurso de solo diez segundos, se consumiría un volumen energético equivalente a la electricidad que ella necesitaría para abastecer su estudio de arte durante dos años.
Finalmente, los NFT son el resultado de un mercado ávido de diferenciación y alimentado por la fiebre de la moda. Sin embargo, valdría cuestionarse si constituye una verdadera necesidad en el escenario actual que afronta el sector energético.
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