Durante su gestión al frente de la Casa Blanca entre 2017 y 2021 el exmandatario republicano Donald Trump aceleró el enfrentamiento económico y comercial de los Estados Unidos con China. Esta disputa tuvo también un capítulo político derivado de la pandemia del coronavirus que incluyó acusaciones de dirigentes norteamericanos sobre el supuesto origen de la enfermedad en la ciudad de Whuan, capital de la provincia china de Hubei, la que provocó hasta hoy entre seis y siete millones de muertes en todo el mundo.
Conocida públicamente la cercanía política entre Vladimir Putin y Donald Trump cabe preguntarse si el dictador ruso habría iniciado la guerra contra Ucrania en el caso de que el expresidente estadounidense hubiera logrado obtener su segundo mandato presidencial. Es un interrogante que seguramente se hizo en algún momento el presidente de China, Xi Jinping, quien hasta hoy ha venido demostrando una gran prudencia en la posición diplomática de su país frente a la contienda. China integra el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y observa con sigilo las fuertes críticas que caen sobre el organismo internacional por los escasos resultados logrados para detener la masacre del pueblo ucraniano. Sabe que su posición política es clave para derrumbar el orden global surgido a partir la derrota de la Alemania nazi a mediados de 1945.
No es fácil encontrar en las bibliotecas estudios profundos sobre la reacción del gobierno de China frente a los sucesos de noviembre y diciembre de 1989 que marcaron el principio del fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Desde la presidencia de Mao Tse-Tung (1949-1959) China tuvo nueve jefes de estado hasta hoy.
A fines del año pasado el gobierno de Xi Jinping difundió un documento elaborado por el Consejo Estatal con el título: “China: democracia que funciona”. Pocas semanas antes de su publicación, el líder chino había repetido en distintas apariciones públicas su particular visión política sobre el tema. Expresó que “la democracia no es un adorno que se usa como decoración; se usa para resolver problemas que el pueblo quiere solucionar”.
Existe un cuarto jugador de enorme peso en el tablero global a la hora de analizar las consecuencias políticas, económicas y comerciales derivadas de la guerra en Ucrania. La república de la India, la mayor democracia (parlamentaria y federal) del mundo con sus 1.400 millones de habitantes. En una columna recientemente publicada en la revista Foreign Affairs, Shivshankar Menon, exasesor de Seguridad Nacional entre 2010 y 2014 de la India, plantea el agudo dilema que enfrenta su país frente a la invasión lanzada por Putin.
Menon, que fue embajador de su país en China entre 2000 y 2003, sostiene que “Estados Unidos es un socio esencial e indispensable en la modernización de la India, pero Rusia sigue siendo un socio importante por razones geopolíticas y militares. Mientras que Rusia está dispuesta a desarrollar conjuntamente y producir tecnologías de defensa sensibles como el llamado misil BrahMos (Brahmaputra y Moscú) y compartir submarinos nucleares con India, América del Norte y Europa brindan a India acceso a tecnologías avanzadas, mercados y sistemas financieros y educativos que Rusia no puede igualar”.
Por su parte, el académico de la Universidad de Tufts, Michael Beckley, sostiene que cuando las potencias en ascenso se han enfrentado a una desaceleración económica o a un cerco estratégico se vuelven mucho más agresivas. Esta afirmación podría aplicarse tanto para Putin como para el presidente de China, Xi Jinping.
Y ambos líderes, de 69 y 68 años respectivamente, libran una guerra silenciosa desde el inicio del milenio contra los Estados Unidos: es la contienda para tratar de demostrar que el sistema democrático de gobierno está enfrentando una decadencia muy difícil de revertir antes del inicio de la próxima década cuando ambos jefes de estado alcancen los 80 años de edad.
Desde su llegada al poder hace poco más de dos décadas, Putin desmanteló en forma creciente las instituciones democráticas de su país, tiñiendo de justa sospecha la transparencia de las elecciones presidenciales. A ello se suma el asesinato y el encarcelamiento de dirigentes opositores. Los medios de comunicación independientes ya no existen, y los pocos que siguen en pie son burdos aparatos de propaganda y divulgación de fake news. Ya no tiene relevancia el debate por la caracterización política del gobierno de Putin. Populismo autoritario, fascismo imperialista, dictadura de derecha y otras tantas calificaciones más, sólo sirven para acentuar el desprecio del líder del Kremlin por la libertad.
Con el advenimiento de la era digital y su exponencial desarrollo de la última década pasamos de una democracia de la opinión pública expresada a través de una libertad de prensa garantizada por los tribunales, a la democracia de la emoción donde lo que fluye cada vez más rápido es la evangelización precoz de los sentimientos, los cuales son juzgados por los anónimos magistrados del bien y del mal, quienes ocultos detrás de la toga del anonimato, dictan miles de sentencias diarias inapelables de apenas un centenar de caracteres. Tanto en China como en Rusia el cerrojo sobre las redes sociales y las distintas plataformas tecnológicas se hizo cada vez más fuerte en los últimos años. La facilidad de la difusión de las fake news renueva la importancia de una información independiente y veraz, elemento fundamental de los regímenes republicanos de gobierno.
Adam Ratzlaff y Emma Woods publicaron días atrás un trabajo en el think tank Global Americans en el que destacan que “entre 2005 y 2021 los bancos chinos prestaron más de 136.800 millones de dólares estadounidenses a América Latina. El comercio chino con la región se ha multiplicado por 26 en los últimos 20 años, y los expertos esperan que se duplique para 2035″. Son cifras que hablan por sí solas y encierran la grave tentación del dinero fácil que afecta la transparencia y la libre competencia corporativa.
En este sentido, la IX Cumbre de las Américas que tendrá lugar el próximo mes de junio en Los Ángeles bajo el lema, “construir un futuro sostenible, resiliente y equitativo”, deberá demostrar que el sistema republicano es el único garante del progreso social en libertad frente a los cantos de sirena populistas y autoritarios que emergen bajo el auspicio de China y de Rusia.
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