Esta crisis, como todas las anteriores, perfila una dinámica que fortalece a ciertos agentes económicos y políticos; y que debilita y/o margina a otros. Estamos ahora nuevamente en un escenario donde los agentes debilitados logran organizarse mínimamente para movilizarse por sus reclamos. Pero esta movilización no sigue un protocolo ni una jerarquía: es policéfala, policéntrica, políglota. Por supuesto, esta complejidad permite que el vandalismo, el oportunismo, y la informalidad añadan su cuota de ruido.
Esto se agrava si se va descubriendo en Palacio de Gobierno que la crisis identificada no tiene solución a esta altura. Este gobierno, al igual que los anteriores que han enfrentado situaciones similares, ve difícil cómo ubicarse de manera justa entre tantos actores para atender los reclamos de unos sin perjudicar a otros mientras mantiene el orden y revela a los oportunistas. Y si el gobierno viese alguna luz de cómo aprovechar la crisis para tomar decisiones creativas y audaces que logren cambios estructurales; las instituciones de nuestra democracia tienen un diseño tal que la inercia o el business-as-usual termina siendo la respuesta preferida: ver la crisis, desacreditar los reclamos, aplicar represión, y esperar que todo se calme por agotamiento; después de todo, los reclamantes tienen que volver algún día a su trabajo y dejar las pistas. Ni se dio solución real, ni el gobierno ganó legitimidad, y se sigue deteriorando la gobernabilidad.
La actual situación presenta problemas técnicos y problemas adaptativos. Los técnicos se podrán superar de contar con equipos calificados y experimentados. Los adaptativos son un reto pues el conocimiento acumulado no basta, el gobierno y los demás implicados van aprendiendo conforme se desarrolla. En ese sentido, el primer rol del gobierno es armar equipos en ambas dimensiones. El equipo técnico debe hacer cálculos, pronósticos, evaluar riesgos, y encontrar equilibrios que no permitan afectar el bienestar de las personas. Debe plantear medidas no necesariamente permanentes y utilizar las herramientas que las instituciones actuales le otorguen. El equipo adaptativo debe acercarse al perjudicado, entenderlo, no adelantar juicios, solidarizarse, crear mecanismos de protección, y de lo posible sufrir con él. El propio presidente debe encabezar el equipo adaptativo, y evitar encabezar el técnico.
Hay otras medidas a tomar que suponen mayor tiempo. Lo más saltante es ver si el sistema de apoyo a las poblaciones vulnerables es lo suficientemente flexible, solidario, menos burocrático. Esto requiere cambios progresivos en una serie de sectores. Por otro lado, el gobierno necesita mejor inteligencia para la gestión de conflictos. Debe fortalecer las instituciones que velan por la buena convivencia, respetar los reclamos, crear protocolos para que estos se lleven a cabo; y en paralelo, tener inteligencia para desactivar el vandalismo. Los reclamos son fuentes de información, hay que encauzarlos para mejorar las políticas públicas.
El Perú no ha tenido presidentes consecutivos con el mismo perfil. En cada campaña, los candidatos de segunda vuelta han oscilado entre el reformista y el moderado; pero sin importar quién gane, la deuda de cada promesa sigue aumentando. Esto no significa necesariamente engaño, pero sí falta de capacidad y de empatía. Esta crisis mutará y se calmará, pero dejando saldos sociales que volverán con otra intensidad y objetivos.
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