Un ruidoso silencio

Han pasado a un oscuro segundo plano políticas totalitarias que avanzan en nuestro hemisferio

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Rosario Murillo,Daniel Ortega, Nicolás Maduro
Rosario Murillo,Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel, asisten a la inauguración del cuarto mandato consecutivo de Ortega, en Managua, Nicaragua, el 10 de enero de 2022 (Reuters)

(El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos: Miles Davis, compositor USA)

Abatidos ante el genocidio ruso contra el pueblo ucraniano, han pasado a un oscuro segundo plano políticas totalitarias que avanzan en nuestro hemisferio con rapidez e impunidad garantizada por la comunidad de naciones y organismos multinacionales.

Se ha impuesto la ley del silencio, de la omerta, de no decir nada, de mirar debajo de la mesa, de escurrirse para no confrontar.

En Nicaragua, el dictador Ortega ha implantado un régimen de terror y no ha vacilado en ordenar que magistrados serviles encarcelen docenas de opositores, entre ellos candidatos presidenciales que tuvieron el valor de enfrentarlo.

Especial ha sido su cobarde ensañamiento contra la señora Cristiana Chamorro Barrios, condenada a ocho años de cárcel, al igual que sus dos hijos.

Su embajador en la OEA, Arturo Mac Fields, renunció recordando que Ortega carga sobre sus hombros 350 asesinatos,177 presos políticos y el éxodo de 170 mil compatriotas. “No hay partidos políticos independientes, no hay elecciones creíbles, no existe separación de poderes”, sostuvo indignado.

Ahora también ha dimitido el abogado norteamericano, Paul Reicher, célebre por defender exitosamente a Nicaragua ante la Corte Internacional de Justicia en el caso Irán-Contras, acusando a Ortega de asesinar al histórico comandante sandinista Hugo Torres, recluido en la inmunda cárcel “El Chipote”, de actuar “despiadadamente, ocasionando centenares de muertes trágicas” y de cerrar 113 ONG.

¿Terrible, no? Si. Pero también es terrible que de los 1400 cubanos detenidos por protestar pacíficamente el año pasado, 128 hayan sido sentenciados a penas entre 4 y 30 años de prisión, incluyendo adolescentes de 18 años.

Y no menos terrible es que en Venezuela el tirano Maduro mantenga encerrados 260 civiles y militares, la mayoría torturados infamemente como reportó la OEA y Naciones Unidas.

La pregunta es: ¿por qué las cancillerías del hemisferio mantienen relaciones diplomáticas de primer nivel con esas satrapías o callan ante la sistemática violación a los derechos humanos que cometen sus gobernantes? ¿No resulta evidente que esa política silente legitima las dictaduras y escarnece a sus víctimas?

Y una pregunta mayor: ¿por qué organismos de crédito como la CAF, el BID, Banco Mundial y FMI continúan facilitando empréstitos a esos regímenes o por qué algunos gobiernos democráticos entregan préstamos a largo plazo y bajos intereses sabiendo que, al hacerlo, fortalecen sus economías?

No enfrentar resueltamente a los dictadores los envalentona.

Lo vemos con Putin, que bombardea en Ucrania hospitales, escuelas, viviendas, fábricas y centros comerciales, sin importarle que esos actos sanguinarios se proyecten por televisión y redes sociales en todo el mundo.

¿Saben por qué no le interesa ocultar su demencial crueldad, que incluye matar niños y ancianos indefensos?

Porque a pesar de cometer un genocidio planificado hasta hoy Rusia mantiene su membresía en el Consejo de Seguridad, con derecho a veto, así como un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de ese organismo multinacional. Y, además, porque continúa proveyendo de aviones, helicópteros y artillería al mercado regional, franquicia que debe ser suprimida.

Vivimos, pues, un tiempo convulsionado, sin orden ni proyección cierta. No sólo abundan movimientos fundamentalistas que cometen crímenes de lesa humanidad, sino que esas prácticas se extienden a gobiernos dictatoriales. No hay sanciones; más bien resignada aceptación.

Ante esta realidad o se produce un cambio radical o el estruendo de las bombas nos harán despertar cuando sea muy tarde.

Por lo pronto, la masacre rusa en Ucrania ha tenido como efecto positivo que los gobiernos occidentales se compacten para organizar la resistencia.

Es un avance que debemos respaldar y que tiene que replicarse en Latinoamérica, donde las dictaduras tienen que reprimirse aplicando sanciones económicas y marginando a gobiernos infractores.

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