Madeleine Albright fue profética cuando en un artículo escrito para el New York Times el 23 de febrero de este año (24 horas antes de que Vladimir Putin tuviera aquella idea) afirmo que si Rusia invadía a Ucrania esto sería “una guerra sangrienta y catastrófica que drenaría a Rusia de recursos y le costaría muchas vidas al tiempo que crear un fuerte incentivo en Europa para sustituir el gas ruso por otro combustible”. Esto es precisamente lo que está ocurriendo.
Paradójicamente, sus decisiones como Secretaria de Estado de los Estados Unidos sentaron las bases para que se desatara el resentimiento de Vladimir Putin con Occidente. En efecto es Albright quien inicia la expansión de la OTAN hacia Europa Oriental haciendo activa campaña y logrando el ingreso de Polonia, la Republica Checa y Hungría a la alianza atlántica. Mientras tanto su rival intelectual Henry Kissinger le advertía al mundo que “es una mala idea expandir al OTAN”. En Rusia esta primera extensión fue vista con desagrado mas no preocupación. Pero cuando en el 2002 fueron invitadas a sumarse al tratado Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, Putin comenzó a urdir sus planes de guerra. En el 2017 ingreso Montenegro y en el 2020 Macedonia. Ya para entonces Putin había ocupado Crimea y claramente estaba ejecutando planes de ocupación de Ucrania. Todo esto nos lleva a dudar sobre cuán acertada fue la política de Albright.
Para los padres de la geopolítica como George Kennan y Henry Kissinger esas decisiones fueron muy equivocadas. Para su padre Intelectual ZbIgniew Brzezinski fueron fundamentales para construir un nuevo orden mundial. Tanto ella como Brzezinski apoyaron la declaración de Praga impulsada por Vaclac Havel en la que se lanza la idea de establecer una fecha para conmemorar los genocidios del comunismo. Ambos fueron liberales en lo que la política doméstica se refiere, pero halcones en materia de política exterior. Ambos habían nacido en dos naciones ocupadas por Rusia desde la Segunda Guerra Mundial.
Y de esas arenas viene los lodos que hoy confrontamos que según otros expertos era necesario que se materializaran para poner fin al espejismo del poderío ruso. Lamentablemente esta opción de manejo de la geopolítica se concreta en momentos en que la economía mundial esta convaleciente del COVID-19 y en que Occidente ha perdido el dominio manufacturero mundial que es el incuestionable pendón de Asia y muy particularmente de China.
Albright también será recordada por su posición ante el genocidio que perpetraban los serbios en el Kosovo. El bombardeo americano no solo puso fin a esa desgracia, sino que provocó la caída de Milosevic. Quizás Occidente termine sin otra opción que la encajonó a Albright. Pero en este caso esa opción sería la de establecer una zona sin vuelos sobre Ucrania para poner fin a esta tragedia.
En su libro “Lea mis broches” Albright indicaba que ella escogía los broches a llevar en cada ocasión no solo para resaltar su atuendo sino para advertirle a sus rivales cuando habría paz y cuándo habría guerra. Suponemos que en todos sus encuentros con Putin debió llevar broches guerreros porque hasta el final de sus días lo adversó de manera frontal.
Beatrice E. Rangel es Internacionalista; Maestría en desarrollo económico, integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos
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