La crisis de Ucrania: ¿aprendimos las lecciones de la historia?

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Un hombre se toma una
Un hombre se toma una pausa mientras abandona la localidad de Irpín, cerca de Kiev, Ucrania. 7 marzo 2022. REUTERS/Carlos Barría

La historia es aquella disciplina que busca la reconstrucción del pasado y el historiador aquel que debe comprenderlo para poder interpretar correctamente el presente. Claramente los principales actores europeos analizaron las lecciones del pasado y actuaron en consecuencia. Lo que significó el inicio de la segunda guerra mundial mediante la agresión de Alemania a Polonia en 1939, y el correspondiente involucramiento de Francia y Gran Bretaña en el conflicto, hoy mirado a la distancia parece un hecho heroico y lejano. Ningún estado decidió implicarse directamente en el conflicto para ir a la guerra contra Rusia por Ucrania.

La política internacional continúa siendo una lucha por el poder en términos de Hans Morgenthau, donde la guerra es un instrumento legítimo de la política para producir transformaciones en el entorno internacional anárquico, en el cual las organizaciones internacionales carecen de vitalidad suficiente para llevar a cabo en su interior un proceso político internacional capaz de restringir el accionar de las potencias y armonizar intereses contrapuestos. La invasión de Ucrania no sólo denota una desilusión más hacia el papel de la diplomacia sino la necesidad de refundar las instituciones internacionales. La irrupción por la fuerza de Rusia manifiesta la abdicación del poder político y su reemplazo por el poder militar, perdiéndose la relación psicológica de control propia de este poder y su sustitución en la práctica por la violencia física. En otras palabras, significa el fracaso de modificar las conductas humanas mediante un cambio en la mentalidad del adversario que lo lleve a ceder frente a la voluntad del oponente, ya que el objetivo político de la guerra no es necesariamente la aniquilación del enemigo, sino modificar su pensamiento. En este caso, nos referimos a que Ucrania desista de formar parte de la OTAN y se produzca un viraje de un actor de una esfera de influencia a otra, lo que significaría para Rusia una amenaza directa a su seguridad.

La amenaza del uso de armas nucleares ocupa un capítulo aparte. En los últimos días el presidente Putin le ordenó a sus fuerzas armadas que elevaran el estado de alerta de las capacidades de disuasión nuclear, generando tensión y preocupación en la comunidad internacional. Lo cierto es que este tipo de armamento puede ser un poder aprovechable en la medida que es utilizado contra otro actor que no puede reaccionar de la misma manera, por lo tanto la asimetría ayuda a su eficacia como elemento disuasivo, ya que Ucrania no posee este armamento para poder responder en los mismos términos. Pero para que la disuasión sea efectiva y evite la posible intervención de terceros en el conflicto, no debe mantenerse en secreto, debe ser comunicada explícitamente tal cual lo viene manifestando en las últimas semanas Rusia.

Sin embargo no todo parece perdido en un entorno anárquico donde la guerra es un instrumento legítimo al que se recurre para resolver las disputas de poder. En el creciente mundo interdependiente y transnacional, la instrumentación del poder militar como instancia para garantizar la seguridad del estado, puede tener resultados inciertos o no esperados habiendo otros medios que pueden ser más efectivos para lograr las metas planteadas mediante medidas económicas o el accionar en organismos internacionales, ya que los costos de recurrir al poder militar para garantizar seguridad en el mundo de hoy es alto, gravoso y poco sostenible en el tiempo.

En este sentido, las penalidades adoptadas recientemente por Estados Unidos y otros estados, que van desde medidas financieras como la eliminación de bancos rusos del SWIFT, hasta sanciones comerciales, tales como la restricción de insumos de alta tecnología y la prohibición de vuelos de naves rusas sobre territorio europeo, muestran una luz de esperanza en la comunidad internacional que intenta limitar el flagelo de la guerra en un mundo que se asemeja cada vez más al hobbesiano, en un estado permanente de inseguridad y de escasez de recursos. ¿Habremos aprendido las lecciones de la historia?

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