El mundo está presenciando en tiempo real la absurda y prefabricada guerra que la ambición de Putin bosquejó para dominar Ucrania con su costo de vidas inocentes, la multitud de refugiados que supera el millón, el heroísmo de los defensores y la actitud despiadada de los agresores. A los horrores cotidianos de la destrucción progresiva de una nación que después de mucho sufrimiento pasado, busca en libertad y según el modelo occidental modernidad y mejor calidad de vida, se suma ahora por primera vez en la historia, un componente de gran peligrosidad: el ataque a instalaciones nucleares.
Primero fue el bombardeo a la central de Zaporizhzhia, la mayor de Europa, que afortunadamente no comprometió ninguno de los 6 reactores nucleares que producen energía eléctrica para más de 4 millones de hogares. Hoy el centro de investigación nuclear de Jarkov.
Desde Hiroshima y Nagasaki, al comprender el mundo el horror causado por las explosiones nucleares, se instaló el “tabú” de no volver a usar jamás estas armas en conflictos armados. Aunque todavía los arsenales de 9 países cuentan con 12.715 de ellas, las armas nucleares fueron siempre consideradas como piezas centrales de la seguridad de los poseedores, pero en términos defensivos/ disuasivos y no ofensivos.
La primera gran pregunta es si ese “tabú” perderá su validez durante la guerra de Ucrania, habiendo los cinco poseedores legales de estas armas por el Tratado de No Proliferación Nuclear, Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido y China, firmado a principios de enero de este año un documento en el que reiteraban su compromiso de no-uso en la convicción de que en una guerra no hay ganadores y nunca debe ser librada. Hoy las amenazas de Rusia de aumentar la alerta de su arsenal, plantea un enfoque muy diferente.
Del mismo modo que con las armas nucleares, hasta ahora era impensable el ataque a una central nuclear. Las experiencias de los incidentes Chernobyl, 1986 en la misma Ucrania y luego en Fukushima, 2011 en Japón, desastres pero no -intencionales, dieron idea de las posibles consecuencias de tal ataque a un reactor nuclear y/o a las instalaciones auxiliares previstas para su buen funcionamiento. Putin sabe perfectamente que cualquier acción de ese tipo en Ucrania afectaría el lugar del hecho y además, la nube radioactiva podría contaminar Europa y la misma Rusia aunque actúa como si no le importara demasiado. Este redoblar la apuesta ha motivado una vez más una fuerte condena internacional.
Por eso, está fuera de toda duda que cualquier ataque a una instalación nuclear es un hecho incalificable que debe ser prevenido por todos los medios. También implica lato riesgo la toma de centrales nucleares por los invasores, haciéndose cargo de su dirección personal militar ruso, ajeno a los operadores ucranianos licenciados, que continúan en funciones bajo un comprensible stress. Eso está sucediendo en este momento en Zaporizhzhia, lo cual ha sido puesto de manifiesto por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), institución multilateral que vela por el uso pacífico de la energía nuclear y la no proliferación.
Las gestiones para prevenir nuevos ataques o tomas de instalaciones nucleares por fuerzas militares son arduas y se desarrollan al más alto nivel del liderazgo global. El OIEA ha emitido información precisa sobre la situación de las plantas nucleares en Ucrania. Existen propuestas de generar zonas de exclusión alrededor de las instalaciones de modo que no se vean afectadas por misiles o artillería. Este aspecto de la seguridad nuclear que en inglés se denomina “security” es totalmente inédito e inesperado. Antes de Ucrania, las acciones maliciosas a instalaciones nucleares eran imaginadas por perpetradores terroristas y no por un estado como Rusia, y a partir de ello se diseñaban los procedimientos de prevención y respuesta. Sin dudas, muchos cambios profundos vendrán a consecuencia de la guerra en Ucrania.
Para que la prevención de nuevos ataques sea efectiva, es necesario contar con el compromiso de no-ataque por parte de los líderes del más alto nivel. En este caso, esencialmente el de Putin, sin cuya aprobación estos hechos jamás hubieran sucedido.
Cabe preguntarse si será posible lograr este compromiso, toda vez que en las conversaciones previas en Bielorrusia la delegación rusa que le responde directamente, se comprometió a respetar corredores humanitarios para la población civil lo cual no fue cumplido. Así y todo, los máximos líderes mundiales, con la asistencia técnica del OIEA deben intentarlo.
Además del papel de los líderes de occidente, para una evolución del conflicto hacia menor irracionalidad, el presidente chino Xi Jinping, un tradicional socio de Putin que ha demostrado de varias maneras su disgusto por la invasión, puede y debería jugar un rol esencial. Tiene medios para influir positivamente sobre el líder ruso, en función de la dependencia ya existente. Además, China, con su Ruta de la Seda, ambiciona expansión global a través de proyectos de infraestructura y comercio, o sea por medios muy diferentes, al menos por ahora, de la dominación por la fuerza de las armas.
Si dudas la paz y la prosperidad de los países son más funcionales al proyecto de expansión global chino que una guerra con final abierto. En particular para su posicionamiento como proveedor de reactores nucleares los potenciales compradores deben creer en los múltiples y reales beneficios de la energía nuclear para fines pacíficos, en vez de salir despavoridos o perder su interés a consecuencia de una catástrofe en una central nuclear.
El mundo espera la acción mancomunada de los líderes mundiales para lograr cuanto menos la protección de las instalaciones nucleares ante un conflicto armados como el que se desarrolla en Ucrania.
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