Irán y Ucrania son parte de una reconfiguración de nuevos conflictos en Medio Oriente y América Latina

Mientras Rusia desafía la seguridad internacional invadiendo Ucrania, se negocia el acuerdo nuclear con Irán. De rubricarse, reconfigurará otro escenario de guerra híbrida con ingredientes convencionales

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Hassan Rouhani junto a Ebrahim Raisi (Reuters)
Hassan Rouhani junto a Ebrahim Raisi (Reuters)

Mientras Rusia desafía la seguridad internacional invadiendo Ucrania, se negocia el acuerdo nuclear con Irán. De rubricarse, reconfigurará otro escenario de guerra híbrida con ingredientes convencionales. Participan la misma troika que asiste a Putin en Medio Oriente y con efectos en América Latina.

Biden necesita el Acuerdo Nuclear con Irán porque lo cree un éxito político. Pero lo que está en juego en el Medio Oriente es más que lo que se negocia en el acuerdo. Esta vez el moderado está en la Casa Blanca y el duro en Teherán (Hassan Rouhani fue sucedido por un duro, Ebrahim Raisi, apalancado por acuerdos estratégicos con China y Rusia que lo fortalecen en su política interna y exterior).

Para los países que firmaron el Acuerdo de Abraham, un nuevo pacto con Irán será peor que el anterior: incrementa la influencia regional de Irán que, frente a ataques y sanciones, impulsó su programa nuclear al punto que es previsible una colisión.

El nuevo acuerdo nuclear supone mantener los plazos del original. Esto significa que los límites para el enriquecimiento de uranio expirarán en 2025 y Teherán podría poseer armas nucleares funcionales en dos años. El significativo progreso tecnológico iraní sería monitoreado durante los próximos tres años, y recibiría USD 7 mil millones en activos congelados y el alivio de sanciones sobre exportaciones como el petróleo. Esto impulsará su capacidad de financiar redes en Oriente y Latinoamérica. También podrá blanquear acuerdos de cooperación e intercambio científicos, tecnológicos energéticos y militares, no sólo con China y Rusia, sino también los que triangula con otros países con similares capacidades o bien con países como Argentina o Brasil.

La troika que el Center For Secure Free Society de Washington define como VRIC -Venezuela, Rusia, Irán, China, sumadas Cuba y Turquía- teje relaciones y vínculos institucionales y/o transversales con actores políticos, organizaciones criminales, organizaciones para-estatales, movimientos sociales y entidades terroristas. Todos presionarán a los estados desde adentro y afuera, con dinámicas diversas, en juegos de pinza y ataques asimétricos (como en Chile y Colombia). Harán planteos identitarios en América Latina, étnico-religiosos en Asia y Medio Oriente y nacionalistas y separatistas en Europa. Todos apoyados por redes y financiamiento internacional como la guerrilla kurda, los médicos cubanos, las granjas de trolls que emiten fakes news contra las democracias y las instituciones de Estados de Derecho para crear tensiones y socavar su legitimidad. Las antiguas -pero vigentes- redes del comunismo confluyen con las modernas islámicas, convergiendo el CTOC y Terrorismo con vértice en Venezuela. Revitalizadas con nuevos flujos financieros y motivación política afianzan a sus aliados latinoamericanos, de cara a las elecciones en Colombia y Brasil.

La desconfianza y debilidad en las instituciones nacionales y supranacionales fortalece al VRIC, que cuenta con mecanismos de seguridad, de defensa, financieros y bancarios no convencionales. La retórica de las democracias ante las autocracias no arraiga en poblaciones con necesidades básicas insatisfechas, post covid. En cambio, la narrativa autocrática y antinorteamericana de Putin y su diplomacia de las vacunas, apoyada por un potente aparato de prensa y propaganda (RT, Hispan TV, etc) se monta en el descontento popular para orientarlo.

Irán, empleando sus proxis, se apoderará de rutas comerciales que Hezbollah domina en América Latina, Europa, Asia y África con terminales en el Pacífico, Atlántico, Mediterráneo, Mar Rojo y Golfo Pérsico. Ellas le generarán ingresos que transfiere mediante la hawala, que elude el control gubernamental. Los países del Acuerdo de Abraham – con presiones internas y ante la negligente coordinación de respuestas del mundo libre- deben recalcular.

El régimen iraní controla dos importantes milicias: las chiítas en Irak y las hutíes de Yemen. Tambien controla al Hezbollah libanés que, aguerrido por su campaña en Siria junto a los rusos para defender a Assad- entrena al Hamas palestino. Los hutíes demostraron ser una amenaza: sus drones y misiles pueden alcanzar Abu Dabi o Riad, lo que significa que Tel Aviv pronto podría ser un objetivo, lo mismo que cualquier capital latinoamericana desde Venezuela, o blancos marítimos en el mar Rojo o Mediterráneo.

La intervención militar rusa en Siria –junto a, en menor medida, Irán y Hezbollah–, permitió la supervivencia del presidente Assad. Como consecuencia, Putin ganó prestigio entre las poblaciones árabes, en detrimento de la devaluada imagen de Estados Unidos, otrora considerado el líder capaz de resolver los problemas regionales.

El férreo accionar castrense en Siria en defensa del régimen alawita incrementó la reputación de Putin entre árabes cristianos y musulmanes shiitaa, quienes apreciaron que sus dichos están acompañados de acciones. Esta injerencia lo catapultó como un jugador imprescindible en toda solución política en el otrora satélite de soviético.

Contrario sensu, Estados Unidos y la Unión Europea hipotecaron su poderío en Medio Oriente. Las poblaciones árabes desconfían de Washington porque ha incumplido su palabra. En Líbano la histórica imagen de Washington o de cualquier mandatario francés, de defensores de la comunidad cristiana se ha evaporado, resaltándose ahora en ámbitos cristianos libaneses a Putin, como el salvador de esa confesión. Su prestigio se ve hoy incrementado, tras la invasión rusa a Ucrania.

Así, ante este escenario, fortalecer los acuerdos de Abraham y ensayar con aliados del mundo libre, incluida América Latina, una misma defensa de la paz, la democracia y la libertad, es un camino plausible. Ante quienes medran de las debilidades y vulnerabilidades de las democracias para responder a los desafíos y amenazas de Rusia, coordinados en el VIRC e Irán, con aliados en todos los continentes, tal como se ve en la desestabilización del régimen de Venezuela sobre Colombia, y el resto de la región, y su destreza diplomática.

Tras la invasión rusa, la OTAN, la Unión Europea, la ONU y su Consejo de Seguridad se desgastan y contradicen. Macron cedió en Moscú: anunció su retirada del frente antiterrorista que vertebró en Malí, donde Putin y Xi tienen intereses. Alemania busca con su nuevo canciller un rol y morigerar el impacto energético de la crisis. China, silenciosa, espera ganar. Tanto si puede colaborar con un socio con el que celebró un acuerdo nuclear, de defensa y energético estratégico en 2021, como si logra sentar a la mesa a Rusia y mediar en sus pretensiones. Así puede asegurar sus posiciones y encapsular los riesgos en Taiwán. No hay azar, sino táctica minuciosamente planeada y estratégicamente coordinada.

Lo importante: mantenerse activos, buscar consensos y respuestas oportunas, conscientes de una guerra de las sombras que puede desencadenarse en una grave escalada en muchos frentes.

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