Por qué Putin no puede decirle nazis a los ucranianos

La hipocresía del presidente ruso lo lleva a calificar de nazis a los ucranianos, mientras él se comporta como Adolf Hitler. La historia juega en su contra. Los ucranianos pelearon con valor en el Ejército Rojo, y los nazis mataron a más de tres millones de personas en el país al que hoy ataca Rusia

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La foto compartida por la cuenta Twitter oficial de Ucrania (@Ukraine)

La hipocresía de Vladimir Putin, definido por Gari Kasparov como la serpiente a la que Occidente permitió anidar, no tiene límites. Para justificar su ataque a Ucrania y el inicio de una guerra de consecuencias todavía impredecibles, dijo que era preciso “desnazificar a Ucrania”. Tal vez, lo ideal sería “desovietizar a Rusia”, tarea que no va a llevar a cabo Putin, ex jefe de la temida KGB durante el comunismo, régimen al que todos dieron por muerto en 1991.

Putin miente sin pudores. Rearma la historia a su antojo, el relato tan amado por el populismo, tal vez con la idea de que su disparatada reinterpretación de los hechos, se convierta en una nueva realidad. Se equivoca a sabiendas. No hay que desnazificar a Ucrania, hay que “desrusificarla”.

Después de la brutal hambruna desatada por José Stalin entre 1931 y 1933, que provocó una cifra nunca especificada de muertos que se calcula entre nueve y doce millones de personas, todos muertos por el hambre, la entonces URSS decidió levantar el castigo a la Ucrania independentista y rebelde, que se negaba a la colectivización de su producción agrícola y fue obligada a entregarlo todo al Estado. Para Stalin, era hora de volver a empezar, por cierto que a su manera y con sus métodos.

Iósif Stalin
Iósif Stalin

Nikita Khruschev, que había nacido en Kalinovka, una aldea fronteriza con Ucrania, escribiría en su hoy inhallable Khruschev Remembers – The Last Testament, “Tuvimos que empezar de cero”.

Era un cero imposible. Los soviéticos se toparon en Ucrania con que no había mano de obra ucraniana en las zonas rurales: los campesinos habían muerto en la hambruna. En el distrito de Markivka, en la provincia de Dontesk, hoy escenario de la guerra desatada por Putin, el consejo municipal admitió que unas veinte mil personas, más de la mitad de la población, habían muerto por hambre. Habían sacrificado, para comerlos, al sesenta por ciento de los caballos y al setenta por ciento de los bueyes. Uno de los campesinos sobrevivientes reveló: “Cuando ahora uno va al campo, puede ver aldeas tan vacías que hay lobos viviendo en las casas”, según revela la historiadora Anne Applebaum en su libro Hambruna roja.

La hambruna en Ucrania dejó
La hambruna en Ucrania dejó millones de muertos (Daily Express/Hulton Archive/Getty Images)

El Estado soviético decidió entonces poblar Ucrania de rusos. Los primeros ciento diecisiete mil, miembros de veintiún mil familias, llegaron a Ucrania en el otoño de 1933. Entre enero y febrero de 1934 llegaron otros veinte mil a los pueblos vacíos del este y del sur de Ucrania. Les habían prometido lo incumplible, debían trabajar la tierra devastada, rodeados de pocos vecinos que hablaban otra lengua, vivir en casas destrozadas bajo una invasión de ratas porque ya no había perros ni gatos que pudieran eliminarlos: se los habían comido durante la hambruna. Y en 1935 el Estado les exigió, contra todo lo prometido y al igual que a los pocos lugareños, un impuesto a la leche y a la carne: miles de rusos huyeron de Ucrania en 1935. Según Valentina Borisenko en su libro A candle in remembrance, “Se decía que lo que las autoridades querían era aniquilar a Ucrania con la hambruna y luego poblar el territorio con habitantes rusos.”

El Partido Comunista de Ucrania sufrió las purgas estalinistas que arrestó y ejecutó a decenas de miles de funcionarios durante la hambruna y después de ella. En enero de 1934, sólo cuatro de cada doce miembros del Politburó del PC de Ucrania, era ucraniano y ocho de cada doce no hablaba ucraniano. Finalmente, en 1937, durante el Gran Terror estalinista, la cúpula del PC ucraniano, en especial sus dirigentes veteranos, fue el blanco preferido de los soviéticos. Khruschev dice en sus memorias que el Partido comunista de Ucrania “quedó impoluto tras la purga”. Nadie mejor que él para saberlo porque se había encargado de los arrestos y de las ejecuciones sumarias.

Nikita Kurschev
Nikita Kurschev

Cuando Khruschev llegó a Kiev, enviado por Stalin, halló cierta resistencia en los líderes del comunismo ucraniano, entre ellos Stanislav Kosior, Vlas Chubar y Pavló Póstishev: en los siguientes meses a la llegada de Khruschev, los tres estaban muertos. La mayoría de los funcionarios del gobierno ucraniano fueron ejecutados en la primavera de 1938. Entre enero de 1934 y mayo de 1938, ciento sesenta y siete mil personas, la tercera parte del PC de Ucrania habían sido arrestadas o estaban en las cárceles. Según Khruschev, “(…) Parecía que no quedaba ni un sólo secretario del comité ejecutivo a regional, ni un sólo secretario del Consejo de los Comisarios del Pueblo, ni siquiera un adjunto”. A eso llamaba Khruschev “empezar de cero”.

Cuando los alemanes invadieron la URSS, en junio de 1941, ocuparon casi de inmediato, en noviembre, la Ucrania soviética. Applebaum recuerda en su libro: “Al principio, sin saber lo que estaba por venir, muchos ucranianos, incluso judíos, dieron la bienvenida a las tropas alemanas. Una mujer recordaba que las niñas ofrecían flores a los soldados y la gente les ofrecía pan. ‘Estábamos muy contentos de verlos. Iban a salvarnos de los comunistas que nos lo habían quitado todo y habían dejado que nos muriéramos de hambre”.

Los nazis también recibieron una bienvenida semejante en los estados bálticos, ocupados por los soviéticos entre 1939 y 1941. Revela Applebaum: “El Cáucaso y Crimea –ocupada en 2014 por Putin– dieron una calurosa bienvenida a las tropas alemanas, pero no porque sus habitantes fueran nazis. La deskulaquización –la campaña de Stalin contra los campesinos que se negaban a entregar su cosecha al Estado– la colectivización, el terror de masas y los ataques bolcheviques a la Iglesia habían dado pie a unas ideas inocentemente optimista sobre lo que la Wehrmacht podría traer”.

Todo duró nada. Las esperanzas ucranianas se hicieron trizas frente a los nazis. Allí el Holocausto empezó de inmediato y ante el público. Imposibilitados por la distancia y la logística de enviar a los judíos a los campos de exterminio, como lo hacían en el resto de Europa, los alemanes ejecutaron en masa a los judíos gitanos y gentiles de Ucrania, frente a sus vecinos y a sus familias, en las afueras de las aldeas y en los bosques: dos de cada tres judíos ucranianos murieron en la guerra, cerca de un millón de personas.

Vladimir Putin (Sputnik/Aleksey Nikolskyi/Kremlin via
Vladimir Putin (Sputnik/Aleksey Nikolskyi/Kremlin via REUTERS)

Igual que años antes Stalin, Hitler también pensaba que el cereal ucraniano, la riqueza de sus tierras, salvaría a Alemania. Herbert Backe, el encargado nazi de la alimentación y la agricultura. Diseñó un “Plan de hambre”, que tenía una única finalidad: “Sólo podemos ganar la guerra si, en el tercer año, Rusia alimenta a toda la Wehrmacht”.

En dos años, para febrero de 1943, el ejército alemán había sido derrotado en Stalingrado y empezaba su retirada hacia el Oeste, al mismo tiempo que el Ejército Rojo se lanzaba a la conquista de Berlín.

Es verdad que miles de ucranianos se unieron a los nazis, pasaron a combatir junto a la Wehrmacht y hasta fueron guardias en los campos de exterminio nazis. Pero entre 1941 y 1945, tres millones de ucranianos fueron asesinados como parte de la política nazi de exterminio, que consideraba a los eslavos como una raza inferior.

Y en la lucha contra la Wehrmacht, codo a codo con el Ejército Rojo, murieron más ucranianos que soldados americanos, británicos y franceses juntos. Lejos de ser nazi, Ucrania fue ucraniana.

Cuando terminó la guerra, Stalin no perdonó aquella bienvenida al enemigo e ignoró el valioso aporte en vidas que los ucranianos habían hecho contra el invasor y a sus órdenes. Quienes en Ucrania se permitían recordar, o mencionar la hambruna de los años 30, pasaban a ser “propagandistas hitlerianos”. Y quienes criticaban a la URSS, a la que habían padecido en propia carne, eran, además de enemigos, “fascistas o nazis”.

Es ese legado de Stalin el que hoy sigue Vladimir Putin.

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