Ucrania tiene la pésima suerte de estar ubicada en los confines de Europa, donde Asia se despereza. Así, ha sufrido invasiones constantes desde el siglo XIII de nuestra era cuando los mongoles arrasaron con lo que se conocía como el Rus de Kiev, entidad que forjó la identidad ucraniana. Otros invasores incluyeron La Mancomunidad Polaco-Lituana; el Imperio Austro Húngaro; el Imperio Otomano; el Imperio Zarista Ruso; y la Unión Soviética. Es a partir de 1991 cuando Ucrania realmente ingresa en los anales de las naciones independientes. Esto parece haber llegado a su fin por las mismas razones que el valiente país confrontó a lo largo de su historia: cambios en los ejes de poder mundial que crean necesidades geopolíticas en las naciones a su alrededor.
Hoy el país con mayores ambiciones geopolíticas es Rusia. Las otras potencias mundiales están absortas en profundas crisis internas que les obligan a fijar su atención política y recursos a las agendas domésticas. En efecto, luego del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos inició un proceso de aislacionismo que se acentuó con Donald Trump y con Joe Biden. Afganistán lo ha profundizado al punto de que el único tema que comparten los seguidores de la teoría conspirativa QAnnon y los militantes anti racismo de Black Lives Matter es el rechazo profundo a la globalización y a todo aquello que se perciba como extranjero.
Europa está hundida en un marasmo económico que no parece ofrecer oportunidades a su juventud. La fractura del Brexit, por otra parte, aún le duele. China está dedicada al cambio de su modelo económico que ahora se basa en la satisfacción y crecimiento de su demanda agregada para mantener contentos a 620 millones de habitantes que hoy son clase media. Estados Unidos, Europa y China prefieren desentenderse del mundo mientras recomponen sus sistemas domésticos. Solo Rusia está en plan de activismo mundial.
Dos factores impulsan su conducta. El primero es su percepción de que este es un momento de debilidad en Europa y Estados Unidos. En segundo lugar, se ha dado cuenta de que los desacuerdos entre Estados Unidos y China le abren una ventana de oportunidad magnífica para acercarse a la potencia emergente asiática que siempre le fue hostil.
Putin sabe que Europa depende de su gas y de su petróleo y que Estados Unidos no va a llevar el disenso hasta las últimas consecuencias. De manera que se ha fijado como objetivo establecer los linderos del nuevo mapa de poder mundial y esos linderos pasan por Ucrania, país que culturalmente está más cerca de Europa, pero geográficamente constituye la puerta de entrada para un ataque militar a Rusia. Y, al igual que los mongoles, se apresta a desintegrar el estado nación que conocemos como Ucrania para crear a su alrededor un conjunto de estados vasallos que cierren las puertas a un ataque militar al tiempo que le permitan acceder a los ricos depósitos minerales que encierra Ucrania.
Habrá que ver si estas fronteras diseñadas por Putin satisfacen las necesidades de defensa de Europa o los cálculos geoestratégicos de China. Si no fuera ese el caso vamos hacia un periodo prolongado de inestabilidad en el este de Europa que le puede costar caro a sus actuales gobernantes, pero también a Putin, cuya población comienza a sospechar que detrás de los ataques a Ucrania hay una estrategia de control doméstico y perpetuación en el poder que quizás no quiera bancar.
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