La reunión con carácter de urgente se llevó a cabo ayer a la noche, luego de que el Kremlin reconociera como repúblicas independientes a las áreas dominadas por separatistas pro-rusos de Donetsk y Lugansk, en el este de Ucrania.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres había dado a conocer horas antes un comunicado calificando la decisión de Rusia como “una violación a la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, inconsistente con los principios de la Carta de las Naciones Unidas”. Dada la larga data de este conflicto, también llamó a Moscú a respetar los acuerdos de Minsk de 2015, que en su momento recibieron el respaldo del Consejo de Seguridad.
El más relevante de esos acuerdos es el segundo, firmado por representantes de Rusia, Ucrania, líderes separatistas de los territorios que hoy están en el centro de la escena y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), un conglomerado de 57 países que incluye también a Estados Unidos y Canadá. En él se establecía el alto el fuego, el inicio de diálogo entre las partes, cierta autonomía de los territorios separatistas, la consolidación territorial y fronteriza bajo el control del gobierno de Ucrania y el retiro de terceras fuerzas, lo cual incluía ejércitos regulares y mercenarios, entre otros. Si bien con el paso del tiempo se lograron algunos de esos objetivos, por ejemplo la disminución de los enfrentamientos, otros quedaron en el camino y el lenguaje impreciso del acuerdo dio lugar a diferentes interpretaciones. Hoy Moscú pone esas debilidades sobre la mesa, tratando de volcarlas a su favor, pero no lo logra.
Para empezar, Rusia fue firmante pero desconoce cualquier responsabilidad o compromiso respecto de los acuerdos y se autodefine como simple observador y no como parte. En ese orden de cosas insiste en el diálogo directo entre Kiev y los separatistas respaldados moral y materialmente por Moscú, a lo cual el gobierno de Ucrania se niega. Así lo manifestó el embajador ruso ayer en la reunión del Consejo de Seguridad, paradójicamente en ejercicio de la presidencia. Utilizó el micrófono para denunciar provocaciones de Ucrania y sus aliados occidentales y justificar desde la historia y desde las tradiciones la decisión del Kremlin de reconocer las dos nuevas y autodenominadas “repúblicas populares”, a la vez que instó a dichos adversarios a “pensar dos veces” antes de realizar futuras provocaciones.
En esa misma línea, ayer Putin, en un discurso provocador, afirmó que “ya no hay una Ucrania independiente” y que la citada nación sigue al pie de la letra las demandas de Occidente, agregando que la embajada de Estados Unidos controla la oficina anti- corrupción y la justicia de aquel país.
En ese punto la condena a Moscú fue mayoritaria, los actuales miembros del Consejo de Seguridad en sus respectivos discursos, se hicieron eco de las definiciones del secretario general, calificando uno a uno el accionar de Rusia como “violación a la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”. También hubo reiterados llamamientos a la solución pacífica del conflicto, por medios diplomáticos, lo cual requeriría de los actores una racionalidad difícil de hallar.
La composición actual del Consejo de Seguridad, órgano resolutivo de la ONU cuya misión principal es velar por el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, incluye a los 5 miembros permanentes, con derecho a veto: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia, más otros 10 miembros no-permanentes cuyos mandatos duran 2 años. Hoy ejercen ese rol: Albania, Brasil, Gabón, Ghana, India, Irlanda, Kenia, México, Noruega y los Emiratos Árabes Unidos.
Tal como podía anticiparse, China, cuyos vínculos con Rusia se han fortificado en los últimos tiempos, con expectativas de consolidar un bloque anti-Occidental, no condenó la acción del Kremlin pero no pudo menos que llamar a una resolución por la vía diplomática. Beijing sigue muy de cerca el desarrollo de este conflicto en Europa, que resuena perfectamente con sus sostenidas ambiciones de recuperación de Taiwán.
A su turno, el representante de Ucrania, estado solicitante de la reunión, puntualizó que el ataque que representan esta clase de acciones no es a un país, sino al conjunto de los estados que conforman las Naciones Unidas. Denunció el unilateral retiro de Rusia de los acuerdos de Minsk y fue más allá al solicitar a Moscú cancelar la decisión de reconocimiento. También mostró las similitudes entre la operatoria actual de Rusia a través de grupos separatistas y la de los conflictos en Georgia, en 2008 y Crimea en 2014. Cabe recordar que durante el conflicto en Georgia, Moscú reconoció por decreto a las repúblicas de Osetia del Sur y Abjasia, una independencia rechazada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional. Lo mismo sucedió con la adhesión de Crimea y Sebastopol a la Federación Rusa, violando la integridad territorial de Ucrania.
En ese estado de cosas, emerge de la reunión del Consejo de Seguridad una fuerte condena moral a las acciones de Putin, pero se requerirán otros medios para encausar la crisis.
Esto habla de las dificultades de fondo del sistema de Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad en particular para lograr consensos y resolver situaciones conflictivas que toquen los intereses directos de alguno de los cinco miembros con derecho a veto.
La decisión de reconocer la independencia de los territorios separatistas representa en los hechos una anexión de facto porque ambas “repúblicas populares” son totalmente dependientes de Moscú, lo que incluye la presencia de tropas rusas en esos territorios.
Como contracara, se profundizarán las sanciones económicas a Rusia, lo cual impactará de lleno en su frágil economía. En ese sentido no hay consenso entre las potencias occidentales respecto de cuán profundas deben ser esas sanciones. Mientras Estados Unidos y otros abogan por máxima severidad, la Alemania post-Merkel duda por su alta dependencia del gas ruso.
El caso es que las ambiciones desmedidas de un autócrata y la falta de recursos diplomáticos efectivos ponen una vez más a la región de Ucrania, a Europa y al mundo aliados en una situación de riesgo de guerra extendida. Una guerra que no conviene a ninguna de las partes.
En medio de un contexto de alta conflictividad, recientemente y sin medir las consecuencias, el gobierno argentino ha ofrecido a Moscú ser “puerta de entrada de Rusia en América Latina”, poniendo innecesariamente a nuestro país del lado de aquellos que por sus actos son repudiados por la enorme mayoría de la comunidad internacional.
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