En medio de un nuevo descenso en las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia por el persistente conflicto ucraniano, la Unión Europea mostró una división interna sobre la actitud a adoptar frente a Moscú.
Una realidad que fue admitida por el premier polaco Mateusz Morawiecki en una entrevista en El Mundo, cuando sostuvo que si bien existe una concepción unificada sobre la necesidad de resguardar la integridad territorial de Ucrania, al mismo tiempo reconoció las divergencias entre los miembros de la UE sobre cómo proveer asistencia militar a Kiev y sobre las sanciones propuestas contra el Kremlin. En un tono directamente crítico frente a la actitud alemana, el jefe de gobierno polaco señaló que “no espero que Alemania se comprometa en el conflicto, pero si se resisten a asistir a Ucrania, les pido que lo digan abiertamente” y cuestionó las “declaraciones evasivas” de las autoridades de Berlín.
Alemania, indudablemente, es el actor central en las relaciones de Rusia con sus vecinos de la Unión Europea. Pero para decepción de los que procuran una política de máxima presión contra Moscú, a diferencia de las posturas de los norteamericanos, los británicos y los polacos, el gobierno alemán no decidió exportar armamento a Ucrania. Un observador indicó que aun desde antes de que se formara el gobierno que sucedió al liderazgo de Angela Merkel, la propia ex canciller había adelantado al presidente ucraniano Volomidyr Zelensky que su país bloquearía el suministro de armas a través de la OTAN. Berlín, a su vez, se opone decididamente a las sanciones que Washington planea aplicar a Moscú que incluyen obstruir la operatividad del estratégico gasoducto Nord Stream 2 y las medidas draconianas que llevarían al extremo de aislar financieramente a Rusia a través de su exclusión del sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) que enlaza a las entidades bancarias a escala global.
Tal vez teniendo presente una antigua enseñanza de Otto von Bismarck que prescribe que la estabilidad europea requería nunca ir a la guerra con Rusia, los prudentes alemanes parecen insistir en su cautelosa postura frente a Moscú. Forjando una convicción especialmente asentada en la clase empresaria alemana desde hace por lo menos cinco décadas. En especial desde que en los años setenta la Ostpolitik de Willy Brandt llevó a los alemanes explorar un camino pragmático de relación con su gigante vecino del Este. Una actitud previsible de Alemania pero que no pudo estar exenta de cuestionamientos en sus aliados. Despertando duras críticas como las publicadas recientemente en el Wall Street Journal bajo un título que directamente se preguntó: “Is Germany a reliable American ally? Nein”.
Postura editorial que pareció hermanarse con una cierta sensación de abandono de los sectores nacionalistas de Kiev. Expresados por caso en las palabras del canciller ucraniano Dmytro Kuleba quien pocos días atrás calificó la política alemana como “decepcionante”. O las de la titular de la Comisión Europea Ursula von der Leyen quien adoptó una postura dura frente a Moscú y aseguró que la UE estaba considerando sanciones contra Rusia al tiempo que cuestionó la información que sostenía que algunos líderes europeos se negaban a aplicar medidas severas en función de los temores sobre la seguridad energética del continente, que mantiene una persistente dependencia respecto a la provisión de gas ruso.
Un duro enfoque frente a Moscú también fue adoptado por las autoridades británicas. En línea con sus aliados tradicionales del otro lado del Atlántico, la titular del Foreign Office Liz Truss criticó abiertamente a Alemania por su dependencia del gas ruso. Al tiempo que el primer ministro Boris Johnson procuró desviar la atención en medio de escándalos domésticos asegurando que “no dudaremos en incrementar las sanciones contra Putin”.
En tanto, tuvo lugar en las últimas horas un ejercicio diplomático de alto nivel protagonizado por el presidente francés Emmanuel Macron. En busca de encontrar una fórmula de entendimiento con el Presidente de la Federación Rusa, el jefe del Eliseo -en ejercicio de la presidencia pro-témpore de la Unión Europea- se trasladó hasta Moscú para reunirse con su par Vladimir Putin, en un intento urgente por evitar una escalada de la crisis en Ucrania. El viaje de Macron procurando un rol de mediador al margen de los EEUU tuvo lugar en circunstancias especiales. En pocas semanas se enfrentará a un proceso electoral de doble vuelta que determinará su continuidad o no al frente del país.
Pero la pretensión de Macron de ejercer un papel central en la búsqueda de una fórmula de acuerdo con el Kremlin encuentra raíces históricas profundas en la relación bilateral entre Francia y Rusia. En los años sesenta, el general Charles de Gaulle propuso un entendimiento europeo “del Atlántico a los Urales”. Acaso una fórmula que buscaba compensar la injerencia de Washington en Europa occidental y por considerar al Reino Unido como una suerte de portaaviones norteamericano frente a Europa. Extremo que llevó al líder hasta retirarse de la estructura militar de la OTAN (Francia recién se reintegró cuatro décadas más tarde, durante la presidencia de Nicolás Sarkozy).
Pero la comparación con el fundador de la Quinta República podría quedarle demasiado grande a Macron. Y la peregrinación a Moscú podría eventualmente acarrear más problemas que los beneficios que podría suponer. En ese orden de ideas, un memorioso recordó el costo que pagó Valéry Giscard D´Estaing en 1981 -precisamente cuando buscaba su reelección- por su controvertida reunión con Leonid Brezhnev del 19 de mayo del año anterior en Varsovia. Una cumbre que tuvo lugar tan sólo seis meses después de que el Kremlin invadiera Afganistán. Medida que provocó una extendida condena y que, a la larga, tendría consecuencias dramáticas para Moscú. Acaso sin saberlo, Giscard había incurrido en otro tropiezo en su polémica política exterior. Un campo que le traería dolores de cabeza poco después. Al estallar el affaire de los diamantes regalados por su amigo Bokassa, el excéntrico “emperador” centroafricano, cuya amistad tendría un costo elevadísimo para Giscard.
Pero mientras Macron tomó sus riesgos con su audaz viaja a la capital rusa, otros líderes europeos mostraron hasta qué punto las diferencias persisten en la UE frente a la conflictiva relación con Rusia.
Así quedó demostrado en países de Europa Central y Oriental. El gobierno húngaro del primer ministro Viktor Orbán, por caso, no compartió la postura de sus socios del grupo de Visegrad, como Polonia, República Checa y Eslovaquia, de apoyar los esfuerzos de la OTAN de respaldar a Ucrania y buscó en todo momento mantener su cercanía con Moscú. En tanto, el ministro húngaro de Relaciones Exteriores Peter Szijjarto declaró que Orbán viajaría a Rusia para reunirse una vez más con el presidente Putin y recordó que Hungría tiene compromisos con Moscú mientras mantiene una conflictiva relación con Kiev. El jefe de la diplomacia húngara agradeció a Rusia por su suministro de vacunas contra el COVID y recordó que “solo hizo falta un mensaje de texto” a su par ruso Sergei Lavrov para evacuar a los ciudadanos húngaros de Kazajstán a comienzos de enero. Por el contrario, las autoridades de Rumania adoptaron un tono firme frente a Rusia. El presidente Klaus Iohannis advirtió que la crisis de seguridad creada por Moscú no solamente concierne a Ucrania “sino a toda la seguridad del área euroatlántica” y acusó al Kremlin de buscar “cambiar de manera inaceptable los parámetros de la arquitectura de seguridad europea”.
En las últimas horas, se anunció que el canciller alemán Olaf Scholtz viajará el lunes 14 a Moscú y Kiev para intentar una gestión en línea con el esfuerzo de Macron de la semana pasada. Buscando explorar un acuerdo mínimo para evitar una escalada de un conflicto que puede implicar compromisos para la paz y la seguridad global. Tal vez procurando ejercer el rol de primus-inter-pares que la escala alemana conlleva dentro de la UE.
Mientras el conflicto ucraniano expuso en blanco y negro las diferencias entre los EEUU y Rusia, las potencias europeas se han visto impedidas de acordar un punto de vista común. Acaso como consecuencia de datos estructurales imposibles de modificar derivados de la geografía y la historia. Aquellas que no pueden ser modificadas por la voluntad de los hombres. Y que configuran a menudo las características de lo inevitable. Frente a las cuales la prueba del liderazgo la ofrece muchas veces la capacidad de evadir los desenlaces más inquietantes.
[El autor es especialista en relaciones internacionales y ex embajador en Israel y Costa Rica]