Un capitalismo sin “esos”: qué hay detrás de la rebelión contra la rebelión del género

En algunas cabezas conspirativas la “ideología” LGBTQI+ parece especialmente útil para el plan marxista. La Iglesia y el horror de los abusos

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Marcha del Orgullo en Santiago, Chile, el pasado 13 de noviembre (Reuters)
Marcha del Orgullo en Santiago, Chile, el pasado 13 de noviembre (Reuters)

Para muchos que piensan que YouTube es el Big Bang y que ven la vida a través del influencer que los excita, todo lo relacionado con el género es un delirio de los últimos años de gente progre, según el cual no hay hombres ni mujeres sino solo sentimientos de serlo. Claro, ¡que cosa más opuesta al sentido común! Tanto como lo fue en algún momento esa idea loca de la Tierra esférica, porque si fuera cierta la gente que estuviera del otro lado del planeta se caería: ¿quién no se da cuenta de semejante obviedad?

Un gran número también ha comprado la explicación de que esta perspectiva del género que habla de que muchas de las cosas que asumimos como propias de varones y mujeres no son más que disciplina (una que no todos pueden cumplir encima) constituye una “ideología”, usada esta palabra como sinónimo de argucia política, que le servirá a los marxistas para llegar al poder con la ayuda de conspiraciones globalistas encabezadas por George Soros. Pero ojo, esto es algo que dicen que ya planeó la Escuela de Frankfurt hace como noventa años, inspirada por la idea de una Teoría Crítica de la sociedad, lo que los lleva a pensar que criticar los sobreentendidos sociales es parte de un plan magnífico para establecer la dictadura del proletariado. Sin la Escuela de Frankfurt no habría nada para objetar.

En esas cabezas las teorías de género parecen especialmente útiles para el plan marxista, porque una vez que todos se vuelvan LGBTQI+ va de suyo que lo que viene es la expropiación de los medios de producción, que si fueron privados en algún momento fue gracias a la hetrosexualidad y a que el matrimonio era entre un hombre y una mujer y tenían un tipo de familia como la que había hace cincuenta años (o sea cincuenta después de la revolución de octubre). El primer paso gramsciano (Gramsci también participó del plan homosexualizante) será que la familia no exista más porque, como se sabe, las familias difunden todas las ideas del capitalismo. Los marxistas nacen de repollos y de degenerados, no están en las universidades sino en las marchas del orgullo.

Aunque parezca extraño esta confabulación está en la mente de una corriente que no se llama a sí misma nueva inquisición o posmodernismo conspiranoico delirante, sino “libertarianismo” y “nueva derecha”, el occidente cristiano encarnado, a la defensiva de la contaminación de unas novedades sociales que solo pueden conducir a que el planeta sea una gran isla de Cuba.

Quién catalogó primero a las observaciones sobre el género de “ideología” fue Benedicto XVI, al menos hasta donde he podido registrar, un papa que luchaba contra el destape de cientos de miles de casos de abusos sexuales de niños por parte de los miembros de su Iglesia y algo aún más grave que fue, que es, el encubrimiento y la “cancelación” y repudio que se aplicó a los que los habían padecido y hablaban. Es asombrosa la indiferencia moral absoluta que la Iglesia del amor le aplica a sus víctimas de abusos, es directamente proporcional al puritanismo sobre el género que han desatado. Un miembro de una entidad judía me contó hace poco que años atrás fue convocado por el arzobispo local, quién le pidió que intercediera sobre los abogados que representaban a personas que reclamaban por haber sido abusadas por sacerdotes, dado que esos abogados eran judíos. Se ve que tenían que serlo porque de haber sido católicos se hubiera atacado su pretensión de justicia como un impedimento para llegar al cielo y un ataque a Jesucristo, que decía que a los que escandalizaban a los niños había que arrojarlos al mar con una piedra atada al cuello.

Estas dos cosas no se quieren relacionar: el escándalo de los abusos y su encubrimiento (encapsulado, algo que mencionarlo es signo de anticatolicismo) y este nuevo puritanismo convertido en facción política que quiere esconder lo antes posible todo lo diferente, volver a deslegitimarlo. Dado que no funcionaría a esta altura lo del pecado, al menos se conforman con que sea tratado otra vez como una enfermedad. Pero no una enfermedad que lleve a la protección de los enfermos, sino una enfermedad que permita sacarlos de nuestra vista.

La familia para Benedicto y para toda la ola que defiende al mundo del “marxismo cultural”, no está amenazada por los casos de abusos de niños, que se dan tanto en las iglesias como en familias muy cristianas que encuentran pecados por todos lados, pero estos son unos de los que mejor no hablar. Familia son los heterosexuales con sus roles bien aprendidos, el resto son marxismo familiar. Tanto la Iglesia como la familia se protegen de que se abran los sótanos donde guardan sus cadáveres. Las familias no sufren nada por el hecho de esconder a alguno de sus miembros o por colocarlo en el lugar de problema o asesinarlo moralmente, no se degradan por eso sino por el hecho de que estos individuos “antinaturales” que les han nacido.

Hubo vida antes de YouTube y de los histriónicos influencers actuales y así es que los estudios de género tienen un siglo de desarrollo. No son una moda, no son una ocurrencia modernista ni política, provienen de la antropología más rigurosa. Margared Mead (1901-1978) observó la no relación directa entre actitudes, actividades y roles que consideramos invariablemente unidas a los sexos reproductivos mucho antes del iPhone, en tribus en Samoa y Guinea. La antropología tiró de ese hilo durante décadas sin que esto tenga que ver con conspiración alguna sino con la posibilidad de la sociedad libre de estudiar al mundo y al hombre sin pedir permiso en la sacristía. La única cosa que produjo internet al respecto es comunicación entre gente no binaria (perdón si con esta expresión produzco la destrucción de la familia, no es mi intención), que logra sobreponerse a la conspiración del silencio que tales estudios justamente ponen al descubierto. Así se enteran de que no son ni inconcebibles, ni los únicos y que pertenecen a la realidad del ser humano como es, no como se lo “purifica”. La disciplina del género es tan profunda y tan violenta, que antes de esta comunicación, por más que los estudios llevaran un siglo, no habían logrado abrir las ventanas.

Los primeros que lo aceptaron lógicamente son los jóvenes. Es ahí donde florecen las ideas que permiten tratar a los individuos como tales, más allá de una sexualidad binaria destinada por Dios a la producción de bebés a que vengan a ser juzgados para después ser asesinados y llevados a un juicio final. La disciplina se debilita porque la hemos conocido y porque llegó la generación con las herramientas para desprenderse de ella y posiblemente también porque la producción ya no necesita roles antiguos y el mercado quiere abastecer a todos.

De repente niños y jóvenes a los que se les cuenta que esta realidad existe, nada más, legitiman la vida entera de unas minorías a las que antes había que esconder y bulliar en la propia familia, en la escuela, en el club, en el trabajo, en el cine, en los medios de comunicación. Con eso aparece una moral que rechaza la segregación, a la que por supuesto no le falta su moralina e imposiciones como en todo destape y que se usará para descalificar toda la apertura.

La palabra violencia que he utilizado antes les sonará exagerada, pero piensen en un niño o niña que crecen en un ambiente donde se da por sobreentendido que se debe ser de una forma que ellos no alcanzan, que se les informa que los que son como ellos no son queridos, se los debe burlar y denigrar; pero que a pesar de eso su naturaleza (si, naturaleza natural, naturalísima) es tan fuerte en ellos que algunos se afirman en lo que son, otros quedan en el camino. El mismo ambiente donde deben formar su personalidad, y ordenar sus emociones, aprender a querer y ser querido, y que tiene sobre ellos autoridad absoluta. Esas son las alternativas: suicidarse moralmente o pasar por encima de todo su marco afectivo y de referencia y convertirse en el ser indeseado por los demás, incluidos sus padres, hermanos, Dios, la patria y todo lo que le han dicho que está bien. Es probable que si no lo logran del todo el sistema hipócrita los señale además, como que se auto discriminan, que no salen de un closet que previamente les construyeron. Y si salen del closet los felicitarán como un gran logro personal, haciendo la vista gorda del closet en sí mismo.

También es posible que cuando ese individuo se atreva a contar que es lo que no se debe ser sus buenos padres naranjas lo sometan a unas sesiones de tortura y despersonalización llamadas “terapias de reconversión” para que se odien, pero amen a “la familia”, que no tendrá que pasar por la vergüenza de contar que tienen en su seno a uno de esos. Bueno, los estudios de género demuestran hasta el hartazgo la inmoralidad de semejantes familias y de semejantes iglesias. Si se puede ser diferente al modelo fijo y general de hombre y mujer, también es posible no ser heterosexual o no serlo del todo. Piensen ahora en ese niño en nuestra época que se ha encontrado con un ambiente bastante mejor y que observa que hay una corriente política que quiere oscurecerlo todo otra vez, a ver si la palabra violencia queda grande o queda chica.

Benedicto XVI se encuentra con aquella crisis de los abusos en un mundo donde se liberan las normas de género. Lo que ocurre como consecuencia es justamente un ambiente donde hay muchas menos cosas que esconder, donde los niños no son atosigados con consignas y mensajes de lo que no pueden mostrar y de lo que no pueden hablar, donde no habría tantas víctimas disponibles para ejercer en el sótano lo que se niega en el living y en la cocina, una actividad abusiva de menores indefensos desajustados, que permanecerán desajustados y escondidos de sí mismos el resto de sus vidas. No pueden fortalecerse los denunciantes o todo el plan encubridor sería imposible. Si del sexo y del género no se habla del abuso del sexo menos. Por eso el género como apertura y la educación sexual como información molestan tanto y tienen que ser combatidos y por eso también la izquierda ha descubierto que si los agita convierte a sus oponentes en esos burgueses asustados que son más fascistas que nadie, como decía Bertolt Brecht.

¿Sería tan fácil el abuso y el silencio por décadas si los niños fueran informados del significado de la sexualidad y prevenidos de lo que unos adultos pueden querer hacer con ellos? A eso es a lo que combaten esas corrientes que quieren preservar a la familia de individuos que nacen en su seno mandados por el demonio y que un día los podrían denunciar; es a lo que le llaman “sexualizar a los niños”.

Ante un delito conocido y difundido debe haber una política criminal, que empieza por prevención, no por represión. El estado debe proteger contra el crimen a los menores y si el crimen más común que sufren es el abuso sexual, debe hacer algo para que no ocurra y dado que tiene escuelas es el mejor lugar para realizar ese trabajo preventivo.

En esta parte del mundo que es tan cristiana, está plagado de ómnibus naranjas preservando lo que ven como la heterosexualidad amenazada, mencionando cosas que los religiosos de antes consideraban impúdicas como los penes y las vulvas, pero grupo alguno de creyentes que como tales se hayan manifestado por la sexualización abusiva sobre ellos de adultos que representan al credo que dicen que los protege (y se los trae) del comunismo. En Francia nada más, porque se investiga, se han detectado trescientos mil casos en los últimos setenta años. Gente que firma peticiones contra la enseñanza del género en nombre de su credo y de su partido está lleno, pero ninguno saca a sus hijos de los colegios donde pasó todo eso. Vemos grandes movimientos políticos alrededor de un cristianismo hecho a medida de esos temores, ninguno alzado contra el abuso.

Parece que esto explica mucho mejor la revuelta contra el conocimiento del género y sus variantes que el plan marxista más idiota de la historia, consistente en tomar el poder mediante la difusión de la homosexualidad. Y parece también que las consecuencias de esta resistencia con estas tendencias políticas de derecha antiliberal no caen solo sobre quienes pertenezcan a alguna de las siglas que maravillosamente representan a la individualidad, al punto en que cada vez hay que agregar más letras porque la humanidad no cabe en caja alguna. Finalmente parece que tanto acierto hay en la perspectiva de género que ante el solo conocimiento de la variedad de las personalidades que se pueden adoptar y de las sexualidades que existen, hay que salir a defender la heteronormalidad con actitudes de adolescentes que buscan adaptarse a los modelos ya siendo grandes y generar toda una revuelta política que lo oscurezca todo otra vez.

Después llega este liberalismo encorsetado de ahora que quiere candidatos que bajen impuestos y regulaciones, pero que aleje a “la familia” del peligro de la luz. Un liberalismo para los que se ven “lindos” como dice Javier Milei. Con muchas más razones los que sean llevados a vivir en un ambiente hostil odiarán a su capitalismo y lo entenderán como falaz, hipócrita y siniestro. No los podría objetar por eso.

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