Quería esperar a que pasase el día 15 de Noviembre, fecha en que estaba citada la población descontenta cubana a manifestarse por el respeto a los derechos humanos en la isla o contra su violación, a pedir por presos políticos encarcelados a partir de los hechos del 11-J.
El gobierno de Díaz Canel saca pecho diciendo que “muchos dentro y fuera del país se quedaron vestidos para la fiesta”, se felicitan de haber impedido una marcha pacífica, prohibiéndola primero y luego sacando las fuerzas represivas a la calle, policías uniformados, policías de civil, turbas de esbirros y lamebotas de toda la vida, con palos y cabillas, simulando ser vecinos que respondían de manera espontánea, para impedir a los organizadores salir de sus casas, y a cualquier audaz atreverse a salir con indumentaria blanca.
Festejan como un triunfo que en la revolución de los pequeños burgueses para los humildes, se haya reprimido de manera eficaz, brutal tras el 11-J a negros y mulatos de los barrios más humildes, y se haya prevenido con un despliegue de atemorizantes fuerzas desaforadas dispuestas a todo con tal de ganarse sus libras de picadillo de puerco con un 98% de jutía, su refrigerador, o su ansiado carnet de chiva que garantiza prioridad para entrar al tiro de laguer, con empapadas pergas gratis, y croquetas de bollo de yegua a dos pesos.
Celebran haber conseguido aplastar el más elemental derecho humano consistente en manifestar un desacuerdo, un descontento, unas ideas, intenciones, manifestar que existen diferentes maneras de entender la construcción del país, incluso del propio socialismo; imposible de violar en las sociedades democráticas donde hay decenas de partidos políticos, de radios, televisiones, periódicos, publicaciones, editoriales, esos países que aún miran hacia otro lado cuando de represión en Cuba se trata, porque siguen respondiendo a esa intima reminiscencia guardada en lo más profundo, justo bajo la vergüenza por los renuncios propios, por los abandonos de las propias teorías, ideas o luchas revolucionarias para destinar las energías al progreso económico, y mantenerlas sempiternamente depositadas en una heroica isla del Caribe desde el año 1959.
Se vanaglorian de haber sofocado el ansia de expresión, no de dañar a alguien, no de encarcelar como hacen ellos, no de golpear a los diferentes, ni siquiera de insultarlos, y mucho menos de someterlos a sus designios por décadas bajo la amenaza de sus vidas; sólo manifestarse, sólo exigir mayor respeto a la diversidad, solo mostrar que hay una energía, una corriente de pensamiento que no acompaña la decrepitud y decadencia en todo sentido que está experimentando Cuba, ya absolutamente descolgado de los sueños utópicos revolucionarios de un inicio, de las ideas de emancipación de libertad y progreso de su población, de dignidad y honor de la revolución.
Hoy los revolucionarios, a todas luces, aunque prefieran no reconocerse con ese término tan afectado por las constantes traiciones, son los y las valientes que trabajan desde sus periódicos independientes sin sembrar terror, sin la más mínima violencia, es más recibiéndola cada día, son los que crean arte contestatario, los que participan de la vida de su pueblo pero no siendo un obsecuente más en el hundimiento de la nave hasta las sombras del fondo de la Historia, sino intentando contribuir a mejorar su país, el futuro de sus hijos, de su gente.
Hoy los revolucionarios son los que salen a pintar nuevamente el aire de esperanzas. Un barniz que recoge la belleza del framboyán, del mar pacífico, del mango, de la música en el viento y la gracia de las caderas la caminar y vuelva a elevar todo a la categoría de belleza, de deseos, de alegría, un cañonazo de optimismo.
Pero ojo, esa buena voluntad pacifista, de amor por la tierra y por su gente no debe ser mancillada, humillada, golpeada y maltratada hasta extremos en que un día se conviertan en la razón que esgrimían los revolucionarios franceses en 1789 “quien siembre miseria recolecta ira”, porque tras ese día nadie saldrá ganando, pero con toda seguridad, unos habrán perdido mucho más que otros.
Al margen del alarde de represores efectistas y las tan banales excusas que esgrimió el Gobierno para impedir y reprimir la marcha, creo que es hora que el mundo, tanto los bien intencionados que guardaban esa hoja seca del clavel del primer amor en su diario de juventud, como los que sacan provecho de ello, alcen su voz, y asesten su puño sobre la mesa diciendo ¡basta!
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