Fraude en Nicaragua: las declaraciones no son suficientes, debe tomarse acción

La maniobra de Ortega el 7 de noviembre, reiterada en Cuba y Venezuela, debe unir a las democracias del mundo contra los regímenes autoritarios

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Nicolas Maduro, Miguel Diaz-Canel, Daniel Ortegay el castrista Bruno Rodriguez (Reuters)
Nicolas Maduro, Miguel Diaz-Canel, Daniel Ortegay el castrista Bruno Rodriguez (Reuters)

El mundo sabe que en Nicaragua no hubo una elección libre y así lo ha manifestado en sus pronunciamientos. No sólo la región sino las democracias del mundo, saben que lo sucedido el 7 de noviembre de 2021 fue un evento político organizado por Daniel Ortega, quién valiéndose de los mecanismos democráticos y burlándose de ellos, reafirmó una vez más un sistema dictatorial que está acabando con la vida de los nicaragüenses. Este fraude repetido y perpetuado, hoy reiterado en los casos de Cuba y Venezuela, debe llamar al mundo democrático a la reflexión sobre el verdadero alcance de la lucha contra las dictaduras de nuestros tiempos. ¿Estamos haciendo lo suficiente?

Daniel Ortega es un dictador, y así debemos llamarlo, con todas sus letras, sin tapujos. Llamarlo dictador no sólo significa la lucha por la democracia de todo un país, sino que reivindica y valora la resistencia del valiente pueblo nicaraguense, que a pesar de la terrible persecución que implica oponerse a la dictadura, mantiene importantes bastiones de lucha que multiplican su mensaje de auxilio al mundo en voces como: Cristiana Chamorro, Félix Maradiaga, Juan Sebastián Chamorro y Daysi Tamara Dávila, a quienes reconocemos y aplaudimos por su firmeza.

Llamar a Ortega de otra forma que no sea dictador, sería revictimizar a toda la sociedad nicaragüense. Ortega burló toda forma republicana al igual que lo hizo Maduro en 2018, quien producto de la resistencia democrática venezolana, y una vez derrotada la propaganda del régimen, fue expuesto como un dictador pues carece de toda legitimidad constitucional. Así se muestra hoy Ortega al mundo, así operan las dictaduras de nuestros tiempos, y ante eso hay que actuar.

En el caso de Venezuela, el costo y el dolor de la dictadura es incuantificable para la región. La crisis migratoria y de refugiados, la promoción del terrorismo y narcotráfico, los delitos del lesa humanidad, la emergencia humanitaria compleja que tiene a 76.6% de la población bajo el índice de pobreza extrema, el ecocidio a gran escala con la explotación ilegal de recursos naturales para financiar sus mafias, y esto es sólo la punta del iceberg.

No podemos permitir este destino en otros países, es aterrador tan sólo proyectarlo. El mundo democrático debe tomar acción para enfrentar estos regímenes de terror. El destino de los sistemas autoritarios es el desprecio de sus pueblos y de la historia, pero la realidad de la gente que los padece, es el dolor y el sufrimiento prolongado.

Por esto es deber de los demócratas enfrentarlos en todos los planos. Ser sólo descriptores de la tragedia en pleno siglo XXI, con la información viajando a la velocidad de la luz, sería soportar de manera indolente a los criminales y hacer de la impunidad a estos dictadores aliento a otros populistas en el mundo. No sólo están Ortega y Maduro, sino el heredero de los Castro, Díaz Canel, que es un incentivo para la proliferación de las dictaduras no sólo en América, sino en el mundo. Con mirar a Bielorrusia o Myanmar podemos tener un reflejo claro ante el cual no podemos voltear la mirada.

Quienes luchamos por la democracia debemos construir un frente unificado que haga responsable a los dictadores por crímenes cometidos, que reúna la fuerza de todos para avanzar contra las dictaduras y rescatar la dignidad de los pueblos. No son suficientes declaraciones y comunicados, debe tomarse acción. El objetivo central debe ser proteger a los más vulnerables y hacer de la Carta Interamericana un instrumento de defensa real a la democracia viva, no meramente referencial para ONG’s, defensores de derechos humanos y pueblos oprimidos.

El compromiso con el planeta en medio de la lucha para preservarlo para la futuras generaciones no sólo se circunscribe a la necesaria protección de la acción del hombre sobre el ambiente, como se debatió ampliamente en la COP26, sino también abarca la necesidad de revisar la acción del hombre sobre el hombre mismo, para proteger la dignidad humana y para que las futuras generaciones sean libres, y puedan hacerse responsables no solo del planeta, sino de su conducta como humanidad.

Hago un llamado a reforzar el trabajo que hacen los defensores de la democracia a nivel mundial en la primera línea de batalla, y al mismo tiempo llamo a la reflexión a los líderes del mundo democrático sobre cuáles son los mecanismos que hoy están disponibles para hacer contrapeso a los regímenes dictatoriales. ¿Qué herramientas para tomar acción están disponibles?, ¿Son suficientes?, ¿Cómo construimos mecanismos más eficientes?

El mundo se debate hoy entre la lucha por la democracia y la proliferación de los regímenes autocráticos. No es una batalla sencilla, pero tenemos que darla en defensa de la dignidad de nuestra gente. Hagámoslo unidos.

* Juan Guaidó es presidente encargado de Venezuela

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