Daniel Ortega: de la revolución progresista a la dictadura perfecta

A partir de ahora, la región debatirá en el seno de la OEA qué hacer con Nicaragua. Se escucharán voces denunciando el fraude, se escucharán voces apoyando un triunfo inexistente, y se escuchará también el silencioso sonido que crece como el cáncer

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(AFP)
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¡Maldición! Fidel Tenía razón. Posiblemente ese pensamiento agobiaba a Daniel Ortega y a su circulo íntimo la noche del 25 de febrero de 1990. Haber convocado a una elección con una amplia observación electoral de la comunidad internacional había sido un grave error, y Fidel Castro se lo había advertido. Los miles de observadores electorales y conteos rápidos le otorgaban a Violeta Chamorro un triunfo indiscutido. El expresidente Jimmy Carter y los jefes de las delegaciones de la OEA y la ONU intentaban en vano comunicarse con Daniel Ortega para que reconociera el triunfo de Violeta Chamorro. Las horas pasaban y Ortega no aparecía. ¿Estaría hablando con Fidel para intentar alguna magia milagrosa en el escrutinio final?, o tal vez simplemente el mazazo de 54% de votos en contra lo había paralizado.

Finalmente, la reunión ocurrió y Ortega reconoció la derrota. Carter acudió a la joven edad del derrotado, para convencerlo de que la vida le podría dar otra oportunidad para llegar a la presidencia. El expresidente Carter no se equivocó y Ortega regresó a la presidencia. Pero, lamentablemente, la enseñanza democrática de Carter fue remixada con la menos democrática de Fidel, y ahora Ortega volvió para quedarse.

Las nuevas dictaduras o autoritarismos no calzan botas. Las botas están, pero como dijo Carpentier, nuestra región es una crónica de lo real maravilloso y las nuevas botas se esconden detrás de apariencias de democracia que engañan a seguidores enceguecidos por falsas ideologías, o sencillamente por corrupción. Los ejemplos van in crescendo: comenzó Fujimori en Perú, Correa en Ecuador, Chávez y Maduro en Venezuela, Cristina Kirchner en Argentina; y lo están haciendo Bukele en El Salvador, López Obrador en México y Bolsonaro en Brasil. La lista es penosamente larga.

El fraude en las elecciones en Nicaragua comenzó con la decisión del Tribunal Supremo de Justicia en el 2009, que abrió el camino a la reelección indefinida. Ortega fue construyendo el autoritarismo desde que recuperó la presidencia en el 2007, cooptando rápidamente todos los poderes del Estado y persiguiendo a la oposición y a la prensa.

Como pasa en todas las dictaduras, la represalia a las críticas se responde con sangre. Cárcel, tortura y muerte son el único menú en la mesa de los dictadores. En el 2018, frente a las protestas de miles de estudiantes, el régimen de Ortega asesinó a más de 300 personas, entre ellas varios niños. Y cuando se aproximaban las presentes elecciones, el mensaje de Fidel Castro ignorado en 1990 floreció con todo su esplendor, y Ortega envió a la cárcel o al exilio a todos los líderes de la oposición que podían poner en riesgo su reelección. Si bien Venezuela tiene el triste honor de ser el primer país investigado por la Corte Penal Internacional (CPI), en el radar del Fiscal de la CPI ya debe estar titilando un punto rojo cuando sobrevuela Managua.

Cuando asuma su nuevo mandato en enero de 2022, Daniel Ortega tendrá mas días en la cima del poder que cualquiera de sus tres némesis de la dinastía de los Somoza, que él ayudó a derrotar en 1979. A los Somoza y a Daniel Ortega los une un profundo desprecio por los valores democráticos y los derechos humanos. El desafío de Nicaragua es similar al de nuestra alicaída región. La lucha no es entre izquierdas o derechas. Las ideologías han pasado de ser banderas movilizadoras de millones de personas, basadas en valores y principios universales, a meras etiquetas de botellas vacías, aprovechadas por líderes corruptos o incapaces, carentes de convicciones, que llegan al poder más por la fuerza de la inercia, que por la de las ideas. La verdadera lucha está entre los que creen en el Estado de derecho y los que no.

Daniel Ortega y Rosario Murillo (Reuters)
Daniel Ortega y Rosario Murillo (Reuters)

A partir de ahora, la región debatirá en el seno de la OEA qué hacer con Nicaragua. Se escucharán voces denunciando el fraude, se escucharán voces apoyando un triunfo inexistente, y se escuchará también el silencioso sonido que crece como el cáncer, como cantaban Simon & Garfunkel. Muy posiblemente en la reunión de la OEA no pase nada significativo, y Ortega continuará saqueando Nicaragua y violando los derechos humanos de millones de personas, que buscarán formas de huir a mejores tierras para escapar de la violencia y el hambre. Lamentablemente, la lista de países a donde huir es cada vez menor.

¿Qué hará la errática política exterior Argentina, que como el mítico monstruo de la Hidra de Lerna desde hace dos años cuenta con varias cabezas? ¿A qué coro de voces se sumará? ¿Al que defiende los derechos humanos y la democracia, como cuando denunció las represiones en Colombia y Chile?; ¿o al coro de voces que apoyaron al régimen de Maduro retirando la denuncia ante la Corte Penal Internacional, a pesar de la manifiesta evidencia de crímenes de lesa humanidad que acaba de ser ratificada por el Fiscal de la CPI?; ¿u optará por el silencio, como ha hecho en otras oportunidades? Pero antes de saber cuál cabeza de la Hidra planteará la posición argentina, tal vez nos enteremos a través de un comunicado de prensa de la Cancillería mexicana. La reedición de las relaciones carnales con el peor México del PRI de López Obrador guía nuestra política exterior. Triste final de una diplomacia que supo tener liderazgo regional y mundial.

Daniel Ortega ya no es el joven a quien el presidente Carter convenció de que acepte la derrota, y que sabía que su estirpe podía tener una segunda oportunidad sobre la tierra. Ortega el Viejo sabe que si abandona el poder ya no va a tener otra oportunidad. Su decisión es esperar su final en el trono de los dictadores latinoamericanos.

*Santiago A. Canton es Director, Peter D. Bell Rule of Law Program, Inter American Dialogue

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