Casi como efecto de una reiteración sin solución, en los últimos días surgieron nuevas tensiones en el estrecho de Taiwán, el canal que separa China Popular de la República de China (Taiwán).
Durante cuatro días seguidos, en una demostración de fuerza a vista de todos y en coincidencia con un nuevo aniversario de la fundación de la República Popular en 1949, unos ciento cincuenta cazas de las Fuerzas Armadas chinas (PLA, por sus siglas en inglés) sobrevolaron el espacio aéreo taiwanés.
Los hechos elevaron la inquietud del gobierno norteamericano que los consideró como un acto de intimidación y agresión. El asesor de seguridad nacional Jake Sullivan reconoció que la Casa Blanca está “profundamente preocupada” por el menoscabo de la paz en el estrecho. Y sostuvo que las acciones de Beijing resultan “desestabilizantes” y una amenaza a la paz y la seguridad global. Sullivan reiteró que si bien el Presidente Joe Biden ha asegurado que no abandonará a sus aliados en la región a pesar de su compromiso con la One China Policy adoptada en los años setenta a partir del reconocimiento de Beijing como genuino representante de China en el Consejo de Seguridad realizado por la diplomacia de Richard Nixon y Henry Kissinger.
Como es sabido, con una población de veinticuatro millones de habitantes bajo un sistema capitalista y democrático, Taiwán se considera un estado soberano independiente desde hace siete décadas. Más precisamente desde la instalación del gobierno nacionalista del mariscal Chiang Kai-Shek en la isla de Formosa, tras la derrota en la guerra civil china que determinó el ascenso al poder en Beijing de Mao Tse-Tung. Pero los jerarcas del PCCH consideran a la isla una provincia rebelde. A la vez, la retórica oficial incluye un permanente reclamo por su reunificación.
La tensión en el estrecho volvió a incrementarse el segundo lunes de octubre cuando informaciones del Ejército Popular de Liberación dieron a conocer que habían llevado a cabo ejercicios militares de desembarco en playa y asalto en la provincia de Fujian, ubicada precisamente a unos ciento ochenta kilómetros frente a Taiwán.
Días antes, el presidente Xi Jinping reiteró su vocación de “reunificar” el país, lo que en los hechos implica una amenaza de recuperar Taiwán. Al tiempo que la presidente taiwanesa Tsai Ing-wen rechazó la “coerción” recordando que “no se inclinará frente a Beijing” y que “solamente el pueblo decidirá sobre su futuro”. Su premier Su Tseng-chang advirtió que China estaba mostrando su músculo militar causando tensiones regionales y su ministro de Defensa Chiu Kuo-cheng advirtió que China podrá invadir la isla en 2025.
Tal perspectiva, desde luego, intranquiliza gravemente a los habitantes de Taiwán. En especial a partir de la traumática experiencia atravesada por los ciudadanos de Hong Kong, para quienes la fórmula de “un país, dos sistemas” adoptada en 1997 no alcanzó para impedir las draconianas medidas restrictivas de sus derechos adoptadas por Beijing.
Otros puntos adicionan conflictividad entre la República Popular China y la República de China. Una eterna disputa territorial por el dominio de las islas Senkaku -actualmente bajo control japonés- separa a ambas por el reclamo de derechos de soberanía en base al criterio de proximidad geográfica.
A comienzos de 2021, pocos días antes de la inauguración de Biden, la saliente Administración Trump había anunciado el levantamiento de una serie de restricciones que limitaban las relaciones diplomáticas entre Washington y Taipei y había elogiado a través del entonces secretario de Estado Mike Pompeo la “vigorosa democracia” taiwanesa al tiempo que había condenado duramente la represión ordenada por Beijing sobre Hong Kong. Entonces, esas declaraciones fueron interpretadas como un intento por condicionar las acciones de sus sucesores. Dichas suspicacias reaparecieron recientemente cuando, según una información revelada por el Wall Street Journal el jueves 7, un grupo de fuerzas especiales norteamericanas y un número no especificado de Marines habrían mantenido ejercicios de entrenamiento a las fuerzas taiwanesas, en lo que es considerado un aumento del compromiso de Washington en el conflicto.
En tanto, desde el Gran Salón del Pueblo, Xi Jinping aprovechó su discurso en ocasión del aniversario de la revolución que derrocó a la última dinastía imperial en 1911 (fecha que Taiwán considera su día nacional) para prometer concretar la “reunificación” con Taiwán a través de medios pacíficos y denunció que el “separatismo” constituye un “peligro para el rejuvenecimiento nacional”. Xi aseguró que la cuestión de Taiwán “es un asunto puramente interno de China” frente al cual no aceptará “interferencias externas”.
Naturalmente, el Politburó del PCCH es especialmente celoso respecto al cumplimiento estricto de la regla del reconocimiento de su soberanía bajo la llamada fórmula de la One China Policy, a la que consideran una piedra angular del orden global vigente. Observadores recordaron que, a diferencia de los occidentales, los chinos están dotados de la virtud del arte de experar, una conducta decisiva para la consecución de metas de largo plazo.
El aumento de tensiones entre China y Taiwán -y sus consecuencias frente a su relación con los EEUU- tienen lugar en el marco de la severa crisis energética que enfrentan los jerarcas de Beijing, en lo que muchos interpretan como la manifestación de una debilidad estructural del país. Una realidad que podría estar mostrando las fragilidades de la superpotencia económica del siglo XXI.
Según estudios de medios especializados, la escasez en el suministro de energía en el gigante asiático ha adquirido una dimensión no experimentada en la última década y sus consecuencias podrían tener un impacto a escala global, aumentando el precio de la energía y una disminución de los bienes producidos en China, provocando una desaceleración de la recuperación de la economía mundial post-pandémica. Una interpretación sostiene que, en vista a una posible disminución de la tasa de crecimiento de la economía, el liderazgo chino podría estar intentado jugar una carta nacionalista aumentando la retórica en relación a Taiwán.
A su vez, las tensiones en el estrecho se producen en el marco de las dificultades de la relación bilateral más trascendente del mundo actual. Un vínculo caracterizado por una interrelación económica determinante combinado con una persistente guerra comercial, permanentes acusaciones por el avance chino en materia de telecomunicaciones y sus derivaciones en materia de ciberespionaje, divergencias sobre el estatus de Hong Kong y sobre la situación de los Derechos Humanos de los uigures (musulmanes) en la provincia de Xinjiang y los no menos relevantes señalamientos que Washington y otras capitales occidentales han hecho por lo que consideran la actuación irresponsable de China en el orígen del COVID-19 y el gigantesco daño de escala universal provocado en consecuencia.
Es en éstas condiciones en que se producen las últimas fricciones en torno al siempre delicado equilibrio en el estrecho de Taiwán. Las que transcurren en medio de las complejas relaciones entre los dos gigantes llamados a rivalizar en el siglo XXI. Donde un eventual conflicto directo entre China y los EEUU por Taiwán aparece como un escenario improbable, al tiempo que un incremento de la tensión asoma como inevitable.
Mariano A. Caucino es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador en Israel y Costa Rica