Entender a Luis Lacalle Pou no es sencillo para aquellos que no auspician ideas liberales, por esa razón algunos afirman que es sinónimo de derecha o de neoliberalismo. En realidad, los que no creen en la idea de “libertad” -como motor de la sociedad en la que se vive- no terminan por comprender el potencial de las ideas liberales y se consideran con la potestad de cancelarla por un ideal de menor entidad. El que censura bajo una supuesta superioridad moral es un autoritario, aunque presuma ser de mente abierta.
Luis Lacalle Pou posee un perfil liberal-humanista como hace bastante tiempo no venía emergiendo en la región latinoamericana en sus liderazgos políticos (junto a Iván Duque y Sebastián Piñera se puede afirmar que constituyen una retaguardia liberal regional, aunque, en realidad, ellos poseen una perspectiva filosófica que no se ajusta exactamente a lo que Luis Lacalle Pou ofrece). Es que estamos acostumbrados a los “ismos” de los eternos colores de siempre (populismo, progresismo, etc) por lo que alguno se podría confundir con el presidente uruguayo al ubicarlo en algún “ismo” conocido. En ciencia política cometemos ese error habitualmente.
Luis Lacalle Pou no es sinónimo de liberalismo, defiende sí ideas liberales, pero no es un liberalismo a secas. No asume ortodoxias en un tiempo no ortodoxo. Por otra parte, convengamos en que no existió nunca el liberalismo puro en ningún lado, excepto en los libros como análisis teórico y en las tertulias de café. En parte, por eso el pensamiento retrógrado (los verdaderos conservadores) inventaron el término de “neoliberalismo” para demonizar las ideas económicas liberales y así ofrecer un cuco visible para vituperar.
Luis Lacalle Pou proviene e integra un partido fundacional de los más antiguos del mundo. En el Uruguay, los blancos son nacionalistas pero no bajo una premisa de encierro geográfico sino que su mirada es en torno a valores que consideran prioritarios. En eso, el contencioso político lo mantuvieron con el otro partido fundacional (los colorados) que observaron una postura más urbana históricamente. En Wikipedia ambas colectividades están descriptas como de: “centro” o “derecha”, me temo que eso debería ser corregido por la verdad histórica dado que ninguno de los dos partidos políticos se asume nítidamente así.
En el presente, a ambas visiones políticas -la historia y la realidad- las ha ido aproximando, y así ambos colectivos están del lado de la libertad, del estado de derecho, de la apertura económica, de la inversión como generadora de trabajo y del combate a los autoritarismos donde se instalen. Y esto último corre desde lo interno hasta lo externo. Allí, los partidos políticos históricos -junto al algunos otros que irrumpieron en escena- han quedado del lado de la biblioteca humanista, mientras el grueso de la histórica izquierda quedó ubicada bajo una visión dirigista en lo estatal, lábil hacia todo lo nuevo (allí se va desde el justo reclamo por los derechos de la mujer -siempre penosamente postergados- a petitorios de entidades que no siempre poseen la potestad -teniendo o no razón- para elevar la voz hiriendo al otro) y asimilados a fenómenos que vienen con el ominoso copyright de la “revolución” que en los hechos nunca existió en cuanto tal y ha derivado en sórdidos totalitarismos regionales que a esta altura causa vergüenza presenciar los vericuetos retóricos y obscenos de sus defensores.
El Uruguay de los acólitos a Luis Lacalle Pou (incluyo acá a los cinco partidos políticos que lo asisten en su coalición de gobierno denominada Coalición Republicana por muchos) no simpatiza con la idea de “violencia” en ninguna expresión que la misma pudiera albergar. Allí, se advierte otro matiz (no tan irrelevante) con la izquierda histórica que asume como válidos ciertos fenómenos de agitación política u ocupación de espacios privados en el plano sindical. Hay aún una izquierda que no se exaspera ante actuaciones violentas por parte de grupos minoritarios que se sienten legitimados a despreciar públicamente a la policía, que asumen cierto odio explícito hacia los militares -creyendo que siguen siendo los de los años ‘70- y que consideran válida la expresión violenta en alguna movilización como parte de aquello que puede suceder hacia quien se lo “merezca”. Solo describo comportamientos. Los hechos se juzgan solos. Es verdad, el Uruguay por idiosincrasia no posee una “grieta” -como otras sociedades latinoamericanas- pero tiene si modelos políticos que a poco de analizarlos con detenimiento poseen divergencias puntuales y no son menores. Y muchas duelen.
Las ideas liberales de Luis Lacalle Pou ponen foco en la “inversión” como productora de un círculo virtuoso generador de “trabajo” y mejorador de la competitividad. Esto parece simple y no requeriría ideología. Sin embargo, no crea el lector que cualquier tipo de inversión le sirve al presidente uruguayo. En esto, Luis Lacalle Pou posee una escala de prioridades que son las que le interesan a su país, las que ambientan un entorno amigable para las empresas tecnológicas, y a ellas se les produce una pista de aterrizaje atractiva en el terreno impositivo. Por eso, la cifra de cientos y cientos de estas empresas instaladas en el pequeño Uruguay (plagado de empresarios extranjeros que son players globales residiendo ahora allí) no asombra a nadie en el país de José Gervasio Artigas: todos saben que esa tierra es buen lugar para afincar esos emprendimientos porque el Estado (como garante) vela por sus existencias, mientras todo se hace de forma estable, sin devaluaciones confiscatorias y no se deshonran los compromisos internacionales, porque se sabe que un país sin confianza pierde respetabilidad internacional. Es verdad también, en no pocas oportunidades los ex presidentes del país (de todos los partidos políticos uruguayos) suelen estar juntos en momentos especiales de la nación mostrando una madurez cívica que resulta encomiable. Esa foto de sensatez republicana alimenta con certidumbre la idea de que el Uruguay es distinto.
Es cierto, en alguna época el Uruguay fue pecaminoso en la atracción hacia la inversión financiera “non sancta” (a través de un formato de sociedades anónimas que hace años se eliminó); hoy está claro que el camino es por el lado del conocimiento, la tecnología, la innovación tecnológica, lo audiovisual y las energías renovables junto al clásico menú agroexportador, cárnico y maderero, todo de forma transparente, bien transparente. Y en un país turístico por excelencia.
Luis Lacalle Pou es entonces un liberal en el sentido popperiano, de esos que creen que la sociedad abierta es mejor que la sociedad cerrada, de los que apuestan por la gente (vive controvirtiendo a Thomas Hobbes en su visión negativa del hombre), de los que consideran que el llamado de la tribu (al decir de Mario Vargas Llosa) es bueno no respetarlo mientras se va por lo nuevo y así se supera el presente con mejor presente. Su accionar posee cierto optimismo nietzscheano (me criticarán por rozar un tabú que consideran posee otra propiedad filosófica, lo lamento) y asume con estabilidad emocional mucho vendaval político de coyuntura que la política produce siempre (hay trabajo introspectivo en su psiquis para ello, no se llega a ese punto de madurez de regalo, eso no lo captan demasiados).
Por esto, no es de extrañar que Luis Lacalle Pou tome el riesgo de ir por detrás de un tratado de libre comercio con la República Popular China sabiendo que no todas serán alegrías, que habrá momentos complejos, pero que no se puede vivir en un mundo aislado en una región que no termina por entender la metonimia de la integración como Mercosur. Y asume ese riesgo a cuenta de insistir, igualmente, con un mejor Mercosur si es que ese anhelo fuera convergente entre los socios del bloque regional. A la vez, emite mensajes a Estados Unidos que su mirada no está cerrada para acuerdos de mayor entidad con la nación del norte. O sea, juega de defensa, de medio campo y de delantero. ¿Acaso merece alguna objeción un enfoque de esa naturaleza? ¿Es de derecha o izquierda esa búsqueda de mercados para su país procurando poder vender más lo que se produce? ¿O no es esa la opción necesaria para una nación que tiene que luchar en una región caracterizada por la turbulencia a bordo y donde la cooperación no siempre está al alcance de la mano? ¿De veras cabe la descalificación para alguien que hace esgrima fino para conectar mercados y así beneficiar a su población con más emprendimientos laborales en su tierra?
Los liberales, los que somos liberales de veras, los que defendemos ideas liberales al final del día comprendimos que la noción de libertad es la única redentora, que el Estado en sus dimensiones despóticas es depredador y solo produce quebrantos en los derechos cuando se extralimita violentando derechos humanos, alimentando autoritarismos morales (y de los otros) y pulverizando al estado de derecho con el virus de excesos de todo tipo cuando se apodera malamente de él. Por eso Luis Lacalle Pou no se amilana cuando controvierte a dictadores cara a cara, porque no les teme filosóficamente, no le teme a la corporación que siempre está instalando el maniqueísmo de la teoría del enemigo creyendo que el malévolo imperialismo es el culpable de cuanta desgracia existen en el planeta. De tan frívolo el argumento no se comprende como aún hay gente que cae en la trampa al asumirlo.
La verdad es que el modelo del mercado en competencia es lo único que hay, y no siempre le va bien, pero le va mejor que a los que creen que pueden existir con mercados cerrados, con estados prebendarios y clientelares. No, no es cierto, no existen, solo son muertos que no asimilan su partida de defunción. Esa es la única evidencia empírica. Y la globalización, lo sabemos, no piensa en los proletarios, los usa, por eso un buen liberal es aquel que con los instrumentos que posee busca la prosperidad para su pueblo sin abusar de su propio Estado (creyéndolo inagotable) y así logrando en base a la apertura comercial que “los más humildes sean los más privilegiados” en base a la generación de un espacio fértil donde privados y públicos entienden cada uno su rol. (Dixit José Artigas remasterizado). Todo lo demás son palabras que se las lleva el viento. Inversión más trabajo, con menos peso del Estado produce más prosperidad. Esa es la fórmula. Ni magia, ni inventos, realismo puro.
Observe el lector las 20 mejores economías de calidad del mundo y advertirá cuales son los que países asumen la competencia y la democracia como hoja de ruta, es el mix que produce el tan afamado estado de bienestar que aún lucha y vive. Esto es como preguntarle al navegador del teléfono móvil un destino y luego no usarlo porque nos gustan los viejos mapas de papel. Murió ese mundo, al igual que los mercados cerrados, murieron o terminan aniquilando a sus encerrados ciudadanos.
El presidente Luis Lacalle Pou recorre la dirección racional, lo hace con la convicción de las ideas liberales, por algo en medio de una pandemia y una crisis planetaria como nadie nunca imaginó, las encuestas le siguen otorgando un significativo respaldo. No se le regala a nadie esa adhesión de la opinión pública, la obtiene con una tenaz gestión de gobierno. Sus detractores creen en el mito de la publicidad oculta por detrás de la pantalla, en ingenierías comunicacionales y en inventos que son solo explicaciones de algo que les está pasando por delante y no logran decodificar. Quizás deberían observar lo real de lo que está aconteciendo: cuando un líder posee foco, está convencido de su narrativa, la aplica con lógica cartesiana, comunica a diario sus acciones, teniendo claro además que no posee siempre la verdad revelada, pero poniendo dedicación absoluta en su tarea y honestidad intelectual en su mensaje, es entonces difícil a semejante servidor público erosionarlo con palabras fútiles, retóricas vanas y latiguillos a la moda.
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