Quizás el mito latinoamericano más perdurable es el de El Dorado, una ciudad hecha de oro que fue la razón de ser de la mayoría de los conquistadores. Una vez encontrado, los conquistadores no tenían la intención de escalar o mejorar la producción de oro, sino de tomar lo que pudieran y regresar a España para comprar castillos y títulos nobiliarios. Sin embargo, el mito fue la fuente de inspiración para las políticas públicas en el dominio español.
Sin duda, las políticas públicas metropolitanas crearon innumerables pequeños dorados mediante la reducción del libre comercio, la asignación a la corona de la propiedad sobre los recursos naturales de las tierras americanas y la exigencia de licencias para desplegar cualquier actividad productiva. Estas políticas crearon monopolios efectivos para el beneficio de unos pocos en detrimento de los muchos. Porque no importa cuán educado o preparado para desplegar iniciativas productivas fuera un súbdito de la corona española, él o ella solo podía hacerlo a través de órdenes reales. Las licencias reales se otorgaban a través de relaciones privilegiadas, excepto cuando la corona estaba a punto de quiebra, en cuyo caso se vendían a muy buenos precios.
Personajes emprendedores como Benjamin Franklin, por ejemplo, tendrían que convertirse en contrabandistas para crear los sistemas de comunicación de los que fue pionero en Estados Unidos. La independencia no cambió el corazón de las políticas públicas regionales, y 500 años después de la Gira por el Caribe de Don Cristóbal Colón, América Latina está poblada por naciones que han perdido persistentemente el tren del desarrollo a pesar de compartir territorio con la economía más grande y vibrante del mundo hasta el momento.
América Latina no logró convertirse en el proveedor de productos manufacturados de bajo costo para los Estados Unidos o Europa después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento Estados Unidos había entrado en la economía industrial y el espacio que abandonó en el terreno de las manufacturas fue ocupado por Japón. Esto retrata la ausencia de capacidad emprendedora de la región cuando un país destruido por la guerra y distante del mercado mayor del mundo pudo ocupar el sitial manufacturero rebasado por el gigante norteamericano. Tampoco logró asociarse adecuadamente con los organismos multilaterales financieros para construir la infraestructura comercial que daría un impulso a sus industrias.
Finalmente, pareciera haber perdido la llave de ingreso a la economía verde y los beneficios del redespliegue industrial post COVID-19.
La pregunta que entonces surge es: ¿Podría la región romper con el patrón de montes y valles que ha caracterizado su crecimiento para colocarse en una órbita estable que evite la destrucción de riqueza? La respuesta corta es ‘no si no adopta el libre comercio’.
Para entender por qué bastará con elevar su vista a la región norte de nuestro hemisferio. Allí se encontrarán a las naciones más prósperas: Estados Unidos y Canadá. Ambos con clases medias considerables y vibrantes. Ambos con suficiente demanda agregada para soportar el consumo actual y la innovación en curso. Ambos con una fuerte adhesión al estado de derecho y la separación de poderes. Ambas son naciones donde impera el libre comercio. Luego haga una pausa para mirar a México. A pesar de disfrutar de la bendición de una población considerable, históricamente el patrón de crecimiento de la economía mexicana fue de picos a valles , excepto por el período de Porfirio Díaz, cuando el comercio fue liberado dentro de un esquema de modernización autoritaria. Pero mientras el crecimiento económico avanzaba el marco institucional colonial garantiza la exclusión de las masas de los beneficios de la creación de riqueza. Díaz fue depuesto en 1911 y el patrón de desarrollo zigzagueante se convirtió en lo normal. Hasta 1994 cuando México firmó un tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos. Desde entonces la tasa de crecimiento se estabilizó en un 1,4%.
El NAFTA provocó un aumento en el comercio y la inversión. La mayor parte del aumento provino del comercio entre Estados Unidos y México, que totalizó $481.5 mil millones en 2015, y el comercio entre Estados Unidos y Canadá, que totalizó $518.2 mil millones. El comercio trilateral pasó de $288 millones a $1,034 desde 1993 al 2015. Además, México experimentó el crecimiento más grande y significativo en la formación de la clase media en las Américas después de los Estados Unidos y Canadá. También se llevaron a cabo las más audaces reformas políticas para fortalecer la separación de poderes y establecer un banco central y una autoridad electoral independientes.
En resumen, México rompió el mito de El Dorado para convertirse en el mayor exportador mundial de pantallas planas para la electrónica. Algo de este tipo tiene que suceder en el resto de la región, tal vez el ALCA no fue una mala idea como lo describió Celso Amorin, el canciller brasileño a quien no pareció importarle mucho las tasas de crecimiento cuando boicoteó el proyecto respaldado por Estados Unidos.
Seguir leyendo: