Cuando el COVID-19 golpeó el mundo a principios de 2020, pocas ciudades estaban preparadas para soportar las ondas de choque que iba a imponer en los sistemas urbanos. En los despachos y salas de juntas de los responsables de la toma de decisiones, el número de camas de hospital, las unidades de cuidados intensivos o el tiempo que tardaban los servicios de emergencia en responder a los residentes eran temas que rara vez ocupaban el centro de la mesa de debate.
Transcurridos dieciocho meses de la pandemia y con el 95% de los casos de COVID-19 detectados en las ciudades, este panorama ha cambiado radicalmente. Ahora ha quedado claro que los países y las ciudades con los sistemas sanitarios, de gobernanza, económicos, de bienestar social y medioambientales más sólidos estarán mejor preparados para los choques del mañana. Ya sea una pandemia, una inundación devastadora, una ola de calor, un incendio o un terremoto, ¿cómo pueden entonces las ciudades aumentar su preparación? En el futuro, debemos preguntarnos cómo garantizar que las ciudades sean lo suficientemente “inteligentes” como para adaptarse a los cambios del presente y del futuro.
Entonces, ¿cómo se mide el “coeficiente intelectual” de una ciudad?
En 2015, el Comité Económico de las Naciones Unidas para Europa (CEPE), junto con otras 16 agencias de la ONU, creó los “Indicadores clave de rendimiento (KPI) para ciudades inteligentes y sostenibles”. Esta metodología contiene 91 indicadores de los ámbitos de Economía, Medio Ambiente y Sociedad y Cultura. Los KPI son el punto de partida para el desarrollo de los “Perfiles de Ciudad”, es decir, evaluaciones basadas en datos que miden la inteligencia y la sostenibilidad. A día de hoy, esta metodología se ha probado en más de 150 ciudades de todo el mundo.
Durante la pandemia de COVID-19, la capacidad de respuesta, la preparación y la capacidad de los sistemas sanitarios municipales demostraron ser una medida clave de la “inteligencia”. En este contexto, los KPI miden el “coeficiente intelectual” de una ciudad mediante la evaluación de diversos criterios: el número per cápita de camas hospitalarias públicas y privadas, el tiempo que tardan los servicios de emergencia en responder a los residentes, el número de habitantes cubiertos por un seguro médico o el porcentaje de habitantes de la ciudad cuyos historiales médicos están registrados en la administración pública, entre muchos otros.
A medida que las ciudades emprenden su camino hacia la recuperación social y económica, la relevancia de los KPI es asombrosa: ¿Cuál es el número de empresas activas en la ciudad? ¿Cuántas empresas cerraron en los últimos 12 meses? ¿Cuántas nuevas se han creado? ¿Qué porcentaje del presupuesto municipal destina la ciudad a la I+D de las nuevas empresas? ¿Cuánta deuda tiene la ciudad? En esencia, los indicadores clave de rendimiento ofrecen una indicación útil de los aspectos en los que una ciudad lo hace mejor o peor. Así, midiendo el rendimiento de una ciudad en diferentes áreas, resulta más fácil identificar los puntos débiles y, por tanto, determinar dónde hay que intervenir.
La amplitud de los KPI es tal que las ciudades pueden utilizarlos para obtener información sobre una gran variedad de cuestiones urbanas. Por ejemplo, la movilidad urbana, la gestión de los residuos sólidos, el tratamiento de las aguas residuales, la asequibilidad de la vivienda, la expansión urbana, la digitalización de los servicios públicos a través de las TIC, etc.
Pero, ¿cómo se benefician concretamente las ciudades de las pruebas de los KPI?
Pues bien, aunque a menudo existen datos localizados, suelen estar dispersos entre múltiples actores a nivel nacional, municipal y no gubernamental. Dado que estos actores se esfuerzan por comunicarse eficazmente entre sí, los Perfiles Urbanos para Ciudades Inteligentes y Sostenibles condensan los datos urbanos en un solo lugar, facilitando a los responsables de la toma de decisiones una evaluación más exhaustiva de sus vulnerabilidades y la priorización de las acciones pertinentes de cara al futuro.
Los indicadores clave de rendimiento y los perfiles urbanos se aplican como “facilitadores”, estableciendo efectivamente el vínculo entre los datos brutos y los proyectos concretos de infraestructura sobre el terreno. Por ejemplo, en Bishkek (Kirguistán), una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, el perfil de ciudad de la CEPE descubrió importantes problemas en la vivienda informal, el transporte público y el tratamiento de aguas residuales, entre otros.
La CEPE se asoció con la Iniciativa de Desarrollo de Ciudades para Asia para ayudar a financiar un estudio de viabilidad por valor de 500.000 dólares. En los próximos meses, Bishkek podría acceder a hasta 10 millones de dólares para las tan necesarias mejoras de las infraestructuras. Para una ciudad que cuenta con un presupuesto de 120 millones de dólares y que actualmente está estancada debido a la COVID-19, los KPI podrían resultar extremadamente importantes para ayudar a elevar la calidad de vida sobre el terreno. El trabajo sobre los KPI en las ciudades no ha hecho más que empezar. A medida que la pandemia continúa y que los trabajos de recuperación económica y la transición a sistemas urbanos netos se hacen más urgentes, un número cada vez mayor de ciudades está pidiendo que se prueben los KPI. La conclusión es clara: a medida que los retos se hacen más complejos e interrelacionados, las ciudades no tienen más remedio que aumentar su coeficiente intelectual.
* Tommaso Bassetti es consultor de la Unidad de Vivienda y Gerenciamiento del Tierras de la Comisión Económica para Europa (UNECE).
Entrevista originalmente publicada en UN Today.