“B’nai B’rith Chile” y “Comunidad Judía de Chile”, organizaciones de la sociedad civil, llevan adelante un ciclo de conversatorios con los diferentes candidatos presidenciales. Es una actividad natural para todo grupo que represente una identidad o un interés, y que sea parte de una sociedad plural y democrática. La más reciente sesión ocurrió el día 14 de septiembre con Gabriel Boric, candidato de “Apruebo Dignidad”.
Dicha fuerza política descansa sobre un pacto de la izquierda entre Boric, un joven diputado del Frente Amplio, a su vez una coalición, y Daniel Jadue, alcalde de Recoleta y miembro del Partido Comunista. En julio pasado Boric derrotó a Jadue en elecciones primarias, obteniendo con ello la nominación.
Además de la agenda clásica de la izquierda, un tema inusual aparece con frecuencia en sus debates hoy: el Estado de Israel y sus políticas, la filosofía e ideología sionistas y, en consecuencia, la propia identidad judía. Ello no es casual, se deriva del hecho que el alcalde Jadue ha tenido notorias expresiones antisemitas, aún con sus actuales responsabilidades públicas no solo las que pudiera haber manifestado como ciudadano particular siendo estudiante, por ende joven e inexperto.
Tanto es así que muchos analistas coinciden en que buena parte del apoyo a Boric habría obedecido a los temores generados por los prejuicios—léase el racismo—de Jadue. El problema para Boric—un parlamentario amplio y de convicciones democráticas—es que la cuestión persiste en filtrarse en su campaña, generándole problemas y empañando el beneficio de un encuentro con un grupo de relevancia en el país.
Desde sectores de la izquierda y la comunidad palestina se escucharon voces contrarias a la invitación, urgiendo a Boric a rechazarla. Su posterior presencia en el evento—que ocurrió debido a la vocación de diálogo por él expresada, lo cual merece elogio—generó críticas a la comunidad judía y también a Boric.
El ejemplo más extremo, pero similar a muchos otros, fue el de BDS Chile (Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel): “rechazamos categóricamente la participación del Diputado y candidato a la presidencia Gabriel Boric en la charla organizada por dos organizaciones sionistas. [Su] participación cumple con el mandato de estas organizaciones que tienen por fin blanquear la imagen de este Estado criminal”.
En la conversación, sin embargo, Boric mantuvo posiciones cercanas al planteamiento critico de BDS, refiriéndose explícitamente a la política de ocupación de Israel como criminal y que un gobierno suyo supeditaría cualquier tratado con dicho país a un respeto estricto a los derechos humanos, aún si fueran convenientes para Chile. Ni BDS ni la comunidad palestina de Chile le “perdonaron” su presencia a pesar de los conceptos similares a sus puntos de vista.
En realidad, ello va en línea con expresiones anteriores de Boric. En ocasión del año nuevo judío de 2019, la comunidad le envió un tarro de miel como saludo. Agradeció el gesto agregando que “podrían partir por pedirle a Israel que devuelva el territorio palestino ilegalmente ocupado”. En marzo del mismo año, en una reunión en el Congreso, le había recriminado al presidente de la comunidad judía que “¡Ustedes están cometiendo un genocidio en Palestina!”
Tal vez Boric no lo sepa, pero comentarios de este tipo satisfacen la definición de antisemitismo de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) por “Considerar a los judíos como responsables de las acciones del Estado de Israel”. De hecho, en julio de este año, un grupo de 591 mujeres chilenas, judías, le envió una carta señalando el punto precisamente.
Esta errónea atribución de responsabilidad casi siempre se usa para invalidar al sionismo, una sutil, discursiva y relativamente pacífica, pero no menos corrosiva, forma de antisemitismo. El sionismo es un movimiento político nacido a fines del siglo XIX y basado en el principio que el pueblo judío, en una diáspora milenaria, es merecedor de su propio Estado, a su vez establecido en 1948. Como tal, expresa una ideología esencialmente nacionalista, no muy diferente a la que se expresa en varios Estados europeos de la actualidad.
De ahí que cuestionar al sionismo implique necesariamente impugnar la propia existencia del Estado de Israel. Invalidar dicho sentimiento nacionalista, es decir, el deseo de un pueblo a tener su propio Estado—su propio hogar, en la metáfora de una comunidad imaginaria—es deslegitimar una identidad; en este caso la judía.
Como operación intelectual, ello además implica desconocer la realidad, es decir, negar la existencia de lo que ya existe, el Estado de Israel, o peor aún, proponer su eliminación. Es lógicamente consistente, por ende, que los “anti-sionistas” jamás cuestionen a Hamas y a Hezbollah, organizaciones para las cuales la desaparición de dicho Estado es la médula de su declaración de principios. Los miles de cohetes sobre la población civil israelí en mayo pasado lo evidencian.
Negar el derecho de dicho Estado a existir es antisemitismo porque ese Estado no está separado de la supervivencia del pueblo que lo constituye. No se puede negar el derecho a la existencia del Estado de Kosovo sin cometer una violación flagrante de los derechos de los kosovares. Es imposible disputar la existencia del Estado de Bosnia sin que ello implique un crimen; por ejemplo, como ocurrió en el pasado, la limpieza étnica de los bosnios. Son ejemplos relevantes en tanto, al igual que Israel, ambos Estados son el hogar político de una identidad especifica, una comunidad definida en sentido étnico, cultural, lingüístico y religioso.
Muy diferente es la crítica que se le pueda formular a ese Estado en la figura de su gobierno y sus políticas: exterior, migratoria, demográfica, militar, o la que sea. De hecho, ello es materia de un vibrante debate dentro de Israel. Solo alcanza con leer los editoriales y columnas de opinión en el periódico Haaretz para tener una idea de la agenda de los pacifistas, la izquierda y varios grupos progresistas de la sociedad israelí, una sociedad abierta y un sistema político democrático.
De regreso a Chile, debe subrayarse que Boric está entrampado en un calculo electoral complejo, sus chances de triunfo dependen de no perder a los votantes de Jadue, por ello seguramente refuerza su discurso anti-sionista, que es antisemita, repito. Tal vez crea que eso le será útil en la elección, pero no debería olvidar que Jadue fue derrotado por su propio racismo.
Y además tiene que ilustrarse sobre esta problemática para ser un presidente de peso, ni que hablar para ser un estadista. Ocurre que en temas de principios y valores no suele haber términos medios. Que el mundo sepa que en Chile prevalece una izquierda antisemita es un daño al país y a su reputación.
SEGUIR LEYENDO: