Es innegable, y con mucha frecuencia se analiza, la influencia del totalitarismo cubano y sus métodos de infiltración, espionaje y represión, sobre Venezuela. Mucho menos frecuente es el análisis de la influencia democratizadora que han podido tener los venezolanos sobre Cuba. Sin embargo, en la hermandad que han establecido los regímenes de Cuba y Venezuela existen vasos comunicantes y bidireccionalidad. Tan notoria es la quijotización de Sancho como la sanchificación del Quijote… y la venezolanización de Cuba puede estar siendo tan importante como la cubanización de Venezuela.
La historia de estos dos pueblos caribeños ha corrido en paralelo desde hace seis décadas. A fines de 1958 las tropas de Fidel Castro y el Che Guevara derrocaban al dictador Fulgencio Batista para instaurar la revolución cubana. Un poco antes, en enero de ese mismo año, los venezolanos derrocaban la dictadura de Marcos Pérez Jiménez para instalar la democracia. Castro murió en su cama de dictador en Cuba en 2016, y ya para ese entonces diez presidentes se habían alternado democráticamente el poder en Venezuela.
El primer viaje internacional que realiza Fidel Castro, a pocos días de haber asumido el poder, es a Venezuela, precisamente. Habría recibido apoyo en la Sierra Maestra del recientemente electo presidente Rómulo Beatancourt, en forma de dinero y armas, y venía a agradecérselo personalmente, y a pedir más apoyo de esa joven república petrolera, que ya era próspera.
Castro dio en Caracas un mitin multitudinario donde agradeció al pueblo venezolano su apoyo: “A este pueblo bueno y generoso, al que no le he dado nada y del que los cubanos lo hemos recibido todo, le prometo hacer por otros pueblos lo que ustedes han hecho por nosotros”.
Algo le debió sonar mal a Betancourt en la arenga y el petitorio, que rechazó de plano la propuesta; cosa que les haría, desde entonces, enemigos irreconciliables.
El episodio, sin embargo, no hizo que Castro cejara en sus esfuerzos de hacerse con Venezuela. Tenía incluso más razones para vengarse, porque la denominada “doctrina Betancourt” pronto fue adoptada en casi todo el continente americano, exhortando a la ruptura de relaciones con gobiernos de origen dictatorial.
Unos años después, en 1967, ya durante el gobierno de Raúl Leoni, Castro alentó una invasión de guerrilleros cubanos y venezolanos que tenían como misión financiar y entrenar la lucha armada en Venezuela y repetir el éxito de la Sierra Maestra, esta vez contra un gobierno democrático. Las Fuerzas Armadas Venezolanas capturaron a los guerrilleros cubanos, y Betancourt les dirigió la famosa frase: “Díganle a Fidel Castro que cuando Venezuela necesitó libertadores, no los importó, los parió”.
Años más tarde, en 1992, Hugo Chávez hizo su incursión en la política venezolana con un fracasado y sangriento golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez. Fidel era aliado de Carlos Andrés, y Chávez era un oscuro personaje de escasa significación. Sin embargo, tras recibir el beneficio de una amnistía, Fidel le invitó en 1994 a Cuba y le recibió con honores de jefe de estado. A partir de allí se iniciaría una relación de mutuo afecto e interdependencia política, de la que Fidel obtuvo financiamiento y Chávez know-how revolucionario.
Chávez llegó al poder por la vía democrática en 1998 y en el año 2000 suscribió un convenio formal de cooperación con Cuba, “de orden educativo, deportivo, comercial y de salud, entre otros”. Ese “otros” esconde quizás lo más importante: fórmulas para la represión, el control social y la infiltración de las Fuerzas Armadas. Datos oficiales cifran en 227 200 los colaboradores cubanos que habrían estado en Venezuela hasta 2018. Son muchos, sin duda, casi una ciudad del tamaño de Camagüey.
Una sociedad profundamente democrática
Si las cifras son ciertas, cinco de cada cien adultos cubano en edad de trabajar habrían estado en Venezuela desempeñando distintas labores. El cubano que pasó unos meses en Venezuela volvió a casa siendo otro. Había sido testigo de una dinámica política muy distinta, mucho más rebelde y reivindicativa. Conocía ya otros aires, otros estándares de vida, y también otras demandas por valores no estrictamente materialistas. La sociedad venezolana es profundamente democrática y durante los últimos veinte años ha luchado con fuerza por tratar de impedir que la democracia le sea arrebatada.
Las protestas cubanas tuvieron como incentivo la crisis sanitaria motivada por la Covid-19, pero las demandas de los manifestantes no son por vacunas, sino por libertad. La isla tenía meses inquieta en pequeños espacios culturales, la rebelión del movimiento San Isidro y el poderoso lema Patria y Vida, banda sonora del cambio político cubano, llevaba meses creando un clima antisistema que parecía insignificante. Pero no lo era.
La intensidad de las protestas, su potencial viral y su rápida expansión geográfica sorprendió a todos. “Sorprende y conquista”, como reza un viejo precepto de doctrina bélica rusa. La sorpresa suele ser fuente de errores estratégicos y la nomenklatura cubana no fue la excepción. Díaz-Canel llamó a la represión masiva y los videos de autobuses oficiales trasladando a hombres armados de palos para disolver las manifestaciones se han hecho virales.
Un modelo caducado
El 11 de julio Cuba cambió. El modelo demostró haber caducado. El sofisticado diseño de espionaje y control social que permitía abortar los problemas antes de que ocurrieran demostró que ya no funciona. Ese modelo de dictadura no-tan-sanguinaria, que ejercía la crueldad sólo al detal, era compatible con un modelo económico anclado en el turismo. Pero ahora la isla entró en un punto de no retorno: “Han derrumbado el extenso sistema de espionaje y prevención. El Gobierno esta vez ni se enteró; se debilitó el miedo y su autoridad sobre los de abajo”, analiza el exguerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos. Hemos visto vídeos donde se grita asesino al otrora temido Ramiro Valdés, vicepresidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de Cuba.
El régimen debe decidir ahora si se abre a las demandas ciudadanas o si, por el contrario, recrudece la dictadura y con ello cierra las puertas de su potencial turístico. Como también lo hace Maduro en Venezuela, Díaz Canel se plantea el “morir matando” como opción, pero la comunidad internacional debería impedirlo.
La realidad de Cuba 2.0
En cada foto que vemos de multitudes en protesta hay decenas de teléfonos inteligentes grabando los episodios. Si bien durante décadas Cuba fue uno de los países menos conectados del mundo, y no dejó entrar la internet móvil hasta diciembre de 2018, hoy, con una penetración a Internet del 57%, Cuba 2.0 es ya una realidad. El régimen cortó el WhatsApp y las redes sociales tratando de abortar la crisis, pero, aún sin internet, los teléfonos inteligentes comparten vídeos e información vía bluetooth, y el intercambio de materiales con memorias USB es parte de un arraigado y singular esquema de comunicaciones en la isla. Llevar un USB a cualquier reunión social es un ritual en la interacción sociocultural cotidiana de los cubanos.
Tras la catástrofe económica y humanitaria de Venezuela, derivada de una gestión pésima, Cuba viene experimentando una fuerte crisis económica. Otra suerte de “período especial” como el experimentado cuando dejó de ser parte de la órbita de la Unión Soviética. Cuando Biden ganó la elección presidencial norteamericana el pasado noviembre, la isla alentó la esperanza de una reactivación económica con más turismo y menos sanciones.
Se ha dicho que el petróleo de Cuba es su Cancillería, puesto que el ejercicio diplomático de los cubanos es considerable y de influencia global. Todos las piezas de la cancillería cubana tratan de incidir para que desde muchos gobiernos se presione a Biden. Así, La Habana viene empujando diplomáticamente desde noviembre por un reinicio de las negociaciones, en el punto donde las había dejado Obama, pero el gobierno de Biden ha dado señas de que eso no va a pasar sin que se cumpla la contraoferta de la democratización, como lo ha afirmado también para el caso venezolano.
También como en Venezuela, Cuba no es sólo el país que habita dentro de sus fronteras. En términos reales son países con una península añadida: la del exilio. Alinear las posturas de dentro y fuera no siempre es fácil, pero la democratización exige el esfuerzo. Un 20% de los cubanos y un 15% de los venezolanos viven fuera de su país, y el país del exilio cuenta con cierta influencia económica y política en sus nuevos destinos.
Durante estos días tan acontecidos, el régimen de Maduro parece colaborar con el cubano al intentar que los reflectores noticiosos globales se alejen de Cuba. Privilegiando los intereses de la isla sobre los suyos propios, Maduro recrudeció la represión contra la oposición mientras se encontraba de visita diplomática la misión de la Unión Europea que evalúa la seriedad de la convocatoria electoral de noviembre en procesos regionales. Los dos regímenes son uno solo, y con frecuencia lo demuestran. Nada está escrito aún, pero Maduro y Diaz-Canel hasta ahora parecen acompañarse mutuamente al cementerio, y buscar ser enterrados juntos…
*La autora de este artículo es Profesora de Comunicación Política en la UNAV e IESA (Venezuela y Panamá), Universidad de Navarra. Artículo publicado originalmente en The Convesation
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