Las entrañas del monstruo

El 11 de julio, los cubanos que salieron a registrar y compartir las protestas espontáneas que se sucedieron en al menos 50 localidades diferentes mostraron las entrañas del monstruo que ha sido la revolución cubana

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Imagen de archivo de una bandera cubana colgando en una calle en el centro de La Habana, Cuba. 15 de julio, 2021. REUTERS/Alexandre Meneghini/Archivo
Imagen de archivo de una bandera cubana colgando en una calle en el centro de La Habana, Cuba. 15 de julio, 2021. REUTERS/Alexandre Meneghini/Archivo

Entre 1882 y 1895, el poeta cubano José Martí vivió exiliado en la ciudad de Nueva York. Desde allí, escribía las famosas crónicas sobre Estados Unidos que fueron principalmente publicadas en el diario La Nación de la Argentina. Su escritura, por momentos anclada en el tedio y el barroquismo del siglo XIX, fue poco a poco encontrando un estilo propio para narrar lo que él mismo llamó las “entrañas del monstruo”. Sin embargo, como buen moderno, Martí mostro siempre sensibilidad para los horrores que producía el capitalismo, los desquicios de la política republicana, la deshumanización de la gran ciudad, pero también para sus enormes posibilidades de emancipación. Una de las escenas más hermosas de esa esperanza es la imagen de un niño, marginal, vendedor de diarios, que lee sentado un último periódico a los pies de la estatua de Washington la madrugada siguiente a los festejos del Centenario.

El pasado 11 de julio, los cientos de cubanos que salieron a registrar y compartir las protestas espontáneas que se sucedieron en al menos 50 localidades diferentes, mostraron las entrañas del monstruo que ha sido la revolución cubana.

Lo primero que se podía ver a tempranas horas eran miles de manifestantes saliendo a las calles en entornos de pobreza, en algunos casos de pobreza extrema. Como los cuerpos martianos, aquellos que marcharon el domingo llevaban las marcas del sistema que los ha explotado. Cuerpos frágiles, demasiado esbeltos, con tapabocas artesanales los que podían, y vestidos con ropa gastada, añejada contra un entorno que parecía haberse detenido en el tiempo. La pobreza en Cuba se ve en el deterioro de las viviendas, en los autos reliquias, en la falta de un espacio público digno. Las primeras imágenes nos mostraron que Cuba se parece mucho a los barrios pobres de América Latina.

Con el correr de las horas, otras imágenes mostraron las entrañas del monstruo. Los “avispas negras” contrastan con los cuerpos de los manifestantes en todo los aspectos. Vestidos pulcramente, con calzados relucientes, cuerpos fornidos, bien alimentados y entrenados, se movían de forma sincronizada. Una maquinaria de reprimir en una situación de total asimetría. Los “avispas negras”, sin cabeza, sin corazón, obedecen ciegamente. Si hay emociones, quedan ocultas en su paso rítmico y teleológico. Un solo objetivo: los cubanos de a pie que solo tienen como arma sus teléfonos, y eso en los casos en los que los tienen, porque los celulares son un lujo.

La represión no es nueva en Cuba. La violencia que destruye y aplasta no es nueva. El régimen ha quebrado varias y conocidas voluntades. La declaración de Heberto Padilla tiene todas las marcas textuales que dejan adivinar la superioridad represiva del régimen, su furia y su impiedad. Lo nuevo es que la represión se haya llevado adelante a plena luz del día, en el espacio público y que miles de ojos la hayan registrado de forma detallada.

Para quienes han querido negar la violencia de la revolución, tapar el sol con la mano resultará difícil, tal vez imposible. El régimen puede gritar embargo, bloqueo, imperio, pero la violencia está ahí y continúa ahí. En estos últimos días, los ojos cubanos están registrando la forma en que las fuerzas de seguridad buscan quirúrgicamente extirpar a los líderes de las protestas. El problema es que los que han provocado esas manifestaciones son ellos mismos. No hay líderes, hay derechos vulnerados hace décadas.

Lo más probable es que las entrañas del monstruo sigan mostrándose, porque el monstruo solo conoce violencia. Y en ese sentido, quienes sostienen dentro y fuera de la isla la legitimidad de ese régimen tendrán costos cada vez más altos que pagar. Tal vez no haya marcha atrás porque quienes salen son jóvenes y, en cambio, quienes se perpetúan en el poder tienen el tiempo en su contra. Pero entre el presente y esa esperanza futura que Martí nos enseña a buscar hasta en el pozo más fétido, está el dolor de las víctimas, de los desaparecidos, de los detenidos. Tienen nombre y rostros. Conocerlos acerca el futuro.

*Cecilia Noce es Coordinadora del Proyecto Defensa de la Libertad de expresión Artística de CADAL

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