Uruguay pateó la mesa en el Mercosur. Sin estridencias. Con previo aviso. Uruguay hizo lo que debía hacer. Con serena valentía asumió el riesgo de la intemperie. Abandonó la protección del bloque. Dejó su estado de comodidad. Asumió que la comodidad era condena y actuó. Lo hizo con respeto y firmeza. Pasando por las necesarias etapas de la discusión y el convencimiento, pero actuando con clara determinación. Esperar aburre y Uruguay decidió forzar la situación. Pasó a los hechos. Nunca amparado en una fuerza militar, política o económica que no tiene. Solo cobijado por la libertad y el derecho. Escudado en la firmeza de la razón hizo lo que hay que hacer sin medir costos.
Los pequeños del Mercosur necesitaban avanzar en acuerdos de libre comercio. Lo determina su propia condición. El chico no tiene otra opción que la libertad. Solo el comercio libre le habilita la posibilidad de trabajar. Debe trabajar para el mundo y abastecerse del mundo. No tiene alternativas. Cerrarse es desabastecerse en pocos días y es condenar al desempleo al compatriota. La razón de la creación del Uruguay como Estado independiente fue precisamente el ejercicio del libre comercio. Uruguay es un país de economía abierta. No cabe otra opción a una economía pequeña, dependiente y tan al sur. En la selva de los países, el pequeño debe moverse siempre. La quietud se paga. La siesta no existe jamás. No puede descansarse en ventajas porque jamás impondrá privilegios. Su camino único es la apertura y la inteligencia.
El artiguismo fue libertad de comercio. Legal o ilegal. A través del Puerto de Montevideo o de puertos alternativos. En un ida y vuelta por las fronteras terrestres. Fuimos patente de corso como inteligente medida de defensa militar basada en la conquista de la libertad comercial. La negociación de la Independencia, luego de la batalla de Ituzaingó o del Paso del Rosario para otros, tuvo la participación y el apoyo de Lord Ponsomby. La Inglaterra mercantilista siempre impulsora de la libertad comercial reconoció esa alternativa para estas tierras. De libertades comerciales es el siglo XIX y de aprovechamiento de oportunidades comerciales es buena parte del XX. Hubo momentos de gloriosa apertura y también tiempos de siembra de proteccionismos que invariablemente fracasaron. La conciencia de este determinismo de apertura ha venido ganando espacio en el pensamiento nacional. Ya nadie hace planteos de economía cerrada copiados a las potencias mundiales o continentales.
La pandemia del COVID-19 fue la prueba del nueve de este razonamiento. Hubo necesidad de cerrar fronteras. No se pudo. A pesar del riesgo sanitario, el pasaje de mercaderías no se pudo detener. Hubiera significado el desabastecimiento y el paro. Uruguay necesita exportar sus excedentes al mundo para sobrevivir. No puede consumir su producción de alimentos. El mercado interno no los absorbe. Tampoco tiene posibilidades de exportación de minerales o productos tecnológicos sofisticados. Hay que vender lo que se produce. También hay que comprar. En la mayoría de los bienes que importamos, el desabastecimiento se produciría en menos de 90 días. No existe posibilidad alguna de sustitución de esas importaciones. No lo existe por las inversiones necesarias y porque no sería rentable realizarlas. Hubo que comercializar bienes a pesar del riesgo sanitario. Cerrarse no es opción.
Un informe del Economista Agustín Iturralde del CED explica la caída del PBI en Uruguay durante el primer semestre de 2021. El nivel de actividad cayó por el consumo y por las exportaciones. El consumo público creció. Tuvimos enorme caída del consumo privado. Las exportaciones de commodities presentaron un significativo crecimiento. Bajó el Turismo. En la Contabilidad Nacional el Turismo se computa como exportaciones. El cierre de fronteras lo derrumbó. Cayó el comercio, la gastronomía, la hotelería, los viajes. El sector externo sufrió el cierre de fronteras para las personas. El interno la caída de la movilidad (Uruguay nunca tuvo confinamiento obligatorio) y el empleo. Si alguien todavía sueña con muros, la realidad da marrones para derribarlos.
El derecho del bloque ampara el camino tomado por el Uruguay. La resolución 32-00 que no permite a ningún país del MERCOSUR avanzar en negociaciones con terceros países de forma solitaria jamás fue internalizada. Nunca pasó por el Parlamento. Uruguay respetó lustros de negociaciones. Hizo planteos en pos de mayores libertades y apoyó planteos en idéntico sentido. Tuvo aciertos y tuvo errores. Amparó la afrenta hecha al Paraguay cuando se le castigó porque su gobierno libre no acompañaba el ingreso de totalitarios al bloque. Fue feo. Era una Triple Alianza de este tiempo. No debió suceder. Insistió en la necesidad de mayores grados de libertad aun en tiempos de gobiernos colectivistas. No tuvo suerte. Siempre hubo alguien que frenó el acuerdo. Esperó con paciencia. Había que decidir y se decidió. Con diálogo y al amparo del derecho. Como debe ser se hizo.
Uruguay comercia con Argentina en el orden del 4% de sus exportaciones de Bienes. Con Brasil en el orden del 13%. Antes de la pandemia llegó a colocar el 31% de sus exportaciones en la China y el 17% en la Unión Europea. La pandemia mejoró la participación de los mercados regionales pero igual mantuvo a China como primer destino en el orden del 21%. La Unión Europea superó el 10% y los Estados Unidos se mantuvieron en el orden del 7%. Con esto decimos que la matemática de la Balanza Comercial también da pie a la medida tomada por Uruguay. Es razonable dejar de pagar aranceles para ingresar a los mercados de extra-región que ya ingresamos y que alcanzan el mayor porcentaje de nuestro comercio exportador. La ventaja está en costos de ingreso y en potencial ampliación de mercados. En hacer lo que debemos hacer, que es vivir del mercado externo porque el interno no lo permite. El Uruguay necesita mejorar mucho su rattio de exportaciones sobre PBI. Todavía está en rangos similares a los de un país de enorme mercado interno como Argentina.
El comercio mundial es cada día mas libre. Los TLCs se producen y se reproducen entre países y entre bloques. El MERCOSUR los restringe. Cambian las Presidencias pro-témpore y todo sigue igual. El mundo avanza en una dirección y el MERCOSUR sigue empantanado en sus debates internos. Con su muro del 12,5% promedio para proteger ineficiencias y pagando para ingresar a cada mercado al que se quiere exportar. Nuestros aranceles de protección ni siquiera son claros. Entre 2% y 35% (0% para medicamentos en pandemia) tenemos de todo. Producto de acuerdos en general circunstanciales, sin criterios homogéneos. Nuestro Canciller Bustillo calificaba al MERCOSUR como bloque autárquico, sin arancel externo común, lleno de excepciones. Decía, con razón técnica, que es más una zona de libre comercio imperfecta que un mercado común. Es así. En vez de criterios rectores, tenemos excepciones. Los grandes las justifican y las disfrutan mucho más que los pequeños. En el quinquenio 2015-2019 Brasil tuvo 212, Argentina 80, Uruguay 17 y Paraguay ninguna excepción. La excepción sustituye la claridad. Necesitamos lo otro porque necesitamos respeto. El grande exhibe su respeto al débil en la claridad y permanencia de las reglas. Reglas no favores. Ese es el camino.
A nuestros exportadores les ofrecemos una falsa protección. Les cuidamos del ingreso de mercancías producidas con mejor eficiencia en otras partes del mundo. El argumento de la protección de la industria nacional es el que justifica la traba arancelaria. Gran mentira. No estamos protegiendo al exportador. Estamos protegiendo al Estado. Si el Estado fuera más pequeño y más ágil, si pesara menos sobre el aparato productivo, la protección no sería necesaria. Los hacemos caros y después les decimos que los protegemos. Está mal. Hacemos doble daño. Al exportador lo hacemos pagar para entrar a cada mercado porque no tenemos tratados de libre comercio. No tenemos tratados porque no somos competitivos y debemos protegernos. Solo que no protegemos a nuestra empresa. Protegemos las gorduras de un Estado que cae en todas las tentaciones.
Al Uruguay le preocupa el Uruguay y le preocupa el MERCOSUR. Escondidos en nuestra caparazón y alejados de la competencia mundial sólo iremos perdiendo competitividad. A la corta o a la larga la vamos a pagar. La pagarán nuestros pueblos. Preocupa el circulo vicioso que hemos creado y alimentado. Preocupa la promoción de la dejadez. Preocupa la protección al ineficiente. Preocupa la no sanción al caro. Preocupa que no nos preocupemos de bajar costos y mejorar calidades. Preocupa que no nos concentremos en eliminar regulaciones innecesarias. Preocupa que no sepamos simplificar. Preocupa que no nos preocupemos de nuestra indolencia porque a todo lo arreglaremos con un punto más de arancel o con un plazo indeterminado para la caída de las barreras falso protectoras.
Es tiempo de otra racionalidad. Es tiempo de un circulo virtuoso. De promover al que mejora procesos y productividades. Al Estado que baja costos tarifarios, impositivos y burocráticos. Es tiempo de competencias y no de monopolios o mercados reservados. Es tiempo de matar exclusividades comerciales. Es tiempo de un Estado que no imponga costos innecesarios de trámites hechos una y mil veces, de laboratorios que estudian y certifican lo ya certificado, de exigencias de técnicos que acompañan para no hacer nada, de exigencias de transportes especiales o de locales especiales para lo que no es especial. El camino es claro. Es ahora o nunca. Ya pagamos los viejos proteccionismos. No sigamos en la trampa.
El camino es la intemperie. La intemperie mueve la acción y exige a la inteligencia. El riesgo mata al vicio. Condena la dejadez empresarial. Limita al Estado en sus sobrecostos y en sus exigencias innecesarias. También deja expuesta a la mala acción sindical. Trabar por trabar detiene y la detención cuesta. Cuesta en dinero y en tiempos. Las dos cosas se pagan con pérdida de mercados. Los mercados son el trabajo. Es tiempo de estudiar y de innovar. De pensar. De ganarle al que está en otro lado. La ventaja de la distancia es en sí mismo una protección. Debe ser suficiente.
El lastre es la mala racionalidad. Es montar protecciones que no protegen. Es esconderse detrás de falsos muros. Argentina no es el lastre. A ningún uruguayo se le podría pasar eso por la cabeza. Pensar eso sería una falta de respeto. No se condice con nuestra actitud de cada verano, en la que recibimos a los argentinos con alegría personal. Con lo que además, aportan los argentinos a la venta de nuestros servicios turísticos. No se condice con nuestro consumo de bienes culturales y de entretenimiento originados en la Argentina. Con las relaciones de respeto y cariño entre nuestros pueblos, esa que no pueden romper las enemistades de los gobiernos. Eso sí, debemos comprender nuestras diferentes realidades. Comprenderlas es señal de respeto, y la amistad empieza por el respeto.
Infobae publica los resultados del Indice Global de Complejidad Corporativa de TMF Group para 2021. Allí Brasil y Argentina ocupan posiciones preocupantes. En el caso de la Argentina la complejidad proviene de los cambios legislativos rápidos e imprevisibles, de la imposibilidad de despedir empleados por bajo rendimiento (tiempo de pandemia), de la dificultad para enviar y recibir divisas y de los altos niveles de inflación. Uruguay no se podría dar ninguno de esos privilegios. Cualquiera de ellos implica costos. Nuestra pequeña economía no los resistiría. Ni a esos, ni a regulaciones y nuevas regulaciones, y regulaciones de regulaciones que a veces observamos en nuestros vecinos, a políticas de doble o triple tipo de cambio, al manejo político de la deuda, a detracciones. No podríamos ni con los fenómenos especulativos que estas prácticas generan, ni con las pérdidas de competitividad por costos todavía superiores a los que ya tenemos por causa de un Estado sobredimensionado.
Me gusta lo que se hizo y me gusta que sé hizo. Va a remover perezas. Va a provocar movimientos. Va a beneficiar al trabajo de la región. Mejorará nuestros hábitos individuales y colectivos. Empezaremos a hacer lo que debíamos hacer y por cuestiones de manejo político no hacíamos. Vamos a devenir en más competitivos y mejores. Vamos a empezar a ser eso que creemos ser. La amistad de las Patrias no se va a romper ni a lastimar. Va a terminar mucho más fuerte. Nos protegeremos en el combate y no en la siesta. Viene un tiempo nuevo. El MERCOSUR va a ser el MERCOSUR.
* El autor de esta columna es senador del Partido Nacional de Uruguay
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