Hay un dicho que asegura “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. La realidad del ser humano, en profundidad, es la misma en cualquier sociedad. Es cierto que las diferencias externas existen, y entonces creemos que lo que suceda con una familia en el norte de Tokio poco tiene que ver con lo que le ocurra a una familia del sur de La Pampa. Pero si aprendemos a raspar los rasgos superficiales, confirmaremos que en ambos casos se encuentran situaciones de miedo, de alegría, de tristeza… lo único que cambia es el causante externo de estas experiencias.
Toda esta introducción es para resaltar que este texto, si bien hace referencia a una conmemoración judía, en realidad se enfoca en un sentimiento compartido por el ser humano. El próximo domingo, según el calendario judío, es el día 9 del mes de Av. Esta es la fecha más triste del año para nuestra religión. Muchas tragedias a lo largo de la historia ocurrieron (¿por coincidencia?) un 9 de Av. La más significativa fue la destrucción del Gran Templo de Jerusalén. Lo conmemoramos viviendo un día de luto en el que ayunamos unas 25 horas, y en el que todo el orden del día está dedicado a vivir el duelo.
Aquí se da la pregunta que excede al judaísmo, y que, creo, todos debemos plantearnos en algún momento: ¿Cómo nos relacionamos con el dolor?
Tendemos, por naturaleza, y casi como un instinto de supervivencia, a escapar del dolor. Estamos programados para vivir en una carrera constante hacia el placer. Esto, de por sí, no es algo necesariamente negativo. La búsqueda de placeres, desde los más bajos hasta los más elevados, puede servirnos como un combustible. Hasta el más holgazán deberá esforzarse si quiere comprarse algo que le gusta. Pero este esquema de una vida por el placer (un tema que obviamente es mucho más complejo, y acerca del cuál podremos hablar en otra ocasión) colapsa cuando nos chocamos contra el dolor. Escribo “chocamos” porque el dolor, al ser algo no buscado, nos impacta sin pedir permiso. Incluso en situaciones predecibles, en las que sabemos que tarde o temprano “lo peor” va a ocurrir, cuando el dolor se concretiza, lo vivimos como un golpe. Una persona con un familiar en coma, Dios no lo permita, sufre igual si le anuncian que el paciente ha muerto. El dolor siempre nos choca. Entonces, en nuestra vida diseñada para buscar el placer, este dolor es una incomodidad. Algo que interfiere en nuestros planes. Nos vemos obligados a ocuparnos del dolor y, la mayoría de las veces, no sabemos muy bien qué hacer con él.
Hay quienes prefieren ignorarlo. “No pasa nada”; “Está todo bien”; “Son cosas de la vida”. Respuestas de ocasión con las que creemos que, si le restamos importancia al dolor, entonces éste va a desaparecer. Como si intentáramos ofenderlo al no darle cabida, esperanzados con que de media vuelta y se vaya.
Otros prefieren taparlo con obligaciones. Se ofrecen como voluntarios en alguna causa, los más osados proyectan armar una fundación, reciben sobre sí un compromiso. Todas estas son decisiones que pueden ser muy positivas en su debido momento. El tema es que aparecen como una “respuesta inmediata”. Como si el dolor fuera un problema que hay que resolver ¡ya!
Los Sabios nos han enseñado que hay una primera cosa que debemos hacer para enfrentar el dolor: darle espacio. Reconocerlo. Identificarnos con él. A la vez, discernir que este dolor, real, no es “todo” en nosotros. Escapar del dolor no va a hacer que desaparezca. Permitirle ser, en cambio, es lo que nos va a posibilitar seguir adelante.
Los Sabios decretaron que el 9 de Av sea un día de ayuno y de duelo. Sin embargo, es interesante ver que a lo largo del día, progresivamente, las leyes de este luto se van alivianando. Durante el primer momento del día, nos comportamos según un duelo absoluto en donde, por ejemplo, nos sentamos en el piso y recitamos las “Kinnot”, unos poemas trágicos en donde revivimos la crudeza de la destrucción del Gran Templo. Ya por la tarde, si bien el ayuno se mantiene, el proceso de duelo se va atenuando, hasta que al final del día rompemos el ayuno y retomamos la rutina. Pero, ¿cómo? ¿Cómo se puede volver a la rutina después del duelo?
Sólo de un modo: empezando por darle espacio al dolor.
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