Estructurales, globales y desiguales. Así son las consecuencias que nos deja la crisis provocada por la expansión ilimitada y exponencial de la COVID-19, que exhibió a sus efectos transformadores las tendencias íntimas que determinaban el mundo prepándemico, provocando un shock, una metamorfosis sistémica de la que todavía no hemos visto más que el inicio.
Este proceso catalizador, al igual que en el cuento de Jorge Luis Borges, parece tentado a sustraer a nuestros líderes del derecho a recordar, al tiempo que los enfrenta a la urgencia inexpugnable de servirse con pericia del microscopio y de los prismáticos en escenarios de profunda vulnerabilidad, impaciencia y desasosiego social.
Los procesos de restauración tradicionales y de corto plazo están destinados a ahondar la desilusión y, cada vez más, se impone la necesidad de líderes —políticos, sociales, sindicales y económicos— con destreza para leer los mapas, activar las brújulas y trazar las rutas con ánimo de consenso, consistente, confiable y creíble en un contexto de una profundidad abisal y de una complejidad insondable.
La inaplazable construcción de un nuevo futuro será inescindible de la capacidad transformadora de estos líderes y, de esta última, su relevancia para los nuevos tiempos, urgentes y convulsos, que se avecinan.
Vulnerabilidad social, desempleo, repliegues nacionalistas. Sobre esas variables se asientan las nuevas fronteras de la realidad, que se nutren de un crecimiento desigual que vuelve cada vez más obsoletos y prescindibles a amplios sectores de la sociedad global.
A pocos días de iniciarse una nueva edición del Foro Económico Mundial de Davos, la institución publicó su nuevo Informe de Riesgos Globales que nos ofrece algunas pistas sobre la percepción que están teniendo los líderes globales acerca de los nuevos riesgos virales.
Entre los más destacados figuran los riesgos provocados por el clima extremo, el fracaso de la acción climática y el daño ambiental estimulado por el hombre; la concentración de poder digital, la desigualdad digital y el fracaso de la ciberseguridad junto a la aparición de nuevas enfermedades infecciosas. En el mismo sentido, en el corto plazo, una profunda crisis del empleo y de los medios de vida amenazan con romper las redes de la cohesión, de la solidaridad y la convivencia social.
Los denominadores comunes parece que son una nueva sensibilidad, más holística, consoladora, consciente de los riesgos y los conflictos estimulados por la acción humana, y un renovado interés por moldearlos al amparo de una nueva esperanza.
La era del hielo, la de las brechas, amenaza con imponerse con su onda expansiva, vertiginosa y brutal, sin oportunidades para muchos sectores sociales. En este marco, las y los líderes relevantes serán aquellos que otorguen previsibilidad en un clima de riesgo inminente, capaces de recuperar la ilusión colectiva, de trazar los caminos hacia las oportunidades futuras y de recuperar la confianza en las instituciones, anteponiendo la esperanza del bienestar a cualquier otro interés y conscientes de que las oportunidades solo cuando son comunes hacen la diferencia.
(*) El autor es asesor de comunicación
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