La actual composición del Senado de los Estados Unidos refleja una polarización del pensamiento político del país del norte.
Con las victorias de Warnock y Ossoff en Georgia, el Senado obtiene una conformación que no tenía desde el centésimo séptimo congreso (2001-2003), donde la paridad es absoluta. Con cincuenta bancas para el Partido Republicano y cuarenta y ocho bancas para el Partido Demócrata, más dos candidatos independientes ligados a los demócratas (Angus King y Bernie Sanders).
Las diferencias entre los partidos políticos más populares del país se evidencia en el Senado, pero ese quiebre tiene un origen en tiempos inmemoriales.
Medio ambiente, cargas impositivas, cobertura universal de la salud, son solo algunos de los campos de batalla discursivos entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Con el tiempo, la fractura se evidenció aún más. Un estudio realizado por Business Insider, refleja la falta de concordancia entre un partido y el otro en cuestiones legislativas en el Capitolio. A través de los años, la cooperación en determinados proyectos fue menor y las trabas realizadas por una mayoría opositora en el Senado contra un gobierno oficialista fueron cada vez más frecuentes en la política norteamericana.
Sin embargo, esta división actual no es para nada ajena a la nación. Finalizando la primera presidencia de George Washington en 1792, se comenzaron a vislumbrar fricciones en el seno de la dirigencia política de las ex colonias.
Por ese entonces, el gabinete era extremadamente reducido a comparación con el actual. Lo conformaban solamente seis personas: Presidente (George Washington), Vicepresidente (John Adams), Secretario del Tesoro (Alexander Hamilton), Secretario de Estado (Thomas Jefferson), Secretario de Guerra (Henry Knox) y el Procurador General (Edmund Randolph).
El modelo de país en ese momento era uno solo, donde los padres fundadores recién estaban diagramando el funcionamiento del mismo. La mayoría de los miembros del gabinete respaldaba el liderazgo de George Washington, quien era sumamente popular entre los ciudadanos. No obstante, con el correr de los años de sus dos mandatos en la presidencia, su Secretario de Estado Thomas Jefferson no estaba del todo conforme con sus decisiones. Tal era la disconformidad, que terminó renunciando a su cargo por diferencias con Washington y sobre todo con el Secretario del Tesoro, Alexander Hamilton.
Jefferson junto con James Madison fundó un nuevo partido político en 1792, el Partido Demócrata-Republicano, en oposición al único partido político relevante hasta ese entonces que era el Partido Federalista con Hamilton a la cabeza.
La rivalidad Jefferson-Hamilton representaba la confrontación entre dos modelos de país distintos. Por un lado, Jefferson procuraba consolidar una nación con menor injerencia del poder federal en favor de mayor autonomía de los trece estados, mientras que por el otro lado, Hamilton defendía que un poder federal consolidado era esencial para sobrevivir frente a amenazas extranjeras, ya que se estaban dando los primeros pasos como una nación independiente.
Las discordancias no terminaban ahí, en materia ideológica, Hamilton tenía una preferencia por los británicos, al punto de firmar un acuerdo entre ambos países para limar asperezas producto de la guerra de independencia, mediante el Tratado de Jay en 1794, que sirvió para fomentar el comercio y la paz entre ambos. Dicho tratado no fue del agrado de Jefferson, que sostenía que el lazo político debía ser más estrecho con los franceses que con los británicos. Él apoyaba las ideas de la Revolución Francesa y creía que era fundamental su expansión en toda Europa para evitar el triunfo de las monarquías absolutistas.
Pero su principal punto de conflicto era el económico. Jefferson afirmaba que el futuro de los Estados Unidos era la agricultura, la producción de algodón entre otros productos era la clave para la prosperidad económica en años venideros. Hamilton, estaba en absoluta disidencia con el oriundo del estado de Virginia y pensaba que la prosperidad del sistema económico americano vendría por el sector bancario y no a través de la agricultura.
Sobran motivos para observar que la relevancia de ambas figuras históricas y sus divergencias de pensamiento fueron factores cruciales para la partición política del país. De ahí en más, casi siempre la política americana fue bipolar, con dos grandes partidos en la contienda, que fueron mutando y cambiando sus percepciones de la realidad, adaptándose a los cambios sociales, políticos y económicos.
Hoy en día las diferencias son otras, ya no se discuten las cuestiones que antes resultaban polémicas y esenciales. A pesar de ello, cuando uno examina planteos actuales sobre los límites del poder federal de los Estados Unidos y la autonomía correspondiente a cada uno de los estados miembros en diversas temáticas, se puede apreciar que lo que debatían Jefferson y Hamilton, más de dos siglos atrás, aún tiene vigencia.