A una década de la Primavera que no floreció

Las demandas fueron secuestradas por organizaciones yihadistas en detrimento de la razonabilidad de las reivindicaciones genuinas de sus pueblos

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 Egipto fue uno de
Egipto fue uno de los epicentros de la primavera árabe (AFP)

Culmina el año 2020 y se cumple una década de los eventos que en su tiempo atrajeron la atención de la opinión pública y la política de Occidente. Sin embargo, después de diez años de las revueltas árabes se aprecia que las demandas que las originaron fueron secuestradas por organizaciones yihadistas en detrimento de la razonabilidad de las reivindicaciones genuinas de sus pueblos.

En estos diez años, la situación social y política de la región no ha visto cambios positivos, las cosas no marcharon en la dirección esperada por las masas que tomaron parte en ellas. Las mal denominadas primaveras árabes no han sido más que un invierno de frustraciones, desgracias e infortunios.

Explicar lo sucedido exige una mirada hacia los países árabes del segundo cordón, principalmente aquellos menos relevantes en materia económica y cuyos escenarios siempre fueron predecibles a través de la historia, aunque la cosmovisión política, la academia y no pocos medios de comunicación de lo que se conoce como mundo libre, influenciados por posiciones ideológicas de cadenas como Al-Yazzira, entre otras, leyó erróneamente un escenario que era muy distinto a lo publicitado desde el primer día.

En enero de 2011 realicé una cobertura de las revueltas que dieron lugar a la caída del ex presidente egipcio Hosni Mubarak durante dos semanas en El Cairo, lo hice para un medio estadounidense e incluso para el antiguo canal de noticias C5N de Buenos Aires. La situación sobre el terreno era clara. Cualquier conocedor de la región podía comprender que lo que estaba ocurriendo era el característico juego político del mundo árabe.

Sin embargo, para entender el fenómeno de esas revueltas se debe partir de un elemento básico y fundamental en la interpretación tanto de la realidad actual como de aquellos días, y ello no es más que buscar las respuestas en la idiosincrasia característica del sistema político y los gobiernos de aquella región como continuadores del colonialismo que les dio vida y les otorgo su impronta. No hay uno solo de los sistemas de poder árabes que no haya sido instalado por el poder colonial que los precedió. Los ejemplos en contrario nunca dieron lugar a cambios revolucionarios reales, se basaron en la necesaria pero fallida idea del panarabismo y el socialismo-arabista cuyo máximo exponente fue el modelo egipcio de Gamal Abdel Nasser en la década de los años 60.

Así, partiendo de una premisa ideologizada y superficial, muchos analistas, académicos y medios de prensa, creyeron que “la mal llamada primavera árabe” podía considerarse como el comienzo de una era post-colonial (definición ajada y perimida de nostálgica militancia arabista). Ante ello, solo cabe definir el fenómeno como se mostró desde el primer día y la palabra fracaso es la que mejor define esos eventos en los países donde ha tenido lugar.

Con la excepción de los estados árabes del Golfo que supieron mantenerse al margen de las revueltas, allí donde pretendió emerger a través de levantamientos violentos es correcto decir que “ni antes ni ahora ninguna primavera árabe ha tenido lugar”. Para ratificar esta aseveración sólo hay que dar un vistazo a la realidad actual de Túnez, Libia, Líbano, Siria o Yemen, y en menor medida a Egipto, que supo desalojar tempranamente a la tiranía de la Hermandad Musulmana del poder. En consecuencia, a quienes hablaron de “primaveras árabes”, democracia y libertad en el mundo árabe-islámico sólo se les puede decir que han caído en un error de apreciación. Algunos se han equivocado de buena fé, como suele suceder en Occidente, otros faltaron a la verdad influenciados por su militancia en favor de los déspotas regionales de turno o de los movimientos yihadistas que hicieron su aparición en esos años.

Una serie de constataciones fácticas muestran claramente el motivo del fracaso de las pretendidas primaveras árabes, un elemento no menor son las Constituciones de los países árabes: “Ninguna de ellas contienen aspiraciones y derechos para sus ciudadanos”, esto explica por qué los ciudadanos nunca desempeñaron un papel activo en relación a la definición de ciudadanía ni a la adopción de tal categoría. En los países árabes la noción de ciudadanía es secundaria, se encuentra subsumida por la pertenencia sectaria y religiosa.

Otro aspecto lo conforma la sucesión política que siempre ha sido similar y casi dinástica en Yemen, Egipto, Libia, Irak y Siria. Por caso, en países como Argelia, Egipto y Siria, sus gobiernos se otorgan poderes especiales de emergencia que continúan vigentes desde hace cuarenta o cincuenta años. La justificación, en todos los casos, ha sido el engaño de la falsa teoría del miedo, cuya regla indica que es el régimen o la desintegración, la anarquía y el caos sin él. Esta fue la explicación utilizada por el régimen sirio para aplastar a sangre y fuego la sublevación de niños en edad escolar primaria sin medir que todo lo que seguiría sería el estallido de una guerra civil que aún hoy desgarra ese país y que en términos políticos, sectarios y militares está probado que es una guerra que nadie puede ganar.

En ese contexto, las revueltas árabes nunca dieron la talla de revoluciones genuinas, sólo facilitaron la libertad de acción a las fuerzas de seguridad estatales para detener, torturar, asesinar y aterrorizar a los ciudadanos que pretendieron hacer oír sus reclamos a gobiernos que nunca escucharon y escogieron la represión. Así, quedó claro que la libertad, los derechos civiles, políticos y humanos son elementos no considerados en esos países donde la violencia se ha convertido en una forma de vida.

En materia económica, las millonarias ganancias de los países productores de petróleo fuee y es un derecho de las monarquías o los dictadores de turno, el ejemplo palmario ha sido el modelo de la República Árabe Libia de Muammar Khadaffi, asesinado durante esas revueltas. En Libia como en otros países árabes la riqueza devengada nunca fue puesta a disposición de una mejor calidad de vida de los libios, contrario a ello, todo era en beneficio del dictador muerto.

Este escueto desarrollo de elementos no positivos podría ampliarse al infinito si se incluye la corrupción y el culto a la personalidad. Pero resulta suficiente lo expuesto para dejar en claro que nadie voluntariamente escoge vivir sometido a situaciones abusivas e injustas. Los levantamientos iban a ocurrir, sólo era cuestión de tiempo para que las personas reclamaran sus derechos, pero fallaron. Todo ser humano se inclina a ser libre y todo régimen tiránico finalmente cae por acciones externas o implosion interna, como el caso de la ex Unión Soviética. Esto es tan sencillo como la ley de gravedad y en algun momento sucederá en el mundo árabe-islámico. Nadie ignora que una genuina primavera árabe tendrá lugar cuando la mayoría silenciosa de los musulmanes se imponga a la minoría ruidosa que odia y maldice a Occidente criticando sus vicios y faltas morales, aunque al mismo tiempo tiene con él una absoluta dependencia en todo aquello que se relaciona con su propia subsistencia en materia de importación de alimentos, vehículos, computadoras, tecnología, software y medicamentos que Occidente elabora y de lo que el mundo árabe-islámico se sirve con gusto y necesidad, aunque provengan de la ciencia y la tecnología del Estado de Israel, a quien todavía muchos continúan llamando entidad sionista ocupante de Palestina.

Lo cierto es que hoy, ese mundo árabe se ha convertido en una pesada carga para el mundo libre y más allá del petróleo que dispone bajo su suelo por lo cual no se puede reclamar ningún mérito científico, su aporte a la civilización humana es muy pobre, cuando no inexistente. Sin embargo, más allá de los ríos de tinta que han corrido sobre el tema, no hubo ni habrá ninguna primavera diseminando odio, quemando banderas de otros países o amenazando con exterminarlos. Cuando se confronta con odio y sin ideas nuevas, se estimula el rechazo y más odio. La única salida a estas endemias está en acallar las voces de ese odio con la voz de la cordura y no reduciendo la libre expresión ni llamando al asesinato. Es cierto que no hay revoluciones incruentas, pero ninguna revolución nació desde la violencia por la violencia en si misma. Las verdaderas revoluciones nacen de las ideas, son inteligentes y silenciosas, llegan y se instalan de manera inapelable para mejorar la vida de los pueblos, no para arrastralos a la frustración y la violencia política o sectaria.

Hoy, después de una década de producidas las mayores revueltas árabes de la historia moderna, el aspecto más desgraciado en la calle árabe sigue siendo el flagelo del radicalismo yihadista que, junto a dictaduras laicas o teocráticas inundó su cultura y sus pueblos. Las mal llamadas primaveras árabes no pudieron quebrar la atrofia de ese pensamiento de la clase política ni de sectores sociales influenciados por el fanatismo religioso y la carencia del sentido de ciudadania. Infortunadamente, esos fueron los elementos con lo que se encarceló la mente y las ideas de las personas por más de sesenta años y es la resultante que ha dado lugar al escenario actual.

Desde mi experiencia profesional sobre esos eventos han pasado diez años, dos libros sobre el tema, cientos de artículos y entrevistas, clases y conferencias explicando y fundamentando que en aquel momento el ex-presidente estadounidense Barack Hussein Obama no comprendió que la democracia liberal, como se la conoce en Occidente, no era una planta que podía trasplantarse con éxito al mundo árabe sin el riesgo de que ella se marchitara y muriera en el proceso como finalmente sucedió. Europa acompañó con sus errores, hizo concesiones en la región a cambio de nada, Occidente todo se retiró frente al poder iraní y firmo dócilmente un acuerdo nuclear con los khomeinistas que muy probablemente sea reflotado -aunque con algunas modificaciones- por la administración estadounidense entrante de Biden-Harris. En todos estos aspectos se encuentran las razones del fracaso de una primavera nunca florecida.

Sin embargo, lo positivo de aquellos eventos es que finalizando 2020, hay que celebrar que muchos tomadores de decisión, analistas y comunicadores, están llegando a la misma conclusión en la comprensión de una realidad inapelable: ni antes ni ahora, ninguna primavera árabe ha tenido lugar. El problema es que todos ellos llegan una década tarde y cuatro guerras después, esas guerras dejaron un saldo de 1 millón de personas asesinadas y 5 millones desarraigadas, todo lo cual, conforma un antecedente histórico trágico que pudo haber sido evitado.

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