El desafío de la moral frente a la corrupción
La festividad que comienza el 10 de diciembre a la noche este año 2020 tiene su origen en los tiempos en que, con posterioridad a la muerte de Alejandro Magno, sus sucesores gobernaron infundiendo la cultura basada en el regocijo del cuerpo y lo material por sobre toda clase de valor moral y ético.
Alejandro muere (a los 33 años de edad) y sus generales se dividen entre ellos el dominio del planeta. Luego, cada uno de ellos gobierna en distintas latitudes y difunden e imparten el helenismo.
Esta cultura muy especial llamada ‘Helenismo’ pretendía infundir una cultura basada en los valores del cuerpo y lo material, combinando así las culturas de la zona de la Hélade (Helen, hijo de deucalión y Pirra, padre mitológico y nombre primitivo de los antiguos griegos) con las tradiciones políticas de la Mesopotamia, Egipto y Persia, que había forjado la filosofía alejandrina.
A diferencia de las naciones del mundo que aceptaron con gratificación la nueva cultura, el Pueblo de Israel no se asimilaba; los judíos eran muy obstinados en sus creencias.
Los griegos, conocedores de estas características de los hebreos -que ellos veían como extrañas tradiciones- no presionaron para introducir sus costumbres en el seno de la cultura judía. Aunque su política era tratar de convencer a los pueblos conquistados asimilarse a la ideología helena, ya que era una forma de dominar a sus súbditos, no querían generar conflictos y revueltas.
Sin embargo, en muchas ocasiones, las transformaciones de la cultura popular en Israel llegan antes por deterioro moral interno de la dirigencia judía que por presión discriminatoria externa de los gobernantes corruptos.
La dirigencia corrupta desprecia los valores morales
En todas las épocas, la historia conoció la existencia de dirigentes que traicionaron a sus representados y pusieron su fortuna a merced de potencias extranjeras.
La historia comienza con dos hermanos. Uno, era el Cohen Gadol (Gran Sacerdote) Menelao y el otro, era Oniá. Este último ansiaba el cargo de su hermano, por lo que fue a hablar con el emperador griego que residía en Siria, Antíoco Epífanes. Le planteó que los judíos también querían pertenecer a la cultura helénica, pero que los intransigentes fundamentalistas que seguían la fe milenaria de la Torá, impedían que se integren al imperio, y él era helenista y deseaba que el pueblo judío adoptara la cultura helena, pero solo no podía. Por lo que le rogó que no los dejasen de lado y le suplicó que lo ayudaran a convertirse en Gran Sacerdote de Jerusalén.
En realidad, los helenos fueron seducidos por los helenistas judíos liderados por Oniá, que para congraciarse con ellos, le prometieron una adaptación a su cultura por parte de los judíos, pero a condición que fueran ellos, los helenistas, reconocidos como los líderes del judaísmo. Y los griegos pactaron.
Los helenos no actuaron en soledad. Ha sido menester la aquiescencia de un sector importante de la sociedad judía helenizada, que para acceder y mantener un statu quo, claudicó sus convicciones y se asimiló a vivir sin honorabilidad.
Vendió Oniá a su propio pueblo, por su egocentrismo, actuando inmoral y vanidosamente.
La Ciudad Santa estaba bajo dominio griego desde el 322 Antes de la Era en Común, pero hasta allí con permisividad para el desarrollo de la cultura judía. Ahora, tras el trato con Oniá, Antíoco Epífanes ocupó Jerusalén, ingresó al Templo y lo profanó.
Es el momento en que los griegos interrumpieron los servicios religiosos judíos y construyeron e instalaron un gimnasio al lado del Templo de Jerusalén. Esto fue acompañado de toda la pompa de la propaganda de la vida al estilo griego que pondera el cuerpo y la belleza como valores supremos.
Ese hombre Oniá buscaba ser nombrado como líder del pueblo judío y ser reconocido como tal ante las autoridades griegas, pero sin leyes ni tradiciones judías. Un judaísmo reformado a medida, para poder ser helenista (término utilizado para describir a los judíos helenizados).
El tema judaico, los valores y las prácticas judías, podía quedar relegado al pasado, a una etapa cumplida, un proceso que fue superado y ahora podría ser solo cuestión de una añoranza y un recuerdo folclórico. Solo se dejarían aquellos ritos que fueran compatibles con la cultura helena y que les sirvieran para mantenerse como líderes del judaísmo.
Los judíos pagaron un alto tributo por la desidia de las elites dirigentes que se corrompieron al convertirse al helenismo. El rey, los antiguos helenos que no tenían remordimiento alguno para matar a los recién nacidos defectuosos, o sacrificar humanos en caso de necesidad[1] y los helenistas (judíos helenizados) implementaron una persecución aterradora contra los judíos que no querían asimilarse. Crueldad extrema, asesinatos, torturas y matanzas de niños masivas en plazas públicas para instigar a la población a abandonar sus milenarias tradiciones judías.
Muchos judíos a causa del terror se convirtieron en helenistas, otros embelesados por una vida al estilo liberal griego, pero las élites judías lideradas por el arrogante Oniá fueron las que llevaron a cabo el plan siniestro de helenización, y aun así, pretendian ser llamados judíos. De esa manera, encontraron la combinación perfecta de entregarse a los dictámenes de la cultura imperante de egocentrismo y lujuria, pero manteniendo el liderazgo en los descendientes del pueblo de Israel ante las autoridades de facto.
Para ello, se debía acabar con los valores judaicos ancestrales, erradicarlos,reformarlos, cambiarlos, y dejar todo lo ¨molesto¨, reubicarlo en algún museo y archivo histórico.
Sabían los perseguidores, que el motivo por el cual muchos judíos se obstinaban en no helenizarse, era generado por su apego a su fe y los mandamientos de la Torá. Si no se helenizaban, tanto los intereses del rey Epifanes, de crear una cultura homogénea entre sus súbditos, como los intereses de Oniá, de ser el líder reconocido por los judíos, no podrían ser coronados con éxito.
Por eso prohibieron el estudio y la práctica de la Torá.
Los fieles a la moralidad
Algunas personas pierden a veces la noción de la importancia de la observancia de las normas fundantes de la Torá y la fe de Israel. La Torá es una luz para Israel y para todos los seres humanos, y aunque la arrogancia, la soberbia y el oportunismo tienen a veces en algunos más fuerza que virtud, en otros, la virtud se sobrepone.
El pueblo, la gente común y sus líderes religiosos de la fe honestos, vieron que la corrupción de sus dirigentes traspasó todo límite, enceguecidos por las ansias del poder y placer, estaban dispuestos a destruir la Torá, base de la moralidad del pueblo y del futuro de la humanidad.
La Tora, que le enseñaba al mundo a respetar la vida, amar al prójimo, dedicarse a la familia, asistir a los enfermos, velar por los ancianos y los minusválidos,promover la igualdad y los derechos humanos, promover el derecho de los trabajadores a descansar, estaba siendo amenazada por un grupo de corruptos dirigentes hebreos asociados a un imperio devastador y cruel.
El pueblo no iba a permitir que eso pasara, todo abuso de poder tiene su punto de inaceptabilidad. Pero necesitaban alguien que empezara la revolución. Si nadie tiene la iniciativa, puede ser que todos pensemos igual y nadie haga nada.
Encabezados por Matitiahu ben Iojanán y sus hijos, juntaron a algunas personas y se lanzaron al combate contra los helenistas y los griegos. Tuvieron que adaptarse a una actividad desconocida para ellos - la guerra- para restituir el derecho natural de mantener la tradición en la que creían.
Fueron llamados los Macabim, Iehudá, el hijo de Matitiahu, que en sus escudos grabó la palabra Macabi, que es la sigla en hebreo de: “Quién es entre los dioses como Tú, Eterno”. También llamados Jashmonaim (derivado del nombre familiar de Matitiahu). Y ocurrió lo inesperado: este grupo reducido de personas derrotaron a los soldados de un ejército que era por entonces el más poderoso del mundo; le ganaron a un poderosísimo imperio.
Este triunfo es el que recuerda la festividad de Janucá. Fue un acontecimiento nacional muy significativo no solo por la victoria militar, sino que era la primera vez después de la conquista de Babel, el pueblo judío retomaba el poder en su propia tierra con un espíritu judío relacionado con su filosofía fundacional y fundamental: la Torá, y no solo por un anhelo nacional. Janucá significa inauguración; se volvió a inaugurar el Templo y la autodeterminación del pueblo de Dios.
En el año 164 antes de la Era en Común, Iehudá el Macabeo tomó Jerusalén y consagró el Templo. Se nombró en esa época una dinastía de reyes judíos de la familia Jasmonea, que gobernó durante más de 200 años[3].
La luz de la moralidad venció e iluminó
En aquellas históricas jornadas, cuando los judíos retoman el Templo y lo van a consagrar a Dios, después de haber sido profanado por Antíoco Epifanes, se encuentran con que no había aceite puro suficiente para encender la Menorá, ya que hacía falta un aceite procesado de una manera determinada, de acuerdo con las normas bíblicas, y ese proceso duraba ocho días.
Solo hallaron un frasco de aceite que podía durar un día y no más. ¿Qué hicieron? Encendieron la Menorá con lo que tenían, aunque sabían que no iban a tener aceite para el segundo día, igualmente encendieron la Menorá. Hicieron lo que podían hacer.
Sin embargo, esa poquísima cantidad de aceite se mantuvo encendida ocho días, hasta que llegó el momento en que terminaron de fabricar de vuelta el aceite para las velas de la Menorá.
En recuerdo a estos acontecimientos, hoy en día también encendemos velas a partir del 25 de Kislev del calendario hebreo.
El primer día de Janucá encendemos una vela, el segundo día, dos, el tercer día, tres, hasta llegar al último día, que son ocho velas. Como los 8 días que se mantuvo encendida la Menorá en aquel entonces.
El milagro de la duración antinatural del aceite de la velas tiene como enseñanza que cuando uno persiga y brega por la luz, aun con poco poder, la luz se sobrepone milagrosamente frente a la corrupción.
La enseñanza para la sociedad de hoy de Janucá
¿Qué hubiera pasado si los Jasmoneos no hubieran luchado por esos valores?
Hubiera ganado la oscuridad.
Pero el Pueblo luchó y logró revitalizar el espíritu de bondad del judaísmo, la savia de su raíces, y la luz volvió a iluminar, porque esa era la misión de Israel, iluminarse e iluminar a los demás, bregando por la moral, el bien común y la decencia transmitida por Dios en la Torá.
Al final, los helenistas desaparecieron de la historia y los valores del judaísmo se difundieron en toda la humanidad.
Los pueblos que vencen son los que atan sus destinos a la observancia de la moralidad, simbolizada aquí por la tradición de la Torá.
A lo largo de la historia hubieron muchos Jasmoneos, y de todas las creencias y pueblos.
Las velas que duraron más allá de lo normal para la cantidad que había, enseñan que la luz llegará al mundo cuando en el futuro sigan habiendo Jasmoneos, sigan existiendo personas que enciendan la Menorá, que arriesgando sus propias comodidades, enfrenten al mal aun cuando este está en el poder.
Vivir aceptando la corrupción es vivir en la oscuridad, en la indecencia y la muerte. La luz irradió solo después de que los Jasmoneos se arriesgaron, se armaron de coraje para combatir el mal, porque solo una vida de bondad y honestidad es una vida con luz, de alegría, una vida auténtica; es la única vida digna de vivir.
[1] The history of childhood, de Mause, Lloyd, N,Y 1974, psychohistory press. Política VII, Aristóteles. Sobre la ira, I.XV, Séneca.
[2] Guía de perplejos, Maimonides tomo III, cap. 48.
[3] Libro de los Macabeos.
[4] Tratado de Shabat 21-2.