En la región del Cáucaso, a partir del 27 de septiembre hasta el 10 de noviembre de 2020 Azerbaiyán, con apoyo de Turquía, comenzó una nueva agresión contra los armenios en Artsaj (o Nagorno Kharabaj) destruyendo iglesias, hospitales y casas. Turquía suministró drones; envió comandantes, fuerzas especiales y mercenarios jihadistas que cometieron crímenes de guerra. Azerbaiyán utilizó “bombas de racimo” (armamento prohibido) contra población civil y bombardeó con fósforo blanco los bosques de Artsaj creando una catástrofe ecológica. Genocide Watch alertó sobre peligro de genocidio por parte de Azerbaiyán contra los armenios.
Antes y durante la guerra Azerbaiyán vociferó una retórica de odio. En 2012, el presidente del país, Ilham Aliev, declaró: “Nuestros principales enemigos son los armenios de todo el mundo.” En 2004, un militar azeri, Ramil Safarov, asesinó con un hacha a un militar armenio durante un curso de OTAN en Budapest. El azerí fue condenado a cadena perpetua en Hungría, pero extraditado en 2012 a Azerbaiyán donde Aliev lo indultó y ascendió en su rango militar. En 2020, la retórica xenofóbica llegó a un extremo deshumanizador cuando Aliev dijo que: “expulsaría a los armenios como perros.”
En Azerbaiyán -desde los años noventa hasta hoy- el poder total esta en manos del clan Aliev. El presidente anterior a Aliev, fue su padre y la actual vicepresidente es la esposa del primer mandatario. En ese régimen, como en Turquía (segundo país del mundo con más periodistas presos) existe censura y se encarcela a periodistas y disidentes.
El aliado de Azerbaiyán, Turquía, también sostiene un discurso de odio. Este año, el presidente de ese país, Racip Erdogan, designó a los armenios como los “restos de la espada” y además en julio declaró: “Continuaremos cumpliendo esta misión que nuestros abuelos han realizado durante siglos en la región del Cáucaso.” Alusión al genocidio armenio perpetrado por el Imperio Otomano en 1915.
Durante la guerra, los armenios del mundo rechazaron pacíficamente la agresión militar y alertaron sobre el peligro de otro genocidio. Sin embargo, en las ciudades europeas esas manifestaciones sufrieron la violencia de grupos xenófobos turcos llamados “lobos grises.” Además se vandalizó el monumento al genocidio armenio de Lyon.
Turquía y Azerbaiyán rompieron tres altos al fuego humanitarios que hubiesen permitido retirar cuerpos y ayudar a Cruz Roja Internacional. La prensa internacional mostró videos con decapitaciones a soldados armenios por terroristas jihadistas, así como la vandalización de iglesias. Luego de la guerra, Naciones Unidas condenó los crímenes de Azerbaiyán y Turquía.
La guerra terminó el 9 de Noviembre cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, instó a Armenia y Azerbaiyán a firmar un cese al fuego y Rusia desplegó sus tropas en la región. Alrededor de 100.000 armenios perdieron sus casas y son refugiados y Armenia perdió más de 2400 soldados. En un país con casi tres millones de personas, la cifra es enorme. Debe sumarse el peligro de genocidio cultural contra las iglesias armenias. En la región de Nakhichevan, Azerbaiyán eliminó todo vestigio cultural armenio destruyendo cientos de cruces talladas en piedra.
Los prisioneros de guerra armenios (civiles y militares) sufrieron abusos de sus captores. Además de los crímenes de guerra y violaciones a los derechos humanos perpetrados por Aliev, existe el peligro de destrucción contra las iglesias armenias que constituye una grave pérdida para la cultura de toda la humanidad.
*Juan Pablo Artinian es doctor en Historia por la State University of New York at Stony Brook y profesor en el departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella.