La 4T de AMLO y Biden: los límites de la amistad

El gobierno mexicano se encuentra en la disyuntiva de reaccionar o no con un gesto de civilidad y buena vecindad con Joe Biden

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Foto: REUTERS/Kevin Lamarque/Archivo
Foto: REUTERS/Kevin Lamarque/Archivo

La prensa internacional ha quedado pasmada de la noticia. La nota internacional sin duda fue, además del triunfo de Biden, la reacción del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador sobre los resultados de la elección en los Estados Unidos. La gran mayoría de los medios internacionales reportaron lo siguiente: “El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, rechazó este sábado reconocer a Joe Biden como presidente electo de EE.UU., hasta que se resuelvan todos los asuntos legales de la elección". “No queremos ser imprudentes”.

Dicha reacción no solo dejó perpleja a la prensa, sino a una gran cantidad de mexicanos, analistas, académicos e interesados en la relación bilateral. Si bien es cierto, un principio básico de la política exterior de México es la no intervención, un felicitación al demócrata no faltaría a dicho principio, al contrario, abonaría y pavimentaría el camino hacia una nueva relación, por lo menos en los siguientes cuatro años.

Se entiende que hay múltiples presiones al interior del gobierno de la Cuarta Transformación (4T) de mantener cierta prudencia al respecto, también es verdadero que México no es una isla y su posición sobre el resultado de la elección debería de estar en consonancia con lo que acontece en el contexto global sobre el tema. No hace falta mencionar la interminable lista de países que se han manifestado al respecto; incluyendo países de América Latina como la República Dominicana, Uruguay, Paraguay y Argentina, incluso Venezuela lo han hecho. La pregunte medular entonces es ¿por qué el presidente de México ha preferido mostrar una postura alejada de las tendencias globales?

La visita del presidente de México en julio pasado a los Estados Unidos no fue la mejor estrategia diplomática, sobre todo, el un periodo electoral. REUTERS/Kevin Lamarque
La visita del presidente de México en julio pasado a los Estados Unidos no fue la mejor estrategia diplomática, sobre todo, el un periodo electoral. REUTERS/Kevin Lamarque

Probablemente la respuesta está en una lógica de no reconocer que la visita del presidente de México en julio pasado a los Estados Unidos no fue la mejor estrategia diplomática, sobre todo, en un periodo electoral, lo que de alguna manera hipotecó el capital político del gobierno mexicano con sus interlocutores republicanos. El principio de no intervención se debió de usar en ese entonces para evitarle el juego de Trump. No fue así. México se enroló como activo político de la campaña de Trump con miras a recolectar simpatías (votos) de los latinos (mexicanos) lo que desmanteló la poca capacidad del gobierno mexicano de mantenerse al margen, misma que se ha usado históricamente en la compleja relación bilateral. Desafortunadamente para unos (republicanos) y afortunadamente para otros (demócratas) se presentaron factores repentinos que no estaban considerados en la agenda de riesgos (covid19, crisis económica y polarización racial) que cambió la ecuación.

Ante esto, el gobierno mexicano se encuentra en la disyuntiva de reaccionar o no con un gesto de civilidad y buena vecindad con Joe Biden con quien, les guste o no, tendrá que reconfigurar las relación en una gran cantidad de temas sensibles y de suma importancia para ambos lados. Es tiempo de pasar de los caprichos a perseguir los objetivos nacionales que se aglutinan en el interés nacional. Quizá tengamos que recordarles a los miembros de la 4T que hay alrededor de 7 millones de indocumentados mexicanos que viven en los Estados Unidos; 600 mil jóvenes “soñadores” de padres mexicanos; nuestro comercio exterior se concentra en un 82% en el mercado estadunidense y representa el 75% de nuestro PIB esto, claro, sin mencionar que una gran cantidad de miembros de la Guardia Nacional realizan labores de retención migratorio en territorio mexicano gracias a la presión del Trump.

Los insultos de Trump a México y el muro son el postre de todo esto. Esperemos que la cordura y el oficio diplomático muy característico de la cancillería mexicana reaparezcan. De otra manera, seguiremos entrampados en las consignas y la ilusión que solo nos conducirán a empeorar la perspectiva internacional del país, que digamos, en época de pandemia, no es la mejor. México, sin importar quien esté al frente del país, debe de plantear una diplomacia de largo plazo que responda a las grandes necesidades nacionales. Acotarla al servicio de una proyección electoral, a nadie le sirve.

*Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, orientación en Relaciones Internacionales y Maestro en Relaciones Económicas Internacionales.

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