El ajustado triunfo electoral de Joe Biden y el hecho de que los republicanos parecen estar en vías de mantener el control del Senado nos hacen suponer que en los próximos años se mantendrán tanto los niveles de polarización política como el equilibrio de fuerzas entre conservadores y progresistas. Por lo tanto, no deberían producirse grandes cambios en la política doméstica y, debido a los crecientes consensos en Estados Unidos respecto a la relación con China, en el plano internacional.
Repasemos en primer lugar algunos de los desafíos que enfrenta el presidente electo. Biden fue el candidato de una coalición en la que conviven demócratas de la “vieja guardia” y una nueva ala que no sólo es más progresista en lo ideológico sino también más radical en sus formas. Mientras que los primeros creen que es desde el sistema actual que se deben impulsar los cambios que la sociedad necesita, los segundos buscan modificar las relaciones de poder e inclusive algunas instituciones. Solo así, según esta visión, se podría poner fin al racismo y a otro tipo de injusticias.
Antes de la elección, cuando se asumía una clara victoria de Biden, se anticipaban algunos conflictos dentro del Partido Demócrata. Mientras que los liberals se mostraban dispuestos a esperar a que pase el tiempo necesario para terminar con la mayoría conservadora que deja Donald Trump en la Corte Suprema, los segundos ya habían anunciado su deseo de ampliar la cantidad de jueces que conforman el supremo tribunal. Mientras que Biden y sus asesores proponen subir los impuestos existentes (por ejemplo, llevando la tasa de ganancias que pagan las empresas del 21% al 28%) referentes del ala progresista quieren crear un impuesto a los bienes personales para disminuir más rápidamente la desigualdad.
Pero dado el buen desempeño electoral de los republicanos, ahora el desafío parece ser otro. La posible composición del Senado y de la Corte Suprema nos hace suponer que cualquier aumento de impuestos o el avance de otros puntos de la agenda progresista se sumamente difícil. Esto seguramente causará frustración entre los jóvenes y algunas de las minorías que forman la base del sector más progresista del Partido Demócrata. Este malestar los puede incluso llevar a abandonar al Partido Demócrata para asumir posturas más contrarias al sistema. Biden tiene por delante entonces la difícil tarea de mantener al partido unido.
Pero quizás el mayor desafío de Biden no sea político, sino social. La población estadounidense no sólo esta dividida, sino que confía cada vez menos en sus instituciones. Efectivamente, el ascenso de Trump al poder no fue fruto de la casualidad. Se debió a que el republicano supo entender y representar a una parte importante del electorado que es conservadora y antielitista a la vez. Y el escenario más probable es que este conservadurismo popular, que se encuentra en las antípodas del pensamiento de los demócratas, continúe liderando el Partido Republicano. La gran oportunidad (y el gran desafío) que tiene Biden consiste en transmitir una visión de país que integre a todos los estadounidenses y los haga sentir parte de una misma comunidad.
Y esta tarea se vuelve aún más relevante si consideramos el complejo panorama internacional que enfrenta Estados Unidos. Por primera vez en generaciones el crecimiento de una nueva potencia, China, amenaza con poner fin a la supremacía de la potencia occidental. ¿Cómo actuará Biden ante este escenario?
En principio, mantendrá la misma estrategia de Trump, aunque cambiará su retórica y algunas de sus tácticas. Efectivamente, en Washington parece haber surgido un consenso respecto a la necesidad de competir con China. Ya no se espera, como se hizo a comienzos de este siglo, que Beijing adopte la democracia liberal o acepte el sistema de reglas e instituciones que Estados Unidos y sus aliados establecieron luego de la caída del Muro de Berlín. Sí notaremos algunos cambios en algunas políticas específicas, como son la defensa de los derechos humanos y la protección del medio ambiente. También ganará protagonismo el multilateralismo y algunos de los organismos internacionales marginados por Trump.
Una noticia para seguir con atención es quien será nombrado secretario de Estado. ¿A qué sector de la coalición demócrata representará? ¿Será un miembro del establishment de política exterior o un representante del ala progresista del Partido Demócrata? De esto dependerá, en parte, la relación que Estados Unidos mantenga con un país como Brasil. Recordemos en este sentido que Jair Bolsonaro se opone a las demandas de ambientalistas citando la necesidad de defender la soberanía del Amazonas. ¿Primará en Washington la necesidad de mantener una alianza con Brasil ante la mayor presencia de China en América Latina o, por el contrario, lo hará la agenda ambientalista?
¿Y a la Argentina cómo le afecta la elección de Biden? En principio no demasiado. Ante todo, porque no somos una prioridad para la Casa Blanca. No debemos por lo tanto esperar una estrategia demasiado ambiciosa respecto a la Argentina. Al ser el país más pequeño y el que más tiene que ganar de la relación, nosotros somos los que tenemos que tomar la iniciativa mediante propuestas concretas de colaboración. Asimismo, dos políticas centrales de Estados Unidos para América Latina no cambiarán. La primera busca evitar la pérdida de influencia económica y política en manos de China, lo cual de hecho puede representar una oportunidad para nuestra economía. Por último, Washington continuará impulsando la realización de elecciones libres en Venezuela, siendo este un tema que formará parte de su agenda con los gobiernos de la región.
El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center