[Esta tribuna de André Larané, referida al caso del maestro decapitado por un fanático por haber mostrado caricaturas de Mahoma en el aula, fue publicada originalmente en la revista Herodote con el titulo “Amar a Francia, cueste lo que cueste”]
¿En qué fallamos para que un profesor, en un colegio apacible, sea decapitado a sangre fría un día de octubre por un “refugiado”?
Sin duda debemos interrogarnos sobre nuestra política migratoria. Sin duda también sobre nuestro desamor por Francia y por su historia. ¿Cómo podrían los inmigrantes y sus hijos amar lo que nosotros no cesamos de denigrar?
Cuando rindió homenaje al maestro Samuel Paty en su discurso de la Sorbona, el 21 de octubre, Emmanuel Macron no cesó de exaltar la República. Le atribuyó al profesor mártir el ideal de “hacer republicanos”. Pero no es con eso que vamos a hacer soñar a los millones de jóvenes franceses y a inmigrantes en busca de identidad…
¿Qué es una república hoy? Un Estado cuyo jefe no es hereditario. Punto, es todo. Francia, pero también Mali, Argelia, Chechenia, Corea del Norte y China popular son repúblicas. Suecia, Noruega, Dinamarca, Inglaterra y España son por el contrario monarquías. Las monarquías, que van escaseando, son en su mayoría más democráticas y más atrayentes que la inmensa mayoría de las repúblicas. En la escala democrática, una monarquía parlamentaria vale más que una república autocrática.
Por lo tanto, no es invocando nuestro régimen político que inculcaremos a los jóvenes franceses e inmigrantes el “deseo de vivir juntos” -en esta expresión de Ernest Renan, la palabra “deseo” es la más importante- sino transmitiendo el amor a Francia, a sus habitantes, a sus paisajes, a sus letras y a sus artes, a su historia y a sus héroes. ¿Seguimos dispuestos a ello?
¿Qué político se animará a escribir como el general De Gaulle: “Lo que hay en mí de afectivo imagina naturalmente a Francia como la princesa de los cuentos o la Madona de los frescos en los muros, como consagrada a un destino eminente y excepcional”? (Memorias de Guerra. El llamado, Ed.Plon, 1954).
¿Qué maestro se atreverá a repetir el mandato de Ernest Lavisse: “Niño, debes amar a Francia, porque la naturaleza la hizo bella, y porque la Historia la hizo grande”? ¿Cuál estará dispuesto a cantar Mi Francia con sus alumnos sin temor a herir a los imanes slafistas, a los intelectuales de salón que asimilan Francia a un Estado racista y peor que nazi, y a los burgueses que abjuran de los “tipos que fuman puchos y circulan a diesel”?
Odio de sí, odio al otro
El puntapié inicial del desamor por Francia fue dado por la Ley Taubira de 2001, votada por 81 diputados. Esta ley plagada de estupideces y contrasentidos atribuye exclusivamente a los europeos el pecado original de la esclavitud.
Esa Ley desprecia la Historia: la esclavitud es una realidad de todos los tiempos de la que sólo Europa occidental estuvo exenta por casi un milenio; los pueblos europeos son hasta el presente los únicos que han militando por la abolición de la esclavitud; el racismo anti-negros es un invento del Islam árabe retomado por los estadounidenses en el siglo XIX; Estados Unidos oficializó el racismo desde 1790 reservando la ciudadanía a los free white persons (las personas libres blancas) pero Francia, por la misma época, acordó la ciudadanía a todos sus hijos, incluidos los “libres de color” de las colonias; hasta fines del siglo XX, los negros gozaron en la Francia metropolitana de un estatus más ventajoso que en cualquier otro lugar; en 1969, faltó poco para que un hombre de color, Gaston Monnerville, accediera al Eliseo [N. de la T: Monnerville, 1897-1991, era diputado por la Guyana, llegó a presidir el Consejo de la República, de 1947 a 1958, y presidió el Senado entre 1958 y 1968].
Ello no implica negar que, fuera de Europa, ciudadanos franceses hayan participado de la esclavitud y de la trata, obligando al gobierno de Luis XIV, para nada racista, a limitar la arbitrariedad de los dueños de plantaciones en islas lejanas. Más tarde, Bonaparte tuvo que restablecer la esclavitud en esa islas para preservar la paz que acababa de firmar con los ingleses en Amiens… Todo esto para recordar que la acción política exige compromisos dolorosos que uno puede ser llevado a lamentar más tarde. Es lo que nos enseña la Historia y lo que tratamos de transmitir desde Herodote.net.
Si la enseñanza de la Historia es necesaria para comprender la naturaleza humana, sus sombras y sus luces, la “memoria” es por su parte mortífera. Hace ya 400 años, el rey Enrique IV lo había entendido cuando, al firmar el Edicto de Nantes para poner fin a las guerras de religión, impuso la amnistía general, dicho de otro modo el “olvido”, y enunció en el artículo 1°: “Primeramente, que la memoria de todas las cosas pasadas de una y otra parte (..) permanezca extinta y adormecida, como algo no sucedido. Y que no sea lícito ni permitido a nuestros procuradores generales, ni a ninguna otra persona, pública o privada, en algún tiempo, ni por el motivo que sea, hacer mención, juicio o persecución por estos hechos ante ningún tribunal o jurisdicción”.
Lamentablemente, desde la Ley Taubira, cada uno fue con su canción a acusar a Francia de todos los males de la tierra, incluso Macron quien, en visita a Argelia durante la campaña presidencial, osó afirmar a propósito de la colonización: “Es un crimen contra la humanidad, es una verdadera barbarie y forma parte de ese pasado que debemos mirar de frente presentando también nuestras excusas a aquellos contra los cuales cometimos esos gestos”.
Lejos de nosotros la idea de justificar la colonización de África. Ésta fue un error, incluso una imbecilidad, en opinión de los liberales y de la derecha tradicional. También dio lugar a abusos y crímenes como todas las empresas humanas. Pero, con excepción de Argelia, ocupada por razones de política exterior, la colonización fue realizada en nombre de motivos humanitarios y con el deseo de aumentar el prestigio de Francia, sin nada en común con las conquistas y colonizaciones ordinarias, desde el exterminio de los joisán por los bantúes hasta la represión de los uigures por los han, pasando por las guerras indias y la opresión de los otomanos sobre los pueblos de su imperio.
Del ministro Jules Ferry a la activista humanitaria Sophie Pétronin -rehén en Mali liberada en octubre 2020-, hay una perfecta continuidad en el deseo de “civilizar las razas inferiores” y enseñar a los africanos las buenas prácticas de la modernidad que serían incapaces de adquirir por sí mismos. Se puede lamentar este racismo más o menos bondadoso pero de ahí a calificar a la colonización como “crimen contra la humanidad”, equiparándolo con la Shoah, hay un abismo de indecencia y hoy percibimos las consecuencias en la rabia destructiva que se apodera de toda una fracción de la juventud surgida de la inmigración musulmana o africana, que no ha sabido o no ha sido incitada a asimilarse a través del trabajo y del estudio.
Lo más entristecedor es el apoyo que reciben esos jóvenes por parte de militantes e intelectuales mal inspirados por el ejemplo estadounidense. Le sigue a eso una avalancha de denuncias surrealistas de “racismo de Estado”, “crímenes del pasado”, “islamofobia” o “discriminaciones”.
Francia, nuestro bien común
No combatiremos el “separatismo” de los inmigrantes recién llegados discurriendo hasta el cansancio sobre el hecho religioso. El Islam y Mahoma no son más que pretextos para el odio a Francia. Este odio está con seguridad más alimentado por el espectáculo de una clase dominante que ha hecho ella misma una secesión y se prepara para el exilio adoptando la cultura norteamericana y el globish (inglés de aeropuerto) hasta en las Grandes Escuelas y Universidades, deslocalizando sus impuestos pero también nuestras fábricas y nuestros campeones industriales (Snofi, Lafarge, Alstom…), asfixiando los servicios públicos por servilismo hacia Bruselas, Berlín y Frankfurt, saqueando nuestro patrimonio a golpes de gigantescos aerogeneradores y de centros comerciales, dejando incendiarse por negligencia nuestras iglesias y catedrales.
Si logramos volver a soldar la Nación, entonces nuestros maestros podrán colmar la necesidad de todos los niños de amar y ser amados. “Si el profesor ama a Francia, ellos la amarán. Sólo se puede transmitir lo que se ama -escribió el docente Jean-François Chemain (en La Vie, el 19 de octubre de 2020). Ahora bien, la vergüenza de sí no les hará amar a Francia”.
Esa es la clave del drama de Conflans-Sainte-Honorine, la escuela donde un maestro fue decapitado.
El autor es periodista e historiador, director de la revista Herodote
[Traducción: Claudia Peiró para Infobae]
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