“Information hubs” y censura

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Lo que comenzó como sitio de amigos y contactos personales se expandió hasta convertirse en un verdadero universo paralelo. En él habitan 4 mil millones de personas, más de la mitad de la población del planeta, lo cual transforma la noción de “aldea global” en una suerte de metáfora prosaica. Hablo de Facebook y Twitter.

Su crecimiento explosivo y el lugar que ocupa en nuestras vidas es el signo de esta época, en buena medida resultado de la gradual transformación de dicho espacio virtual en portales de noticias e información en tiempo real. Los expertos los llaman “information hubs”; plataformas, nodos de distribución de la información.

Para tener una idea: el 62% de los adultos en Estados Unidos consumen noticias a través de tales servicios. Con lo cual dicho ámbito—de la esfera privada, es decir, de propiedad privada y decisiones tomadas en base al interés particular—constituye, no obstante, no tan solo una fracción de la esfera pública, sino una parte formidable de la misma.

También lo son los medios periodísticos tradicionales, solo que en un grado menor. Pues al igual que los consumidores individuales desde el lado de la demanda, las empresas productoras de información también dependen de dichas plataformas, desde la oferta, para llegar a sus clientes. El mercado de noticias—esa esfera pública, el “locus” de la deliberación—tiene lugar en un espacio virtual que pertenece, literalmente, a un puñado de empresas.

En estos debates no faltan quienes subrayan el “poder monopólico de los medios privados”, cuando en realidad parecería que el verdadero poder no reside en los productores sino en los distribuidores; si se quiere, el viejo tema de los intermediarios que recargan precios y controlan el suministro. Todo lo cual obliga a reflexionar sobre una problemática que cuando se la aterriza invita la discusión sobre regulación.

Es un tema perenne en microeconomía: cuando existe un control desproporcionado en una industria—es decir, poder monopólico u oligopólico—es probable que los precios sean manipulados, abusándose así los derechos de los consumidores. En ausencia de competencia, allí reside la justificación de la potestad regulatoria del Estado.

Lo peculiar de este mercado—de noticias—es que el consumidor es un ciudadano con el derecho de acceso a la información. Ergo, un control asimétrico en el suministro de la información constituye un poder desproporcionado dentro de la industria, una posición estructural que permite seleccionar qué es noticia y qué no lo es, quiénes se informan y cuándo. En definitiva, los hubs de información tienen la capacidad de actuar como autoridad regulatoria informal, o sea, un censor privado.

Y esto es exactamente lo que ha ocurrido con la decisión de Twitter y de Facebook de impedir a los usuarios compartir el enlace a una nota del “New York Post” sobre los negocios del hijo de Joe Biden en Ucrania. La misma se basa en mails que revelan haber lucrado por facilitar el acceso a su padre, entonces vicepresidente.

Twitter bloqueó cuentas de usuarios que compartieron y circularon dicha nota, incluyendo la de la Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, por distribuir “material hackeado”. La plataforma en cuestión también adujo que sus normas “prohíben usar nuestro servicio para distribuir contenidos sin autorización, no permitiendo que Twitter se use para distribuir materiales posiblemente obtenidos por medio de hackeo”.

Nótese el absurdo: si la autorización para distribuir contenidos fuera ley, ello significaría el fin del periodismo de investigación. Además que, según informa el “New York Post”, ni Biden ni su hijo denunciaron que dicho material hubiera sido obtenido mediante “hackeo”, ni tampoco cuestionaron los hechos que se reportan en dicha nota.

Como en todo acto de censura, la selección de lo que se bloquea es por definición arbitraria. Se puede estar o no de acuerdo con la línea editorial del “New York Post”, pero no es cuestionable su trayectoria ni su legitimidad periodística habiendo sido fundado en 1801 por Alexander Hamilton.

Es más, para mostrar el contraste y el sinsentido, varios usuarios resaltaron la circulación por Twitter, sin censura alguna, de una noticia de “HispanTV”, medio iraní en idioma español controlado por el régimen teocrático, que “informa” que el COVID-19 es un arma biológica creada por Estados Unidos. Ello ocurrió al mismo tiempo que la nota del “New York Post” fue bloqueada.

Es tradicional en los medios de Estados Unidos tomar partido por un candidato, sucede desde siempre pero no a costa de suprimir el debate y censurar la información. Los hubs de información tienen así el poder de actuar, lisa y llanamente, como comisarios políticos de facto. Ahora resulta que quienes viven de la primera enmienda constitucional, la libertad de expresión, son quienes la restringen.

Olvidan—o ignoran—que dicha libertad existe no solo por quienes eligen hablar sino especialmente por quienes tienen el derecho a escuchar y a discernir si están de acuerdo o no, la ciudadanía plena.

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