Como suele suceder, ante el desconocimiento y la ignorancia de fenómenos reiterados las cosas siempre van a peor y la vida de las sociedades occidentales se tornan cada vez más difíciles en materia de libertades especialmente la de expresión. Sin embargo, dirigentes políticos, analistas y comunicadores occidentales continúan sin comprender la endemia y toxicidad de una ideología totalitaria y maximalista que no duda en asesinar cuando lo cree necesario para lavar la ofensa de su constante victimización. Así, muchos continúan demostrando que cuando se trata de abordar y lidiar con algo como la ideología del yihadista, lo que es lo mismo que decir islamofascimo, continúan fracasando.
No hace mucho tiempo, el 14 de Julio de 2016, cuando Mohammed Lauhouaiej, un francés de segunda generación, descendiente de inmigrantes argelinos lanzó su camión de casi 20 toneladas contra una multitud en el Paseo de los Ingleses de la ciudad de Niza durante los festejos del día de la Independencia asesinando 86 personas inocentes, entre ellos 13 niños, Emmanuel Macron, en ese momento aspirante a la presidencia francesa, que alcanzó al año siguiente se encontraba en campaña. En esa oportunidad Macron pidió a los medios de comunicación franceses no usar el término Estado Islámico para referirse al ISIS, porque según él, el Califato no era islámico.
En otras palabras, Macron se erigió en ese momento en erudito de referencia para indicar a Occidente “lo que es islámico y lo que no lo es”. Ante tamaña declaración, comprensible en la búsqueda de sufragios de campaña electoral, solo cabe ser misericordioso con su ignorancia en la materia. Sin embargo, en el otro extremo de esas declaraciones, el ex-primer ministro francés de la gestión del presidente François Hollande, el socialista Manuel Valls; hablaba de islamofascimo y afirmaba que Occidente se encontraba inmerso en una “guerra de civilizaciones” con el islam.
El ex-primer ministro francés claramente desconocía y tal vez aún hoy desconozca que no hay más que una sola civilización: “que es la humana”, lo otro, tal vez a lo que quiso referir desde el grotesco de su declaración, debe ser puesto en el marco de una confrontación cultural, pero nunca civilizacional. De todos modos, los sucesivos gobiernos franceses nunca repararon que el islám, aunque engloba varios aspectos culturales, es una religión y no una civilización.
Si bien es importante comprender la amenaza que encarna la ideología yihadista para saber con quien se está tratando como sociedades libres y democráticas. También es urgente no malinterpretar el desafío para poder neutralizar la amenaza y los falsos postulados que plantean aquellos con quienes nuestros dirigentes -supuestamente- capacitados y los clérigos occidentales hablan de hermandad, pluralismo y ecumenismo, más aún cuando la contraparte continúa leyendo “Mein Kampf”.
Así llegamos al presente y en el día de ayer atestiguamos sobre un nuevo y horrible crimen por apuñalamiento y decapitación en suelo francés, en el corazón mismo de la culta Europa.
El ministerio del Interior y las fuerzas de seguridad francesas emitieron un comunicado donde se informó de forma poco clara ante las diversas versiones sobre el terrorista, su identidad y nacionalidad que el atacante era un hombre joven posiblemente originario de Chechenia y que religión seria islámica dado el nombre que usaba en Twitter (Anssar, soldado o guerrero en idioma español) y por la tristemente conocida frase de “Allahu Akkbar” (Dios es el más Grande) que vociferó según testigos al ejecutar y decapitar a su víctima.
Según la policía francesa el terrorista se resistió al arresto y atacó a las fuerzas policiales por lo que fue abatido después de asesinar al profesor en la localidad de Conflants-Sainte-Honorine, en los suburbios del noroeste de París. El ministro del Interior Gerard Darmanin, reconoció que fue un ataque terrorista impulsado por odio religioso ejecutado por elemento islamista.
Claramente las características del ataque, la identidad y pertenencia religiosa radicalizada del victimario no dejan dudas del móvil yihadista. El repudiable asesinato del profesor de historia de quien de momento se preserva su nombre, que impartió unas clases sobre la libertad de expresión y exhibó a sus alumnos fotografías del Profeta Mohammad fue lo que derivó en el ataque brutal en que culminó decapitado en la calle de dos cuadras de la escuela.
El nuevo crimen islamista se produce en el marco de un discurso de principios de este mes en que Macron dio a conocer las nuevas políticas de seguridad para combatir lo que llamó “separatismo islamista”. Según Macron, esa es la definición correcta para el intento de los musulmanes radicales de crear una sociedad aparte, donde la ley que rija sus barrios y vecindarios sea la sharía. Aunque el lector no lo crea, a pesar de impostar una posición firme contra el islamismo, Macron reconoció al mismo tiempo la responsabilidad del Estado en corregir ciertas injusticias sociales en barrios de grandes ciudades e hizo autocrítica del pasado histórico colonial de su país.
Lo concreto es que mucha dirigencia política europea piensa que explicar algo que va en contra de la corrección política podría generar gritos de victimización sobre islamofobia, de allí que algunos funcionarios y comentaristas occidentales construyen su análisis en el aspecto sectario del fenómeno desde donde siempre es más fácil agradar y endulzar oídos y lo de Macron, va por ese camino edulcorado. Así es que nos saturan con conferencias y discursos que tratan infructuosamente de explicar los horrores que ejecutan aquellos que se ofenden con rapidez y resuelven su malestar asesinando gente inocente al tiempo que manifiestan el más absoluto irrespeto por las libertades y la vida humana.
Occidente debe comprender de una vez que lo que hacen los khomeinistas, los talibanes, Al-Qaeda, Hezbollah, ISIS, Boko Haram, Hizb-al-Islam y otros grupos terroristas musulmanes es comercializar su discurso político con una narrativa religiosa. Y aunque pueden estar motivados sinceramente por su propia interpretación del islám. Lo que no pueden reclamar es la autoridad moral y ética para ser propietarios de la verdadera fe, tanto igual como no pueden arrogarse la representación exclusiva del islám como tal. Ellos son parte del islám, pero el islam no es solo de ellos por tanto deberían dejar de secuestrar la fe de millones de fieles que profesan su religión en paz.
Estos grupos son movimientos de delincuentes políticos apoyados por delincuentes que los glorifican, estos delincuentes y criminales utilizan la violencia y el terrorismo en la búsqueda de objetivos políticos y no debe haber negociación posible con ellos y sus postulados por parte del mundo libre.
Los terroristas islamistas, pretenden hacer la guerra para acabar con nuestra forma de vida, la que consideran “infiel”, pero incluso si son sinceros en esa afirmación, lo que están librando es una guerra absurda, retrógrada y brutal que al final del camino perjudicara a los propios musulmanes, independientemente de las escuelas teológicas o de las sectas a las que pertenezcan. De allí que en un ejercicio de memoria histórica, los propios musulmanes que no adhieren a la doctrina yihadista deberían ser los primeros en repudiar genuinamente esta barbarie levantando sus voces, y por sobre todo, no olvidar la historia del Japón Imperial y del Nacional Socialismo alemán, donde no todos los alemanes eran nazis ni todos los japoneses fanáticos del emperador. Aunque todos sabemos como acabaron los alemanes y los japoneses en 1945.