Más allá de la mala imagen que dejó el primer debate presidencial de la campaña electoral estadounidense, y con el imponderable que implica el contagio de Covid-19 del matrimonio Trump, ambas situaciones no han modificado el clima de antagonismo que vive la política estadounidense, que lleva a que algunos se imaginen escenarios de una confrontación interna armada.
A medida que se acerca la elección, la polarización es más necesaria para Trump, obligado a descontar una ventaja que se va ampliando. Los disturbios violentos de origen racial siguen siendo utilizados para mostrarse como garantía de la ley y el orden frente a los sectores radicalizados del partido demócrata, y pese a que la fórmula Biden-Harris es ideológicamente moderada con la intención de no perder al ciudadano estadounidense medio.
Trump, como en los negocios y en su vida privada, redobla la apuesta para ganar la elección y se construye en contraposición a sus adversarios (los anarquistas en el ámbito interno y la amenaza china en el externo). En función de este enfoque, va participar en el segundo debate entre los dos candidatos presidenciales.
Paralelamente, las medidas de la Administración para controlar las redes sociales chinas que operan en Estados Unidos se aceleran. Se inició la entrada de la empresa norteamericana Oracle en TikTok -que tiene 100 millones de usuarios en EEUU, preferentemente jóvenes- y hay una operación similar sobre WeChat, el WhatsApp chino. Esto no solo responde a la política por la competencia con China en el campo tecnológico, sino también frente al temor de que estas redes puedan ser usadas contra el candidato republicano, como se ha denunciado en 2016 que lo hicieron a su favor los hackers rusos.
El tema más complejo de esta elección son las reiteradas denuncias de fraude del propio Trump, que plantean un escenario posible de elección indecisa o de resultado incierto. La argumentación se centra en el voto por correo, que se estima será más importante que en las elecciones anteriores por la pandemia y que será mayor la cantidad de votantes demócratas que opten por este sistema. Trump ya ha dicho varios meses atrás que el voto por correo impedirá que el resultado de la elección se sepa ese día, en semanas, meses o nunca. Con una elección ajustada como fueron las dos últimas, en la que los republicanos sacaron menos votos pero obtuvieron mayoría en el colegio electoral, este tema sin una actitud de buena fe por parte de los contendientes puede llevar a una crisis institucional. A ello se agrega el mencionado tema de las redes sociales y la posibilidad de que se influya a través de ellas para desviar el resultado electoral.
Después de la elección de Trump, la investigación hecha sobre el manejo realizado por la consultora Camdridge Analytica y la utilización en campañas políticas de información privada de usuarios de Facebook, está planteado el debate sobre de qué manera se pueden manipular el voto desde las redes. Pero este tema no ha tenido ninguna resolución. Esto es una fuerte amenaza para la democracia, porque empieza a plantear dudas sobre su legitimidad como sistema político. La realidad es que la tecnología termina siendo una amenaza para la democracia y su credibilidad.
Pero el contexto de confrontación interna que vive Estados Unidos, parece es otro factor decisivo en esta elección. El clima político tiene cierta semejanza con los años 60, donde se llegó al extremo del asesinato de líderes “progresistas” como el presidente John F. Kennedy, el líder por los derechos civiles de la minoría afro Martin Luther King, o el senador Robert Kennedy, precandidato presidencial demócrata. A ello se sumó la controversia por la guerra de Vietnam y el movimiento hippie en lo cultural. La realidad es que ahora la cantidad de muertos en los disturbios es sensiblemente menor que la registrada entonces y el uso de la fuerza es mayor.
En 1968 Richard Nixon fue favorecido por el clima de protesta anárquica que hoy parece ayudar a Trump también, pero el presidente tiene un lenguaje y discurso agresivo que supera ampliamente el que tenía Nixon.
Esta vez se está contemplando la posibilidad de una crisis institucional por fraude que en aquella época no se planteaba. Esta situación ha llevado por primera vez a que se plantee el rol de las Fuerzas Armadas para dirimir la crisis institucional. Joe Biden lo dijo públicamente en julio: si Trump se aferraba al cargo negándose a reconocer un triunfo demócrata bajo el argumento de supuesto fraude, sería sacado por los militares de la Casa Blanca. En una audiencia ante el Congreso, el jefe de Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, ante la pregunta de legisladores demócratas sobre si se contemplaba una intervención en este caso, sostuvo que el sistema político en su faz jurídica y parlamentaria tenía los mecanismos previstos para resolverla sin intervención de las Fuerzas Armadas.
Es paradojal que Trump en este clima no haga mucho por ganar adhesiones en las Fuerzas Armadas. El libro Rabia, escrito por el periodista Bob Woodward (conocido por el Caso Watergate) a conversaciones personales con Trump, registra que el mandatario le dijo “mis jodidos generales son una panda de gallinas”, al referirse a la advertencia militar de no afectar con medidas comerciales a los aliados de Estados Unidos en Asia. Asimismo, en este libro Trump critica duramente a los militares que removió de su equipo como el ex Jefe del Pentágono Jim Mathis, a quien acusa de haberle impedido matar al presidente sirio, Asad, en un ataque con misiles que según Trump ya tenía listo.
Quizás por esta razón Trump se refirió positivamente a los militares media docena de veces en el primer debate.
La posibilidad de una crisis institucional ha llevado a expertos y pensadores a plantear el riesgo de una guerra civil en Estados Unidos, como tuvo lugar a mediados del siglo XIX. En la primera reunión de la Internacional Progresista, realizada este mes por Zoom, Noam Chomsky, representante de la izquierda intelectual estadounidense, advirtió sobre un “riesgo inminente” de guerra civil en Estados Unidos, en un contexto “de catástrofes ambientales, amenaza de una guerra nuclear, la pandemia y destrucción de la democracia”. Dijo que “la jefatura militar publicó una carta en la que recordó su deber constitucional de sacar del poder a un presidente que no quisiera dejarlo”. Este documento puede no existir, pero es una evidencia del clima que domina en los sectores más radicalizados en los Estados Unidos.
Sostiene Chomsky que mucha gente tiene temor a que se produzca una guerra civil. Ahora, en la minoría afro ha surgido un grupo radicalizado, el movimiento “Black Lives Matters” y núcleos que desfilan armados y vestidos con uniformes presentándose como una milicia. Al mismo tiempo son muchos y visibles los grupos armados de la ultraderecha que se presentan como tales, también con uniformes militares en las calles y se hacen presentes en los conflictos. La visión de Chomsky seguramente es exagerada, pero revela el clima de confrontación y el riesgo de que se produzca una crisis en un contexto de tensión por un resultado electoral controvertido.
Desde una perspectiva menos ideológica, Thomas Friedman, reconocido analista del New York Times, ha dicho: “Nunca pensé que terminaría mi carrera cubriendo la segunda guerra civil en Estados Unidos”. Dice que estará motivada por “la relación entre la nueva mayoría minoritaria y la próxima minoría blanca” y que “ello ocurrirá en 2045”.
Mientras tanto Trump, confirmando su estilo, designó a la reemplazante de Ruth Bader Ginsburg, magistrada progresista de la Corte Suprema. Lo hizo antes de la elección, tema que genera lógicas críticas, porque normalmente es una designación que requiere más tiempo. Pero Trump tiene mayoría en el Senado, cuenta con los legisladores para hacerlo y ha dicho que lo hace antes del 3 de noviembre “porque la Corte va a definir la elección”.
Aunque voces reconocidas hablen de guerra civil en Estados Unidos, este es un escenario muy improbable mientras las Fuerzas Armadas se mantengan unidas. Un escenario como el de los años 60, con confrontaciones violentas en las calles durante una década que incluyó el asesinato de un presidente, un líder contra la discriminación racial y un precandidato demócrata, es un tipo de escenario lamentablemente posible, pero no el de la guerra civil.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría