Esta nación, sin que haya importado su presidente, ni qué fuerzas políticas democráticas hayan controlado el Congreso, ha sido sin lugar a dudas más generosa y solidaria con el pueblo cubano que el resto de los estados del orbe, considerando que los gobiernos de este país, como los de cualquier otro, tienen que velar primero por sus intereses y no por los de terceros.
Mi gratitud a esta gran nación trasciende sus diferendos internos. Estoy agradecido a Estados Unidos por su compromiso con la libertad y los derechos humanos y confió que esas cualidades lo sigan distinguiendo del resto de las naciones más allá de cualquier coyuntura electoral. Cuando voy a votar no selecciono a los candidatos por su raza, sexo o religión sino por su compromiso con la democracia, la libertad y el derecho de los otros, que son en mi opinión la base clave para una elección.
Otro aspecto para mí importante en las elecciones nacionales es Cuba: no elijo en base a las promesas del candidato de que va derrocar la dictadura -ese es un ofrecimiento de difícil cumplimiento-, pero sí favorezco a quienes se comprometen a aplicarle al régimen castristas restricciones severas hasta que en la Isla se establezca una sociedad en la que se respeten los derechos de los ciudadanos.
Nunca entenderé las políticas de acercamiento con regímenes criminales que son una amenaza para sus respectivos ciudadanos y también para el resto de la humanidad.
Gobiernos como los de Irán, Corea del Norte y Cuba, son dictaduras que se caracterizan por su agresividad. Teherán y Pyongyang amenazan al mundo con su capacidad nuclear y La Habana tiene una práctica política de subversión que genera inestabilidad y desconfianza en un número importante de países.
No faltan gobiernos como los de Nicaragua y Venezuela, siempre listos para actuar de facilitadores a cualquier agresión contra Estados Unidos. Estas autocracias al igual que las anteriormente mencionadas, oprimen a sus pueblos y no escatiman esfuerzos para concertar una estrategia contraria a la democracia. Estos países han generado una especie de alianza y conformado un eje que impulsa un proceso de caos en el hemisferio cuyo objetivo primordial es desestabilizar este país.
Cuando el presidente Barack Obama decidió restablecer las relaciones con la dictadura cubana escribí en estas páginas que los vínculos entre los dos países se habían roto por decisión de Estados Unidos y que el presidente Dwight Eisenhower, en la parte final de la nota ejecutiva que al efecto escribió, decía: “Mientras tanto, nuestra simpatía está con el pueblo de Cuba, que ahora sufre bajo el yugo de un dictador”.
Por desgracia esa aseveración del presidente Eisenhower se ha reafirmado en el tiempo: la dictadura cumple en menos de 100 días 62 años en el poder, la situación es mucho peor que la que conoció el héroe de la Segunda Guerra Mundial, el país está devastado y sin esperanzas.
El castrismo ha sumido a Cuba en una bancarrota moral y material profunda de la que no saldrá con contemplaciones sino con medidas enérgicas que ayuden a los cubanos comprometidos con la democracia y la libertad a quebrar la dictadura y reconstruir la República extinguida.
De todos los mandatarios estadounidenses que intentaron restablecer relaciones con Cuba, desde John F. Kennedy a Ronald Reagan, todos, incluido James Carter, impusieron condiciones al castrismo que este se negó a aceptar, de ahí que nunca se establecieron relaciones. El único presidente de Estados Unidos que no puso condiciones a la dictadura fue Obama, que hasta excarceló a los cuatro espías de la red avispa, incluido el asesino de los pilotos de Hermanos al Rescate.
Es muy cierto que las relaciones entre los dos países han sido particularmente complejas en las últimas décadas. En ambas naciones se aprecia una constante voluntad por cambiar el otro, pero paradójicamente. aunque Washington ha mostrado voluntad por llegar a arreglos. la dictadura castrista ha sacado a relucir su naturaleza de escorpión aguijoneándose a sí misma por tal de envenenar a los demás. Un botón de muestra, los ataques sónicos a diplomáticos estadounidenses en La Habana, una acción que confirma que la dictadura de los Castro se nutre de los conflictos.