¿Qué nos habrá querido decir el presidente Alberto Fernández cuando lanzó su ataque al mérito? “Porque lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años”, fue la primera puntada de un bordado que puede llegar a conformar un tapiz muy complejo.
La pregunta está llevando a muchos analistas y opositores a enojarse con la curiosa idea de que el esfuerzo no merece premio. Algunos se indignaron con la idea de que un abogado recibido y docente de derecho -que además llegó a la presidencia de su país- desprecie lo único que permitió desarrollar a la raza humana: el esfuerzo y el mérito. Vale para el mundo capitalista, pero también para los países socialistas, e incluso para los que intentaron el comunismo y fracasaron.
En materia de comunicación Alberto Fernández tiene aciertos y errores. Viendo este llamativo ataque a la idea del mérito, ¿estamos ante un acierto o un error de comunicación?
Por lo pronto el Presidente no da puntada sin hilo y prepara sus jugadas comunicacionales con mucho tiempo y estrategia. Esto no significa que esa preparación tenga siempre el mérito de llevarlo al éxito.
Veamos. Al segundo día de haber asumido, Fernández sorprendió a la opinión pública -ante semejante desafío económico y político- yendo a la UBA a tomar un examen, como si no tuviera un enorme desafío por delante.
Ya durante la campaña había escenificado ante los medios su rol de docente de derecho penal. Qué buscaba: destacar su legitimidad como jurista ante la muy polémica reforma judicial para quitarle de encima a la vicepresidenta Kirchner las causas judiciales por corrupción. Resultado: tiene el mérito de estar a un paso de lograrlo.
Semanas atrás, el Presidente empezó a calificar a la ciudad de Buenos Aires de “tan bella y tan opulenta”. A los pocos días nos enteramos de que empezaba un proceso -en marcha- de quitarle lo poco que tiene la CABA de coparticipación para dárselo al gobernador bonaerense, Axel Kicillof, para que resuelva sus problemas de gestión. Resultado: a menos que la Corte Suprema lo frene, tendrá el mérito del éxito garantizado.
Un Presidente que parece obsesionado con Escandinavia -para comparar aciertos y errores en la cuarentena- comenzó a destacar a Finlandia como el mejor ejemplo a seguir por Argentina. Ya había usado equivocadamente a ese país nórdico como ejemplo de regulación de las telecomunicaciones. No salió bien. Fue desmentido por la propia embajada de Helsinki: los fineses no consideran la telefonía ni Internet como servicio público y prefieren la libre competencia.
¿Por qué la obsesión con Finlandia?
Aunque no saliera bien la comparación de Finlandia en el tema telecomunicaciones, ¿qué otra curiosidad se puede encontrar en el país de los lagos y el esquí de fondo? ¿Una reforma educativa que es por lo menos estudiada aún en muchos países desarrollados? Si miramos a los sindicalistas que tienen la educación de los niños argentinos en sus manos, descartado de plano.
Pero, en tren de seguir atando cabos, hay otro experimento finés que -justamente durante la pandemia- se empezó a debatir en algunos países de muy alto poder adquisitivo: el ingreso universal.
Vendría a ser un ingreso básico para todos por igual que permita a aquel que no tiene trabajo -o que no tiene ganas de trabajar- subsistir con un mínimo básico. Una suerte de extensión de la idea de la Asignación Universal por Hijo para las familias que no tienen salario en blanco. Una suerte de plan social sin obligación de contraprestación. Algo así como la continuidad del IFE, un ingreso de emergencia por la cuarentena que se dio en muchos países capitalistas -incluso Estados Unidos-.
Podríamos sintetizarlo como “el sueño de poder vivir sin necesidad de trabajar, garantizado como derecho”.
Por más que lo de Finlandia no sea otra cosa que un experimento, el ingreso universal para una población similar a los 9 millones que hoy estarían cobrando el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) podría ser la llave para resolver el dilema electoral que enfrentará el kirchnerismo en el próximo año electoral 2021: no habrá reformas económicas estructurales, y la crisis se profundizaría y no solo afectaría el voto de clase media que en 2019 eligió a Alberto Fernández en el binomio con Cristina Kirchner, sino que corre el riesgo de perder una parte de su propio voto de base: la clase baja del conurbano bonaerense.
Obvio que el problema del enorme desempleo que ya está afectando a la Argentina y se va a ir agravando en los próximos meses tiene mejores soluciones: un plan económico que incluya una reforma laboral para que las pymes puedan contratar sin los enormes costos y riesgos que tienen hoy lo resolvería sin que el Estado ponga un solo peso y -de paso- generaría un fuerte crecimiento económico y una ola de inversiones.
Pero como esa posibilidad hoy no está disponible, un ingreso universal o la justificación de un IFE “para siempre” dispararía un debate muy acalorado en una Argentina en la que una parte sustancial de sus habitantes son descendientes de inmigrantes que vinieron a trabajar, esforzarse y “hacer mérito”. Esos hijos de inmigrantes ya no dan más de impuestos, impuestos inflacionarios, cepos y prohibiciones y castigos a su mérito y esfuerzo.
¿Podría ser un “globo de ensayo”? O sea: “Lo tiro para ver cómo reacciona la opinión pública y después veo”. O es realmente una puntada más de esa trama que está bordando Fernández.
No lo sabemos, pero sí es interesante comparar con el sistema de instalación de issues (asuntos claves) en la opinión pública entre Fernández y el ex presidente Macri.
Macri no creía en el debate de las ideas que un gobierno puede ganar, si tiene los argumentos correctos y los voceros para defenderlos en los medios. No instaló ni debatió la necesidad urgente de reformas.
El mejor ejemplo fue la reforma laboral: en lugar de debatirla, cuando tenía todo para ganar esa discusión, lo intentó en silencio y de espaldas a la opinión pública y fracasó. Con ese concepto equivocado de opinión pública -que era inmutable y nada la cambiaría- condujo su gobierno durante cuatro años. El final es conocido.
Fernández también comete muchos errores de comunicación, pero son justamente los opuestos a los de Macri: sobreestima permanentemente la capacidad de digestión de ideas disparatadas del gobierno por parte de la opinión pública.
Así es como decidió no salir inmediatamente a condenar -y frenar- las usurpaciones de tierras en el Conurbano. Una encuesta de Ricardo Rouvier (un hombre identificado con la izquierda) muestra que el 80 por ciento está en contra. La malograda saga del intento de expropiación de Vicentin murió ante el rechazo contundente de la opinión pública en las calles y las encuestas. El propio Presidente dijo sorprendido: “Creí que me iban a aplaudir”.
Quizás Alberto Fernández necesite analizar primero medidas tan polémicas con encuestas para encontrarle la vuelta a sus instalaciones antes de largarlas. Eso no implica que las ideas no se puedan debatir, y que el Gobierno no esté en condiciones de ganar esos debates. Quizás Macri debió consultar más allá del ecuatoriano Jaime Durán Barba si era tan cierto que la opinión pública es algo totalmente inamovible y que -aún desde un gobierno en crisis- no se la puede cambiar.
Dos extremos de la gestión de opinión pública. Macri, con el asesoramiento inadecuado, y Fernández, un autodidacta confeso en la gestión de la comunicación.
Veremos si tiene el mérito de imponer la idea del ataque al mérito.