China ha vencido al virus. Con esta rotundidad se expresó hace días el régimen chino en una ceremonia oficial en el Gran Palacio del Pueblo, en la que el Partido Comunista chino (PCCh) se tributó a sí mismo un homenaje inaudito por su gestión supuestamente modélica de la pandemia del coronavirus. Al atribuirse todos los méritos y asegurar que ha salvado a millones de personas en todo el planeta, engendró una puesta en escena propagandística que supuso el enésimo esfuerzo de Pekín para convencer a su población y al mundo entero de que no tiene responsabilidad alguna en la crisis del Covid-19. Continúa así la campaña de intoxicación y propaganda que lanzó en marzo en cuanto se hizo evidente el alcance de la tragedia que se avecinaba.
La próxima etapa de esta campaña ya está aquí y no es otra que China nos va a salvar con su vacuna. Cuatro farmacéuticas chinas estarían ya en la última fase de ensayos clínicos, a los que se prestan miles de voluntarios de Argentina, Perú y Brasil, y podría estar lista a final de año. Por la tragedia sanitaria y la ruina económica que sufren tantos países, obviamente ningún gobierno está en disposición de dar la espalda a la primera vacuna fiable que esté disponible, incluso si nos viésemos en la paradójica situación de que los que metieron al mundo en el peor caos de nuestro tiempo fuesen los mismos que facilitasen la pócima mágica que nos ayude a salir de él. Es por todo ello que es obligado entender qué hay detrás de la vacuna china.
De entrada, la secuencia histórica es reveladora. Más allá del origen del virus, sobre el que no es posible profundizar por la falta de evidencias, parece indiscutible que China encubrió los hechos y contribuyó a la propagación de la pandemia. Politizó las donaciones de material que realizó a otros países, además de que no está claro cuántas de ellas fueron en verdad transacciones comerciales. En el mercado chino, donde se aprovisionaron tantos países desesperados, reinó la ley de la selva. Aprovechando su posición dominante, la industria china inundó los mercados internacionales de material sanitario defectuoso, proliferaron los fabricantes sin licencias ni certificaciones, dispararon los precios de los ingredientes farmacéuticos y no faltaron las operaciones fraudulentas. Antecedentes que ponen en cuestión la confianza que merece Pekín en torno a su vacuna redentora.
Lo anterior no se puede desvincular de la oportunidad que la vacuna brinda a China para avanzar en la consecución de sus objetivos geopolíticos. Seduce a países de África, de Oriente Medio y del sudeste asiático con promesas de acceso prioritario a la vacuna, mientras habría ofrecido a América Latina futuros préstamos por valor de 1.000 millones de dólares para sufragar su compra. Es importante entender que el Covid-19 ha venido a truncar la estrategia de poder blando que China tiene en Latinoamérica y en otras regiones desde hace un lustro. Una estrategia, ejecutada a golpe de talonario, destinada a ganar en influencia política en el extranjero, a legitimar al PCCh internacionalmente y a sentar las bases de un nuevo orden mundial a través de los corredores comerciales de la Franja y la Ruta y sus instituciones financieras.
Tanto por su gestión del coronavirus como por la reacción del régimen chino en Hong Kong, la estrategia de seducción internacional de Pekín de algún modo está ahora en jaque. No es sólo que China no ha podido evitar las críticas desde el extranjero, algunas feroces, sino que por primera vez se oyen voces acerca de la conveniencia de reducir la dependencia que muchos países tienen de ella, o incluso de modificar el rumbo de la relación bilateral. Todo ello forma parte del trasfondo que se esconde detrás de la vacuna china y que va mucho más allá de la dimensión estrictamente científica. En este contexto, el gobierno chino ha entendido perfectamente el peligro que la crisis del coronavirus supone para China, y no sólo en términos de reputación. Por ello trata de hacer de la necesidad virtud y convertir el peligro en oportunidad. Y la oportunidad reside en ofrecer como sea la vacuna que salve al mundo.
El autor es investigador asociado de CADAL.