El puerto de Beirut es la imagen del fracaso y la falacia de la resistencia

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El presidente libanés Michel Aoun con el primer ministro Hassan Diab en Baabda el 21 de enero de 2020 (REUTERS/Mohamed Azakir)
El presidente libanés Michel Aoun con el primer ministro Hassan Diab en Baabda el 21 de enero de 2020 (REUTERS/Mohamed Azakir)

Las explosiones que el martes estremecieron a Beirut, y literalmente borraron del mapa un cuarenta por ciento de su zona portuaria, demostraron palmariamente que El Líbano no pudo evitar convertirse en un estado fallido.

Más allá de las palabras del primer ministro Hassan Diab, quien calificó al hecho que ha resultado en la muerte de al menos 100 personas y herido a más de 4.000 como una “tragedia de magnitud única”, y las del presidente Michel Aoun, la brutalidad del desastre desnudó una realidad que muchos conocíamos y otros tantos negaron durante años: la responsabilidad de la clase dirigente.

Durante los últimos 40 años, los gobiernos de Beirut han incurrido en la entrega y resignación de las decisiones propias a nivel político, así como en el renunciamiento a la defensa de los intereses nacionales libaneses. Esas acciones se cobraron este martes un altísimo precio. Y como sucede siempre en los países sin rumbo, los afectados son los mas débiles, los ciudadanos.

En consecuencia, lo que la explosión ha puesto de manifiesto no sólo ha sido la ineptitud y corrupción de la dirigencia política, sino también la falacia de la resistencia contra enemigos externos. Esta premisa hizo que los libaneses se acostumbraran a vivir a oscuras, con sólo unas pocas horas de electricidad al día y bajo la amenaza de la perdida de sus bienes y propiedades. Incluso, también, se acostumbraron a vivir bajo la amenaza existencial de su seguridad y la de sus familias.

Así, de tanto naturalizar lo malo, se acostumbraron a las carencias en su sistema de salud y hasta en la falta del sustento y la comida diaria. Esa domesticación de muchos libaneses bajo el lema de la resistencia estaba deviniendo en la perdida de su dignidad. Era normal escuchar a la clase política mencionar absurdos tales como que “El Líbano se encuentra en la agenda de los invasores que desean cambiar su cultura, su política y robar sus recursos naturales”. Con ese mismo mensaje, los sucesivos gobiernos continuaron apoyando “la agenda de la resistencia”.

Una vista general de la zona dañada por la explosión masiva y la onda expansiva en Beirut el 5 de agosto de 2020 en esta imagen tomada con un drone. (Instagram/ @Rabzthecopter/via REUTERS)
Una vista general de la zona dañada por la explosión masiva y la onda expansiva en Beirut el 5 de agosto de 2020 en esta imagen tomada con un drone. (Instagram/ @Rabzthecopter/via REUTERS)

Lo concreto es que más allá de esa retórica sin sentido y anti-moderna, estas fueron las frases continúan siendo utilizadas por quienes desean estimular la cultura de la muerte, el atraso, la guerra y la destrucción que ellos mismos importaron y pusieron en práctica en El Líbano durante 40 años de barbarie.

Así, en el marco de la consigna de la resistencia se sostuvo que había que protegerse de los invasores. Sin embargo, sólo lograron mantener cercenados y asfixiados los derechos de los ciudadanos. De ese modo, congelaron sus mentes y las ideas de libertad y democracia verdaderas.

No obstante, mientras los defensores “de la resistencia y la dignidad” incitaron y avanzaron sobre los derechos de las personas, nunca aportaron ideas nuevas. Contrariamente, sus reiterados discursos, vacíos y falaces, no solucionaron los problemas de la ciudadanía.

Por el contrario, en la vida real, las personas reales siguen muriendo, el país continúa siendo destruido, los inocente heridos y sus vidas, sustento, derechos políticos, civiles y humanos, destrozados. La realidad tangible muestra que los ciudadanos, supuestamente protegidos contra los enemigos imaginarios y las fantasías de los resistentes son privados de su desarrollo, ven sus derechos arrebatados por los mismos que dicen protegerlos.

Dicho de otro modo, mientras las personas en El Líbano apoyen o crean el discurso de la resistencia islamista, vivirán sumidas en el disvalor de una vida precaria y frustrada. Por tanto, la opinión pública local e internacional debe analizar seriamente el discurso de aquellos que se hacen llamar “resistencia” para alejarse de esa definición que no es mas que una profunda e irreverente degradación intelectual.

Así quedó el puerto de Beirut tras la explosión. Foto: REUTERS/Mohamed Azakir
Así quedó el puerto de Beirut tras la explosión. Foto: REUTERS/Mohamed Azakir

Los esfuerzos de los “resistentes” tienen como único objetivo controlar económicamente la vida de los ciudadanos. No son reales, y a través de ese engaño sólo buscan elegir por ellos. Y lo peor: han transportado a El Líbano a situaciones de desastres, guerras, atraso y destrucción como las explosiones del martes. En definitiva, a situaciones que no tienen retorno, como lo son las vidas perdidas con la tragedia del puerto de Beirut.

En realidad, si hay una cosa de la cual los libaneses necesitan liberarse y resistir es de esas mentes desenfocadas del mundo actual, de sus discursos falaces y de esa vetusta definición que acostumbran a usar los perversos a través de la victimización.

Para avanzar hacia el futuro y construir un país digno de ser vivido, los libaneses deben pensar muy bien qué desean construir como sociedad. La comunidad internacional seguramente respetará su decisión. Pero ninguna opción de éxito puede estar relacionada con lo que desean y propugnan aquellos que, claramente, no son parte de la solución sino del problema.

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