Julio, 1990. Tres décadas atrás. Por iniciativa del dictador cubano Fidel Castro y el líder del Partido de los Trabalhistas (PT) Luiz Inacio Lula da Silva, nacía el Foro de Sao Paulo.
Corrían tiempos difíciles para el comunismo. La propia Unión Soviética atravesaba un período de convulsiones desde mediados de la década anterior. Bajo el liderazgo de Mikjail Gorbachov, se habían lanzando las políticas de Perestroika (reforma) y Glasnost (apertura/transparencia) y en el XXVII Congreso del Partido Comunista prácticamente se abandonó toda referencia al marxismo-leninismo. Una persistente caída del precio del petróleo desde 1986 había dañado seriamente las posibilidades materiales del imperio soviético. El sistema socialista, simplemente, no funcionaba. En 1989 la caída del Muro de Berlín y el colapso de los regímenes socialistas de Europa del Este fueron la antesala de la propia disolución de la URSS. Como explicaría Henry Kissinger en Diplomacy (1994), la Unión Soviética no era lo bastante fuerte ni dinámica como para desempeñar el rol que sus gobernantes le habían asignado.
A su vez, en China Popular, desde hacía más de una década el gigante venía aplicando reformas de mercado. Eran el resultado del programa económico de apertura económica impulsado por Deng Xiaoping desde 1978, tras la muerte de Mao y Chou-En lai. Envuelta en el eufemismo del “socialismo con características chinas”, Beijing había abandonado en los hechos el modelo colectivista y había comenzado a recorrer un formidable sendero de crecimiento que la llevaría a convertirse en la segunda potencia económica global de nuestros días.
En tanto, en Latinoamérica se habían producido cambios políticos profundos. En la década anterior, prácticamente toda la región había visto surgir gobiernos democráticos. A su vez, desde fines de los ochenta muchos de esos gobiernos habían iniciado reformas de apertura económica, privatizaciones y habían mejorado sus relaciones con los Estados Unidos.
Aquel contexto global desfavorable obligó a Castro a activar su inmenso talento político. Una vez más, demostraría que era el líder latinoamericano más importante del siglo XX. Provisto de una inteligencia superior, que siempre o casi siempre utilizó para el mal, Castro buscó desafiar el mandato de los tiempos. Mientras en el mundo surgían esperanzadas visiones sobre el “Fin de la Historia”, el tirano cubano se resistió a la idea de que el socialismo había caído en una crisis sin salida.
Entre el 2 y el 4 de julio de 1990, convocó al Encuentro de Partidos y Movimientos Políticos de América Latina y el Caribe que luego pasaría a denominarse como “Foro de Sao Paulo” con el objeto de no claudicar frente al “neoliberalismo”, creando un “bloque de fuerzas”. Fue entonces cuando Castro expresó que “albergo igualmente la más profunda convicción de que, cuando la crisis llega, los líderes surgen”.
Pero Castro comprendió que la expansión de la revolución socialista no podría hacerse a través de la violencia, tal como había promovido en los años 60, 70 y 80. Las condiciones históricas habían cambiado. Ahora promovería llegar al poder por vía electoral. Una vez ganadas las elecciones, los gobiernos surgidos del socialismo del siglo XXI se ocuparían -cada uno con las características propias de sus países y sus líderes- de imponer los “ideales” del Foro de Sao Paulo. En algunos casos, como Venezuela, Nicaragua y en menor medida Bolivia y Ecuador, la ficción democrática se convertiría en una falsificación a través del desmantelamiento de cada una de las instituciones republicanas.
A partir de 1999, Castro vería concretar uno de sus más antiguos objetivos: la virtual colonización de la rica Venezuela a través del comandante Hugo Chávez Frías. La llegada de Chávez le permitiría sustituir el oro de Moscú por el petróleo de Caracas. Para Castro, la iniciativa del Foro de Sao Paulo había dado sus frutos. Había logrado sobrevivir al desafío más grande que le tocó enfrentar desde su toma del poder en 1959. Los años noventa. Aquella década en la que muchos imaginaron que se agotarían sus días en el poder. Tiempos aciagos en los que, como diría Leonardo Padura, los dramas de los cubanos se reducían a tres: cómo desayunar, cómo almorzar y cómo cenar. Diez años del “período especial”, en los que llegaría a haber protestas en las calles de La Habana por la extrema escasez que siguió al fin de la asistencia soviética. En los hechos, el foro de Sao Paulo le proporcionó a la tiranía castrista un instrumento de supervivencia.
Algunas visiones menos críticas sostienen que el surgimiento del Foro de San Pablo era representativo de una nueva etapa para la izquierda latinoamericana que implicaba dejar de lado la violencia como medio para la acción política en un contexto global dominado por la caída del socialismo real en Europa del Este. Así lo explicó el doctor Guillermo Lousteau Heguy, en su discurso de incorporación a la Real Academia Hispanoamericana, en 2016: “El Foro se propuso una revisión estratégica de la revolución izquierdista, renovar el pensamiento de esa corriente, y afirmar su oposición al capitalismo y al neoliberalismo, confirmando al socialismo como alternativa necesaria y emergente, frente a la caída del muro de Berlín y su efecto en Europa. El mensaje claro de los convocantes fue poner fin a la lucha armada y acceder al poder a través del sistema democrático. Las razones eran claras: la fuerza propia no era suficiente y sin una transformación cultural, la toma del poder por las armas, aunque fuera posible, sería improductiva. Porque, según Gramsci, sin una hegemonía cultural, la revolución no puede tener éxito”.
Hacia fines de la primera década del siglo XXI, miembros del Foro de San Pablo controlaban no menos de diez gobiernos de la región. Algunas de esas expresiones respetaron el juego democrático. En Chile, Uruguay y Brasil los gobiernos de izquierda cumplieron las normas constitucionales y amoldaron el ejercicio del poder dentro de los límites republicanos. Pero en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, por el contrario, la legitimidad de origen fue rápidamente vaciada de contenido democrático a través de la imposición de dictaduras, algunas de las cuales se perpetúan en el poder hasta el día de hoy.
Acaso este recuerdo sirva para refrescar algunas lecciones. La primera de ellas es que el comunismo nunca descansa y que procura con habilidad adaptar los medios para conseguir sus antiguos propósitos. La segunda lección es aquella que prescribe que la libertad nunca puede ser dada por ganada. En los hechos, el Foro de Sao Paulo implicó la sustitución de los medios para acceder al gobierno de los grupos de izquierda regional, los cuales, una vez en el poder, terminaron en muchos casos montando verdaderas dictaduras socialistas del siglo XXI.
El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica.