La influencia de Estados Unidos en el mundo

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Thomas Jefferson
Thomas Jefferson

El aniversario de la república norteamericana fue acompañado con ataques a Thomas Jefferson. Le reprochaban haber tenido esclavos mientras escribió que todos los hombres eran iguales ante la ley y tenían los mismos derechos y deberes. Lucian Truscott IV, su descendiente directo, periodista y escritor, encabezó la ofensiva en el NYT. Es el hijo de un famoso general de la II Guerra Mundial.

Los detractores de Jefferson destacaban su hipocresía, y el hecho de que hubiera engendrado varios hijos con su esclava predilecta, Sally Hemings, 23 años más joven que el tercer presidente de Estados Unidos y uno de los más brillantes.

Sally era, a su vez, medio hermana de su esposa. Su madre, africana, había sido víctima de su “dueño”, el capitán de barcos John Wayles, quien le dejara una considerable dotación de esclavos a Martha, su hija “legítima”, y unos terrenos valiosos en Virginia. Sally era la menor de los seis hijos que le hizo Wayles a su esclava.

Jefferson comenzó a tener relaciones con Sally cuando la bella mulata, muy clara, tenía 15 o 16 años. Jefferson era viudo en ese momento de Martha Wayles. Aparentemente, tuvieron seis hijos, de los que cuatro llegaron a la vida adulta.

Es cierto que la “Declaración de Independencia”, redactada por Thomas Jefferson, presentada el 4 de julio de 1776, es uno de los documentos más difundidos de la Humanidad, y uno de los más copiados, pero mi opinión es que no influyó excesivamente en el destino de otras sociedades.

Incluso, a juzgar por los despachos de los embajadores acreditados en el país, se pensaba que no había muchas posibilidades de que saliera bien el experimento republicano creado por 13 estados que se miraban con recelo unos a otros.

Pero salió bien. Al extremo de que el joven ensayista francés Alexis de Tocqueville, el gran analista de la Democracia en América, declarara en 1835 que en ese país se estaba forjando el liderazgo del planeta. ¿Por qué y cómo? Sospecho que fue la consecuencia de las deficiencias más que de los éxitos.

Me explico. Súbitamente, los estadounidenses se vieron desamparados. Le ofrecieron a George Washington la corona de la nueva nación. Declinó cortésmente la proposición. Sirvió por dos periodos y se volvió a la plantación. Era uno de los hombres más ricos de su tiempo. Los “americanos” tendrían que enfrentarse con las dificultades republicanas.

Todos los hombres eran iguales ante la ley a fines del siglo XVIII. Ese era el principio. Ya sabemos que los negros, las mujeres, los analfabetos, y quienes carecían de propiedades, no estaban incluidos en ese “todos los hombres”. No obstante, los principios son esenciales y acaban por abrirse paso. Al menos lo eran para los blancos educados, generalmente plantadores y, con frecuencia, propietarios de esclavos.

Primero se eliminó la educación y el tener propiedades para poder votar. Luego, al costo de una guerra terrible, los negros fueron liberados y, a trancas y barrancas, los incorporaron al proceso no sin grandes obstáculos. Por último, las mujeres ganaron el derecho al sufragio en 1920.

La república, afortunadamente, no estaba sujeta a dogmas preestablecidos que señalaran un camino unívoco para sostener el poder, como era propio de las ideologías. Se limitaba a crear instituciones que fueran solucionando los problemas en la medida que fueran surgiendo. Estados Unidos fue la primera “Sociedad de acceso abierto” que registra la historia moderna.

Hasta ese momento todas las sociedades eran de “acceso limitado” y se basaban en el concurso a los “mandamases” para que ejercieran la autoridad, a cambio de lo cual el poder se volcaba en ayuda de quienes lo sostenían. Incluso hoy, las tres cuartas partes del planeta exhiben síntomas de ser sociedades de acceso limitado, y sólo dos docenas de naciones han tomado voluntariamente el camino norteamericano.

¿En qué consisten las SAA y las SAL? Los términos (y el concepto) fueron formulados por Douglass North (1920-2015), Premio Nobel de Economía en 1993, uno de los pensadores más creativos de Estados Unidos, en su último ensayo, escrito junto a dos de sus colaboradores cercanos, J.J. Wallis y B.R. Weingast: Violencia y órdenes sociales: un marco conceptual para interpretar la historia humana registrada.

Si el linaje no servía para crear las estructuras humanas, dado que todos los individuos tenían los mismos derechos ¿a qué se recurría? Sencillo y, a la vez, complicado: a los méritos personales. Tener privilegios se convirtió en una pésima característica en la sociedad estadounidense. Una rémora. Eventualmente, todos tendrían los mismos derechos y deberes. Incluso, se puso de moda el vestido del hombre común.

Uno de los últimos privilegios cayó tras la Guerra Civil (1861-1865): se trató del postrer conflicto en el que fue posible liberarse mediante el pago a otra persona de servir en las Fuerzas Armadas. A partir de la nueva regla, solo el médico o el azar podían librar a los reclutas de sus responsabilidades.

En el terreno económico la respuesta vino del mercado. Como se sabe, no hay fortunas permanentes en Estados Unidos. Basta contemplar la lista de los millonarios en las revistas especializadas. La mayoría de los nombres cambian generación tras generación. Al menos, se supone que los estados no protejan a las empresas de la voluntad popular expresada en la libre elección de los bienes y servicios. Es cierto que los poderosos tratan de vulnerar este principio, y a veces lo logran, pero siempre será por un periodo.

Fue este ejemplo –meritocracia más mercado más ausencia de privilegios- y no el magnífico texto pergeñado por Jefferson lo que acabó conquistando el corazón de Inglaterra, Holanda, Francia y las dos docenas de naciones que han hecho suyos los valores de la igualdad ante le ley. Es un camino largo, y lleno de contramarchas, pero no hay otro.

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