¿Qué características debe tener un buen líder? Si bien sobre esta cuestión se ha escrito mucho, hoy me gustaría analizarla desde otra perspectiva: a través del estudio de una figura histórica en particular.
Si bien Charles De Gaulle lideró la resistencia francesa durante la ocupación nazi (1940-1944) y luego sería primer ministro por un breve período (1944-1946), fue durante su presidencia (1959-1969) cuando mostró su enorme capacidad de liderazgo. En ese entonces encontró un país dividido y sin rumbo. En pocos años no sólo lograría devolverle estabilidad y confianza, sino que implementó una política exterior exitosa, modernizó sus instituciones y llevó adelante una serie de reformas económicas que traería prosperidad. Esta experiencia de gobierno lo diferencia de su otro gran contemporáneo, Winston Churchill, con quien la humanidad tiene una deuda de gratitud debido a su liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial, pero que a lo largo de su carrera tomó tantas decisiones correctas como equivocadas. En definitiva, De Gaulle surge como un claro ejemplo para seguir. ¿Qué lecciones podemos aprender de su liderazgo?
De Gaulle fue un líder sumamente pragmático, pero este pragmatismo siempre estuvo al servicio de una visión de país. Esto contrasta con muchos líderes modernos, que, esclavos de las circunstancias, modifican constantemente sus discursos para reflejar los cambios de humor social que les indican las encuestas. De Gaulle siempre tuvo “una cierta idea de Francia” y, para alcanzarla, buscó convencer a sus compatriotas.
El pragmatismo de Gaulle se vio reflejado en su realismo. Cuando las circunstancias cambiaban, estaba dispuesto a modificar sus políticas para lograr el objetivo deseado. Esto sucedió por ejemplo con su política sobre Argelia. Defensor del imperio, cuando se dio cuenta de que ya no existía margen para que este territorio continuase formando parte de Francia, optó por alcanzar un acuerdo con los independentistas. Esto le permitió posicionar a Francia como defensora de las ex colonias y del tercer mundo en general, ganando así influencia internacional.
El realismo de De Gaulle también se vio reflejado en su política exterior. Siempre se opuso a la ideologización de las relaciones internacionales y, por el contrario, buscó alcanzar la paz y la estabilidad en el sistema internacional a través el equilibrio de poder. Años después, Richard Nixon y Henry Kissinger, quienes admiraban al general francés, aplicarían esta misma visión para aliarse con la China comunista y enfrentar de esta manera a la Unión Soviética desde una posición de mayor fuerza. Como parte de esta visión, De Gaulle también intentó que su país mantuviese un alto grado de autonomía. Con este fin, impulsó la expansión de las empresas francesas alrededor del mundo y modernizó las fuerzas armadas.
De Gaulle no entendió al poder como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar otros objetivos. De hecho, en dos ocasiones renunció al poder (primero como primer ministro y luego como presidente) al considerar que ya no tenía margen suficiente para implementar las políticas que Francia necesitaba.
Otra lección que nos brinda De Gaulle es la necesidad de escuchar antes de decidir. A diferencia de Churchill, quien solía tomar decisiones de manera intuitiva, el francés consultaba a sus asesores y se tomaba el tiempo que fuese necesario. Pero una vez que lo hacía, les exigía a sus colaboradores lealtad y rapidez a la hora de implementar la decisión.
A la hora de unir a los franceses, De Gaulle no buscó un punto intermedio entre las diferentes posiciones sino que supo generar una síntesis superadora. Esta síntesis incorporó a diversas tradiciones y derivó en la V República, un conjunto de instituciones que, luego de generaciones de disputas, trajo estabilidad a Francia. Si, por el contrario, hubiese optado por un punto intermedio entre las posiciones que defendían la izquierda republicana y la derecha tradicional nunca habría podido implementar los cambios, muchas veces drásticos, que el país necesitaba para salir del laberinto en que se encontraba.
Por último, además de ser un hombre de acción De Gaulle fue un pensador y un escritor. Lejos de pensar que los libros eran una mera herramienta de marketing, escribió para reflexionar y transmitir su visión. Fue, de hecho, un gran escritor. Sus ensayos sobre liderazgo y relaciones cívico-militares (El filo de la espada) y sus memorias (Memorias de guerra y Memorias de esperanza) son considerados clásicos de la lengua francesa. El contraste con la actualidad es enorme. En parte debido a la aparición de las redes sociales, la mayoría de los políticos no logran salirse de la coyuntura. El resultado es la falta de liderazgo.
Si bien estas seis lecciones surgen del estudio del liderazgo aplicado a la conducción de un país, encierran enseñanzas que pueden ser aplicadas a las decisiones que tomamos todos los días. Son lecciones que deberemos adoptar si queremos progresar en un mundo cada vez más complejo.
El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.