La resurrección de Norman Mailer

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Norman Mailer (AP)
Norman Mailer (AP)

Los disturbios y reivindicaciones contra la discriminación racial ocurridos días atrás en varias ciudades del mundo como consecuencia de la muerte de George Floyd a manos de un agente de la policía de la ciudad de Minneapolis trajeron a mi memoria la figura y la obra del escritor estadounidense Norman Mailer.

Conocí por primera vez su obra con flamantes 19 años a fines de 1983, cuando se habían cumplido dos décadas del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, hecho al que dediqué varias semanas de lecturas en la oficina del Centro Cultural Lincoln de la embajada norteamericana, ubicado sobre la calle Florida a metros de la Plaza San Martín.

Recuerdo claramente cuando el bibliotecario me persuadió (sin éxito) para que no leyera las casi mil páginas del Informe de la Comisión Warren sobre el trágico magnicidio. El documento encargado por el presidente Lyndon Johnson concluía que Lee Harvey Oswald había sido un asesino solitario, cuya única motivación para el hecho fueron sus propias situaciones personales. A renglón seguido el bibliotecario me aconsejó la lectura de la obra de Norman Mailer expresando que, su entender, era el intelectual que mejor había detallado el contexto político y cultural del magnicidio ocurrido el 22 de noviembre de 1963 en la ciudad de Dallas.

Estimo muy probable que tres décadas después el bibliotecario habrá leído el ensayo publicado por Mailer sobre los sucesos de Dallas bajo el título de “Oswald, un misterio americano”. Dos años después de la caída del Muro de Berlín, el ganador de dos Premios Pulitzer narraría a lo largo de mil trescientas páginas su oscura y paranoide visión de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en “El fantasma de Harlot”.

Aceptado el consejo literario me trasladé a la feria del Parque Rivadavia para rastrear todos los libros del autor estadounidense nacido en 1923 en New Jersey, criado en Brooklyn, egresado a los 22 años como ingeniero de la universidad de Harvard y luego en 1948, como joven veterano de la Segunda Guerra Mundial, convertido en estrella literaria con la publicación de su primera novela Los desnudos y los muertos en la que narra su participación en esa contienda bélica.

Tenía razón el bibliotecario con su observación. Adquirí en la feria del barrio de Caballito dos ensayos de Mailer que retrataban con rigor las profundas transformaciones políticas y culturales ocurridas en los Estados Unidos entre 1950 y 1970, las que se dieron en simultáneo con el liderazgo económico y militar norteamericano a nivel global. Por unos pocos pesos argentinos (moneda que había reemplazado al peso ley en junio de 1983), compré dos viejas ediciones de El negro blanco y Miami y el sitio de Chicago.

El primero de esos textos había sido publicado en 1957, aunque gran parte de su contenido ya fuera adelantado en las columnas que el escritor firmaba en el legendario semanario The Village Voice, cofundado por el propio Mailer en 1955. El segundo, aparecido en el tumultuoso año 1968, fue editado a partir de las crónicas que a pedido de la revista Harper´s había escrito sobre las accidentadas convenciones de republicanos y demócratas en las ciudades de Miami y Chicago.

Pocas semanas después me enteré de que había otra obra de Mailer que lo encumbraría como uno de los máximos referentes de la corriente denominada “nuevo periodismo”, en la que también sobresalían Truman Capote, Tom Wolfe y Hunter Thompson. El texto llevaba como título Los ejércitos de la noche. La historia como una novela, la novela como historia. Describía con la voz del autor en primera persona su participación en la marcha de protesta contra la guerra de Vietnam desarrollada en agosto de 1967 en los alrededores del Pentágono.

Continuando la obsesiva búsqueda logré localizar en una vieja librería de la Avenida Corrientes el ensayo de 1960 “Superman va al supermercado”, que fuera anticipado por la revista Esquire. En el texto Mailer brinda su visión política y personal del entonces candidato demócrata John Kennedy, a quien acompañó varias semanas durante sus giras proselitistas que lo llevaron a la Casa Blanca en enero de 1961.

En medio del ascenso al poder del clan Kennedy la píldora anticonceptiva comenzó a comercializarse en los Estados Unidos, alentando el surgimiento de numerosos movimientos feministas que año tras año engrosaron sus reivindicaciones junto a las organizaciones que militaban por los derechos civiles. En esa atmósfera de cambios radicales Mailer expresaba que “si el mal consistía en descubrir lo bueno y proceder a destruirlo, la maldad era una forma de buscar el peligro sin tener idea de a quién podría vulnerar”.

Al tiempo que se definía políticamente como un conservador de izquierda, en El Negro Blanco demostró toda su versatilidad creativa y su iconoclasta formación intelectual. En pleno auge de la generación beat a mediados de los cincuenta, por entonces retratada en los textos de Allen Ginsberg y Jack Kerouac, el ensayo realista se convertiría en el panfleto oficial de la bohemia hípster.

Inconformismo, rebeldía y experimentación con nuevas drogas, especialmente con el ácido lisérgico, eran algunos de los ingredientes de la contracultura juvenil de los sesenta. Mailer había lanzado su filoso mensaje sobre la espesa atmósfera de la posguerra que se respiraba en medio de la administración del anciano presidente Eisenhower, cuyo establishment político y corporativo fue retratado de manera magistral por el sociólogo Charles Wright Mills en su libro La elite del poder.

Así como a Jack Kerouac le gustaba definirse como un Marcel Proust más activo y dinámico, Mailer quería representar a través de la figura del hipster la voz del existencialismo francés en la costa este de los Estados Unidos. La cortina musical de este movimiento sonaba con la música de un trío de talentos: el saxofonista Charlie Parker, el pianista Thelonious Monk y el trompetista Dizzie Gillespie.

Los críticos de la época expresaban que Mailer, que siempre consideró a Ernest Hemingway como el escritor norteamericano más influyente del siglo XX, logró desplegar un espinel de teorías sociales y culturales que algunos de los más conspicuos representantes de la generación beat habían leído en los claustros de la universidad de Columbia. En el medio de esa fulgurante pulseada de egos, en la que también tallaba la Escuela de Frankfurt, irrumpió la diáfana pluma de Susan Sontag, que mantuvo memorables esgrimas verbales con Mailer a lo largo de más de cuatro décadas.

Decidido a encontrar un perfil distintivo de los sesenta, Mailer expresó que el hipster conformaba “una nueva raza de aventureros urbanos que salían por la noche en busca de acción y regidos por el código de conducta de los negros”. Y otorgándole una entidad social autónoma, señalaba que el hipster “había absorbido la sinapsis existencialista del negro, y a los fines prácticos podía ser considerado como un negro blanco”. No resulta extraño entonces que el escritor afirmara que Cassius Clay personificaba el mayor ego de Norteamérica, y también la más veloz personificación de la inteligencia humana.

En 1969 su artillería literaria lo envalentonó para presentarse como candidato a la Alcaldía de Nueva York junto a su amigo el periodista Jimmy Breslin. A pesar de la derrota, el debut político de Mailer adquirió alcance internacional gracias a la excelente crónica de campaña que publicara su colega indio V.S. Naipaul, galardonado en 2001 con el Premio Nobel de Literatura.

A lo largo de sus ochenta y cuatro años de vida, con seis turbulentos matrimonios y nueve hijos en su haber, los postulados éticos de Mailer oscilaron entre los raptos psicopáticos de varios de sus personajes literarios, que en muchas oportunidades eran un fiel reflejo de su conducta violenta. Fue así que en 1960 terminó en la cárcel tras herir con un puñal a su segunda mujer Adele Morales. En 1971, sin darse por vencido, publicaría un pequeño ensayo titulado El prisionero del sexo, en cuyas páginas se burlaba de las líderes feministas y de sus posturas combativas en materia de igualdad de género.

Su biografía sobre Marilyn Monroe le reportó un notable éxito comercial, no así la de Pablo Picasso que recibió duras críticas periodísticas. En 1997 buscó provocar al establishment cultural con El evangelio según el hijo, en el que Mailer narraba a Jesús en primera persona, pero no logró. La crítica literaria más famosa de la Big Apple, Michiko Kakutani, tildó al libro de tonto y presuntuoso.

Poco tiempo antes de su muerte, Mailer narró la infancia y la adolescencia de Adolf Hitler en su novela El castillo en el bosque. La obra es un texto gris que intenta bucear en las profundidades psicosociales de la familia del dictador alemán, pero no logra alcanzar la impactante crudeza de sus relatos de décadas pasadas.

Mailer decía convencido que “no son los sentimientos de los hombres lo que hace historia, sino sus acciones”. La muerte de George Floyd a causa de la brutalidad policial así lo demuestra, marcando una vez más que la cuestión racial en los Estados Unidos continúa siendo un sentimiento vivo a lo largo de todo el territorio del país.

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