A fines de la década del 70, el líder reformista chino Deng Xiaoping fijaba una hoja de ruta que su país seguiría de manera consistente u metódica durante las décadas posteriores. Se trataba de lograr un ascenso sigiloso de China. La tarea de él y sus sucesores, que tendrían dos períodos de cuatro años, no renovables, para evitar el culto a la personalidad existente hasta la muerte de Mao, sería el de avanzar en reformas hacia el capitalismo que permitiesen sacar al país de la pobreza y el subdesarrollo. El progresivo fortalecimiento de la economía le iría dando más y más peso internacional y recursos para mejorar su poder en campos tan diversos como la tecnología, la industria y la capacidad militar. Nada debía generar alerta extrema o temor en las potencias en general y en particular en EEUU, que a partir de 1971, y con la conducción política de Nixon y la diplomática de Kissinger, había roto el hielo de la relación bilateral para en conjunto hacer frente a un enemigo en común tal como era la URSS. Durante la Guerra de Corea, entre 1950 y 1953, las fuerzas militares americanas y chinas se habían enfrentado a sangre y fuego, motivando la muerte de 37 mil estadounidenses y una cifra 10 o más veces superior de norcoreanos y sus aliados chinos. Luego, durante la Guerra de Vietnam, entre 1962 y 1975, China apoyó activamente a las fuerzas de vietnamitas.
Cuando ya al comienzo de su primer mandato Nixon le expresara a Kissinger su interés de terminar cuanto antes y de manera digna esa contienda, el astuto consejero de Seguridad Nacional le puso sobre la mesa la necesidad de pensar en grande y tomar conciencia de que ese enfrentamiento armado no tenía ningún peso relevante en la disputa central que era con la URSS. Y agregó que el único motivo por el que chinos y vietnamitas, enemigos históricos desde hace cientos, para no decir miles de años, eran aliados, era la presencia militar americana allí y que al poco tiempo que el último soldado del Pentágono saliese, el vínculo entre China y Vietnam volvería a ser tan malo como siempre. Pasaron solo cuatro años del repliegue de EEUU para que en 1979 estallase un choque armado entre ambos países asiáticos y comunistas. En la visión de Kissinger, el abandonar Vietnam facilitaba el acercamiento con China y eso si sería un serio golpe geopolítico a Moscú.
Cuatro décadas después del postulado del ascenso sigiloso, el mundo asiste desde hace menos de un lustro a un claro cambio de estrategia: algo más parecido a un hiperactivismo o rugido del dragón. Especialmente, tras el inicio de la pandemia mundial por el Covid-19 que comenzó en Wuhan y se expandió por el mundo, provocando el peor año de la economía internacional en ocho décadas. Ya en 2017 Xi Xinping mostró que su país se encaminaba a poner blanco sobre negro el poder e influencia de China, luego de cuatro décadas con tasas de 9 a 10 puntos de crecimiento en su PBI. A comienzos de los años 70 el PBI per cápita era de poco más de 100 dólares y pasó a rondar los 10 mil dólares, y el país se convirtió en uno de los dos primeros socios comerciales de más de 100 países. A eso se agregó la decisión de Xi Xinping de posicionarse como líder sin límites en la extensión de su mandato y concentrar bajo su mando la primera magistratura del país, del partido comunista y de comité que dirige las FFAA. Todo ello combinado con un regreso al culto a la personalidad y a la combinación de una rígida disciplina marxista leninista en la conducción política y el sistemático recurso a las máximas de Confucio y su apego al orden, la armonía y el respeto a las jerarquías. La crisis médica, económica y social que está provocando el COVID-19 no ha hecho más que acentuar la postura china de no aceptar el menor cuestionamiento o criticas sobre el origen de esa enfermedad ni sobre cómo fue manejado por su gobierno desde fines del 2019, cuando el mundo aún no estaba informado.
Asimismo, en los últimos años Beijing ha acelerado la construcción de islas artificiales, luego militarizadas, en zonas adyacentes a otros países asiáticos como Filipinas, Vietnam, etc. Su presupuesto de Defensa no ha dejado de subir a tasas anuales del 10% o más, siendo ya el segundo a escala global con el 14% del total mundial y solo superado por los EEUU con el 38 por ciento. Otros aliados de los americanos como la India ocupan el tercer lugar con el 3,7 por ciento. De los diez países que más gastaron el Defensa en 2019, luego de EEUU, ocho de ellos son socios estratégicos de Washington y de ellos tres son vecinos de China.
A modo de ejemplo, el Japón se prepara para volver a tener portaaviones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Filipinas renovó el acuerdo de cooperación militar con los EEUU y ha adquirido sofisticados misiles anti buque hipersónicos de fabricación rusa e hindú. Australia firmó un acuerdo de cooperación militar y uso mutuo de bases con India y está abocada a una amplia repotenciacion de su poder naval, en especial su fuerza de submarinos y misiles anti navíos.
Asimismo, es notable y creciente la cooperación militar entre dos viejos enemigos como lo eran EEUU y Vietnam, incluyendo la visita de portaaviones nucleares americanos a sus puertos. También el entrenamiento de militares del Pentágono en el combate en selva en territorio vietnamita y la presencia de efectivos de ese país en los EEUU para cursos de capacitación en guerra de tanques. Por su parte, el Reino Unido ha venido desplegando en el océano Pacifico uno de sus dos modernos portaviones de la Clase Queen Elizabeth, dotados con aviones F35B de fabricación estadounidense, los más modernos del mundo y los mismos que está comprando Japón. Por último, Washington están impulsando cancelar el acuerdo de prohibición de misiles balísticos intermedios con alcances menores a 5000 km, que tenía firmado con Rusia desde fin de los 80. En la visión de la Casa Blanca, este tipo de tratados, en los cuales no participa China, evita que Beijing tenga trabas o límites al desarrollo y producción de vectores de este tipo, que apuntan a las bases americanas en Asia y a sus aliados.
En un mundo multipolar Rusia tendrá menos incentivos para acercarse a China que durante el momento unipolar que tuvieron los americanos desde 1989 a 2010 o poco más. Durante esa unipolaridad, los EEUU no cuidaron adecuadamente su relación de largo plazo con Rusia. El avance de la OTAN hacia el Este, la guerra de los Balcanes donde Serbia, histórica aliada de Rusia, fue derrotada, la innecesaria guerra de Irak 2003 y el apoyo a sectores políticos anti rusos en Ucrania, no hicieron más que aproximar a Moscú más y más a Beijing. Washington gastó recursos, prestigio y tiempo en innecesarias guerras en el medio Oriente como Irak y en menor medida en Libia y Siria. Claramente, la máxima prioridad desde la década de los 90 y en especial a partir del siglo XXI debería haber sido Asia-Pacífico. Llegado a este punto de la historia, cabe recordar la máxima de Napoleón Bonaparte: “China es como un gigante que duerme; déjenla dormir porque cuando despierte el mundo se estremecerá”. Así lo dijo el líder militar francés durante exilio en Santa Elena en el momento que Lord Amherst le explicó la posibilidad de abrir por la fuerza el lucrativo mercado chino. Ese estremecer llegó hace tiempo, pero recién ahora se comienza a tomar conciencia plena de sus implicancias. No obstante, uno de los mayores errores que podría cometer la política exterior argentina en el corto, mediano y aún largo plazo, sería confundir este escenario con una unipolaridad china o una acelerada erosión del poder económico y militar de los EEUU y sus aliados. Más aún cuando uno de los objetivos clave -y muy trabajoso seguramente- de Beijing es lograr en Asia la primacía y tranquilidad estratégica que Washington goza en el hemisferio americano.