La protesta hoy: los cuerpos, las calles y los medios digitales

"Un violador en tu camino”, una propuesta del colectivo feminista Lastesis con motivo del Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer (Foto: Galo Cañas/cuartoscuro)

“Un violador en tu camino”, la performance del colectivo feminista LasTesis frente a una comisaría de Valparaíso en noviembre de 2019, alcanzó fama mundial gracias a su difusión en YouTube y redes sociales. Millones de personas la vieron y la repitieron en decenas de países, desde México hasta Alemania, y desde Turquía hasta Estados Unidos, con la letra traducida y adaptada a cada contexto. Esto unió a lo corporal y lo urbano con lo digital: las mujeres bailando y cantando en lugares icónicos, de cuerpo presente, se multiplicaron virtualmente en plataformas y dispositivos.

La performance de LasTesis es uno de los ejemplos más recientes de activismo feminista, que como #NiUnaMenos y #MeToo, combina lo presencial y lo digital. Si el activismo, las protestas y las manifestaciones existen hace mucho, los medios digitales permiten que los mensajes de activistas y manifestantes alcancen públicos más amplios en poco tiempo.

Jennifer Earl es profesora de Sociología en la Universidad de Arizona, estudia activismo digital y es coeditora del libro Social Movements and Media. En diálogo con Infobae, sostiene que “los medios digitales se han vuelto inseparables de la forma en que las personas interactúan con familiares y amigos”, y por lo tanto complementan los mecanismos tradicionales de comunicación, para la vida cotidiana y para la actividad política.

Jennifer Earl (University of Arizona)

Earl ejemplifica: “Alguien puede hablar con un amigo sobre un problema y luego recibir una solicitud en línea para participar en una acción colectiva”. Pero, continúa, “para las personas que carecen de caminos tradicionales para participar, porque sus amigos o familiares no apoyan su compromiso político, los medios digitales son una vía para involucrarse que de otra manera no estaría abierta para ellos”.

El rol de la tecnología para el activismo puede estar sobredimensionado. Marwan Kraidy es profesor en la Escuela Annenberg de Comunicación de la Universidad de Pensilvania y en su libro The Naked Blogger of Cairo: Creative Insurgency in the Arab World propone que “Twitter tuvo un rol mínimo en la revolución Tunecina”. Entrevistado por Infobae, explica que “cuando los procesos políticos se desarrollan en una ubicación distante (…) que dificulta el acceso de primera mano, lo que las redes sociales permiten a los reporteros e investigadores recopilar datos que se sienten locales y granulares”.

Marwan Kraidy (University of Pennsylvania)

Además, afirma Kraidy, esto aumenta el riesgo de exagerar el rol que tienen los dispositivos tecnológicos. Según este investigador, la ignorancia del idioma y del contexto local “aumenta el atractivo de una explicación basada en la tecnología, que le permite a los analistas pasar por alto especificidades culturales y políticas”.

Las redes sociales, además, no siempre son ideales para coordinar el activismo. Sasha Costanza-Chock, profesora de Medios Ciudadanos en el Massachussets Institute of Technology, y autora de Design Justice: Community-Led Practices to Build the Worlds We Need, afirma que, por ejemplo, hay una desconexión entre las herramientas de Facebook y necesidades básicas de muchos activistas. Costanza-Chock explica: “Cualquiera que haya organizado un evento en Facebook probablemente querría poder hacer un seguimiento con todos los participantes sin tener que pagar la plataforma, pero eso es extremadamente difícil en este momento. Para FB, tiene más sentido hacer que los organizadores paguen por una publicación específica que simplemente dejarles tener la lista de contactos”.

Las características de las plataformas existentes hacen que muchas veces los activistas creen sus propias herramientas para coordinar su acción. En su libro, Costanza-Chock cuenta cómo el prototipo de Twitter surgió a partir de TXTmob, “una herramienta para ayudar a grupos afines a estar un paso delante de la policía durante las protestas de 2004 frente a Convención Nacional Republicana”.

La investigadora y activista sostiene que “la sociotécnica es siempre una interacción entre usuarios y desarrolladores de herramientas, no un proceso de arriba hacia abajo. Los movimientos sociales en particular siempre han sido un foco de innovación, en parte porque las industrias de los medios tienden a ignorar o tergiversar los movimientos”.

La tecnología y las redes puede ser usadas por motivos tanto positivos como negativos. Por un lado, Earl estudia cómo fanáticos de figuras del entretenimiento se unen a través de plataformas online para luchar por causas sociales o políticas, como la Harry Potter Alliance en Estados Unidos, y propone que “los activistas que descubren cómo involucrar a los fans y atraerlos, en lugar de criticarlos y reaccionar con escepticismo ante ellos, tienen la oportunidad de hacer crecer su movimiento”. Por otro lado, las redes también son utilizadas por grupos racistas o sexistas. Earl estudia cómo “los movimientos de Supremacía Blanca utilizan tecnologías digitales para comunicarse internamente y mantener esas comunicaciones privadas (…) y ocultar sus identidades en línea mientras intentan difundir su mensaje.”

Es por esto que el diseño de las tecnologías muchas veces tiene consecuencias sociales y políticas. Costanza-Chock indaga en su libro cómo el “diseño reproduce y/o desafía la matriz de dominación (supremacía blanca, heteropatriarcado, capitalismo, capacidad, colonialismo de los colonos y otras formas de desigualdad estructural)”.

Además de profesora universitaria, Costanza-Chock es una de las fundadoras de DesignJustice.org, una comunidad que busca “garantizar una distribución más equitativa de los beneficios y las cargas del diseño; participación justa y significativa de distintos grupos sociales en las decisiones de diseño; y el reconocimiento de tradiciones, conocimientos y prácticas de diseño basados comunitarios, indígenas y diaspóricos”.

Sasha Costanza-Chock (Caydie McCumber)

Kraidy, por su parte, rescata la centralidad del cuerpo en las protestas: “Los actos cotidianos de disidencia física que hacen surgir una revolución son acciones muy físicas (…) El cuerpo es el medio más básico. La tecnología publicita la disidencia, pero el cuerpo humano es el medio indispensable”.

En su libro sobre las revoluciones en Medio Oriente, Kraidy analiza cómo la policía egipcia apuntaba con balas de goma a los ojos de los manifestantes, y cómo luego imágenes de los ojos aparecían en pintadas callejeras en la ciudad. “Desde entonces”, reflexiona, “hemos visto este fenómeno en todas partes, más agudamente en el movimiento Chalecos Amarillos de Francia en 2018 y 2019. La policía francesa tomó los ojos de varias personas (…) Me estremecí cuando leí que lo mismo sucedió en Chile a fines de 2019. Egipto, Francia y Chile: tres países políticamente diferentes, en tres continentes diferentes, con diversos movimientos sociales. En todos ellos, parece que la policía, reducida a usar balas de goma, apuntó al ojo porque esa es la parte del cuerpo humano que es más vulnerable”.

Kraidy agrega que “en estos casos, las innovaciones en el repertorio de los manifestantes están inspiradas y estimuladas por la brutalidad absoluta de la represión y la disponibilidad de paredes y pantallas. (…) Aquí discernimos un papel importante para las redes sociales, que es conectar movimientos sociales dispares y remotos que aprenden y toman prestados unos de otros”.

¿Qué recomiendan estos expertos a los activistas? Earl cree que “los activistas digitales enfrentan los mismos mandatos estratégicos que todos los activistas enfrentan: consideren sus objetivos, desarrollen una teoría clara del cambio que conecte cómo sus acciones de protesta influirán en su objetivo para hacer lo que quiere, y considere la forma en que sus acciones pueden verse no solo para las personas que ya lo apoyan, sino para el público en general”.

Costanza-Chock destaca que “América Latina tiene una historia profunda de diseño y desarrollo de tecnología localizada en muchos ámbitos (…) Esa historia y capacidad deben ser reconocidas, apoyadas y promovidas por la sociedad civil, las organizaciones de diseño, las universidades e incluso el Estado”.

Kraidy recuerda la historia del activismo en América Latina, desde el movimiento estudiantil mexicano hasta las Madres de Plaza de Mayo, y reflexiona: “Centrarme en la experiencia humana, con sus tragedias y triunfos, su política desordenada y sus sacrificios sangrientos, y comprender cómo los medios y la comunicación contribuyen a estos procesos, es para mí más significativo que enfocarme exclusivamente en la tecnología”.

Activistas y manifestantes han creado, utilizado, y reformado tecnologías de la comunicación desde los primeros grafitis en las paredes de Roma hasta Twitter, pasando por la imprenta, la radiodifusión y los medios digitales. Las tecnologías les permiten ampliar la llegada de sus voces y la difusión de sus actos de protestas, pero no cambia por sí sola las condiciones estructurales que hacen necesario al activismo en primer lugar, ni las dinámicas urbanas y corporales que las energizan y las limitan.