La imagen de varios médicos chinos aplaudiendo el cese de lo que podría llamarse una gran infección en Wuhan, altamente difundida por el Régimen de Pekín, es el verdadero polo opuesto del bajísimo perfil del Gobierno uruguayo frente a la pandemia.
No obstante, esa misma imagen, propiciada por un régimen obsesionado con el control social, es por demás significativa cuando pocos días después el mismo sale a explicar que la pandemia no habría sido generada allí. Eso tiene una receta que se ha visto varias veces aplicada. Los mismos asesores de comunicación día a día dan un contenido parcial a sus ciudadanos chinos. Ellos piensan que el mundo libre tiene esa misma obsecuencia y que nadie va a intentar razonar sobre lo ocurrido.
Pero lo más significativo es el resto del proceso. De allí en más, todo supone que la pandemia en China no prosperó. Ahora bien, todos sabemos lo que el Régimen de Pekín está dispuesto a hacer en aras de mostrarse como un ejemplo de ejecutividad y eficiencia. Lo que no se cuenta realmente y nunca lo sabremos es cuantos más contagiados hay en China.
Del otro lado del mundo, un pequeño país, Uruguay, informa a diario en conferencia de prensa libre, donde los periodistas que asisten pueden anotarse y, si salen sorteados, pueden preguntar sobre la evolución de la pandemia. Además de ello se hacen públicos por varios medios y en forma inmediata los avances de la enfermedad. De esta manera, la población está al tanto de todos los ítems y de sus avances. El cruzamiento de varias fuentes independientes es una realidad.
Sin dejar de tomar mucho vuelo a la imaginación podemos pensar lo que fue la cuarentena en Wuhan. Informaciones sin confirmar nos indican que hubo mudanzas forzadas y aislamiento obligatorio, que es clásico del régimen.
Del otro lado, el gobierno uruguayo, en sus primeros días y sin haber obtenido una victoria abrumadora en las urnas, llamaba a la cuarentena cívica: una cuarentena no obligatoria y voluntaria. Se podrá entender que la respuesta china a la cuarentena debe haber sido mejor, pero la población uruguaya respondió a la cuarentena en forma increíble por más de 20 días. Durante los primeros días de cuarentena en Uruguay se podría decir que Montevideo fue Wuhan.
El civilismo social, la libertad de elección, el compromiso ciudadano, la responsabilidad hacia el otro y la confianza en las instituciones fueron iguales al miedo; aunque está claro que el miedo siempre puede más, y aplicarlo es más fácil, pero no logra la felicidad colectiva.
Otro punto interesante es la negación de la realidad del régimen de Pekín: rechazó sistemáticamente la existencia del virus, que finalmente se propagó. Por otra parte, el gobierno uruguayo aplicó las medidas de inmediato, ante la menor situación de problema. Y por más que algunos colectivos profesionales tenían otras opciones totalmente válidas, no los desoyó: los considero y atendió. Uruguay no tuvo médicos disidentes presos por no estar en la misma línea de trabajo.
Hoy Uruguay aparece como una verdadera isla de contagios y muertes frente a sus vecinos y demás países sudamericanos.
Pero el broche de oro de esta cara de la moneda lo da Pekín en lo comercial. En los primeros días de la pandemia, los materiales chinos escasearon en pocas horas. Versiones de puertos cerrados y de áreas logísticas chinas abandonadas por la enfermedad fueron rápidamente disipadas. Los países más ricos y las colonias chinas fuera del país se aprovisionaron con dólares fuertes frente a las monedas sudamericanas, el material escaseó y se vendió a precio de oro a los países que ya contaban con problemas económicos a los que responder.
Fue tan importante y tan notoria la situación que el régimen de Pekín tuvo que salir a compensar. Habían ganado mucho con estas ventas, tenían que tener una salida más altruista y comenzaron las donaciones de su parte.
Allí veremos otro triste capitulo de la desinformación de Pekín: donaciones que pueden ser consideradas como medianas o chicas fueron llevadas a la magnificencia propagandística. Para peor algunas cayeron en países de Europa que no tenían material, pero que sí los podían pagar. Allí también había un criterio claro: el mundo miraba Europa. Propagandísticamente era mejor una donación en España o Italia y de allí difundirla; esa es su forma de trabajo. Pekín es practico: las donaciones a Europa suponen mayor y mejor llegada a la difusión mundial.
Las donaciones también fueron a otros países. En el caso de Sudamérica, el criterio que primo fue la cercanía a opositores o gobernantes políticos afines y apoyo a sus colectividades.
El mundo tiene que repensar luego de esta pandemia si el criterio para importar está solo el basado en el parámetro de lo barato de un régimen carente de leyes laborales o regulatorias y que además poco considera el medio ambiente y la salubridad.
Esto nos lleva a cuestionarnos cómo esta potencia puede tener porcentajes tan altos de la producción mundial de fármacos, remedios, instrumentos sanitarios, etcétera.
La pandemia no está concluida: vamos a seguir con ella por meses o años. No obstante, tenemos que tomar una regla mundial, que es la regla de la verdad. No sabemos cuántos contagiados reales hay en China y si sus focos no se están replicando. Como el mundo nunca le preguntó demasiado a Pekín él se acostumbró a no responder, pero ahora es diferente: China podría ser un factor de múltiples contagios a futuro.
El mundo se merece un proceso como el uruguayo: abierto, con información y con libertad de expresión. El mundo no puede tolerar más el silencio de Pekín por una sola razón: porque produce barato. La población china también es humana y la pandemia lo demostró.
El autor es egresado del Fu Hsing Kang College y presidente del Foro Uruguay Democrático