Desde hace unos años el uso de las redes es una parte importante de nuestra vida cotidiana, pero no la única. Íbamos al trabajo, la escuela, las casas de amigos/as y familiares, el cine, el gimnasio, los estadios de fútbol... y llevábamos el celular para mantenernos conectados, casi siempre a través de WhatsApp. Pero en la cuarentena todo cambió. No salimos de nuestras casas y solo nos quedan las pantallas para conectarnos con otras personas... casi siempre mediante WhatsApp.
Por esta plataforma sigue pasando de todo: los mensajes de la familia, los grupos con amigos, los chats de padres y madres de la escuela y las noticias compartidas... las verdaderas y las falsas. En estos tiempos del COVID-19, vale la pena reflexionar acerca de cómo los argentinos solemos leer noticias en WhatsApp. ¿Cuánto le creemos a la desinformación sobre temas científicos? ¿Y cuánto la compartimos?
Un estudio que realizamos en diciembre 2019 acerca de las consecuencias de la circulación de noticias falsas sobre salud y cambio climático indica que tal vez tengamos más anticuerpos frente a la desinformación de lo que usualmente se dice en los medios. Y esto es crucial para analizar la respuesta social en un momento en que WhatsApp se convirtió en una de las principales fuentes de información sobre la pandemia.
El estudio consistió en un experimento online en el que una muestra representativa de 1.066 personas en Argentina leyó noticias sobre el calentamiento global y la efectividad de la vacunación. Esta muestra fue dividida al azar en dos grupos.
El primero leyó contenido falso que había circulado en las redes en Argentina (por ejemplo, “Vacunarse anualmente no previene la gripe y sus complicaciones” o “El calentamiento global de los últimos 70 años se debe en gran medida a causas naturales”).
El segundo leyó información verdadera sobre el mismo tema (por ejemplo, “Vacunarse anualmente previene la gripe y sus complicaciones” o “El calentamiento global de los últimos 70 años se debe en gran medida a la actividad humana”).
Una vez presentada esta información, les pedimos a las personas encuestadas que expresaran su acuerdo con la oración “la información presentada me resulta creíble”, en una escala de 1 (nada de acuerdo) a 7 (muy de acuerdo). Encontramos que las personas encuestadas que habían leído la información correcta la calificaron como más creíble (en promedio, 5.27) que aquellas personas que leyeron la información incorrecta, a la que calificaron como menos creíble (en promedio, 3.36).
Luego les preguntamos si reenviarían esta información, pidiendo que expresaran su intención en una escala de 1 (no reenviarían) a 5 (reenviarían). Los resultados indican que las personas encuestadas que leyeron información verdadera indicaron una intención mayor de compartir (en promedio, 3.4) que aquellas que leyeron información falsa (en promedio, 2.51).
Además, les preguntamos a los participantes si les parecía que otras personas creerían la información que acababan de leer, en una escala del 1 (otros/as no creerían) a 7 (otros/as sí creerían). Comparados con los participantes que leían información verdadera (en promedio, 5.41), aquellos que leían contenido no verdadero consideraban que otras personas también confiarían menos en esta información (en promedio, 4.52). Aunque otros estudios encuentran la prevalencia de los llamados “efectos de tercera persona” (“yo no creo esta desinformación, pero otra gente sí podría creerla”), quienes participaron en este experimento demostraban que extendían su postura crítica respecto del contenido falso a otros usuarios de WhatsApp.
En los últimos años ha habido un gran debate acerca de los efectos sociales de la desinformación que circula en las redes. La postura más pesimista (que suele ser también la que tiene más difusión) sostiene que le otorgamos mucha credibilidad a las noticias falsas a las que estamos expuestos en plataformas como WhatsApp y que las compartimos de manera casi automática con nuestros contactos. Además, sugiere que este fenómeno contribuye de manera decisiva a numerosos problemas sociales contemporáneos.
Sin embargo, los resultados de nuestra investigación indican la existencia de una mayor capacidad de discriminar el contenido verdadero del falso de lo que supone la postura pesimista. Estos recursos actuarían como una barrera capaz de moderar los efectos de la desinformación.
En un contexto marcado por el temor a las noticias falsas que circulan respecto a la actual pandemia de Covid-19, la evidencia sugiere que, al menos sobre los temas de salud y medio ambiente que cubrimos en nuestro estudio, las personas pueden en general diferenciar bastante bien la información verdadera del contenido falso. Esto no sirve para desarrollar anticuerpos frente al coronavirus, pero al menos nos permite confiar un poco más en la fortaleza del tejido social.
(Este proyecto fue diseñado en forma independiente por el equipo de investigación, con la asistencia de First Draft y el auspicio de un subsidio económico de WhatsApp. Todas las diferencias reportadas son estadísticamente significativas. Al final del estudio, los participantes expuestos a contenido falso fueron notificados de que se les había mostrado dicho contenido y las información correcta se compartió con ellos.)
María Celeste Wagner es doctoranda en University of Pennsylvania, EEUU.
Eugenia Mitchelstein es profesora en la Universidad de San Andrés, Argentina.
Pablo J. Boczkowski es profesor en Northwestern University, EEUU.