Esta semana presenciamos en España una nueva votación. Una votación que tenía un componente simbólico como no lo tuvo otra desde el debate de investidura. Una votación que muestra reacomodamientos en el tablero político y deja ganadores y perdedores.
El presidente socialista Pedro Sánchez se presentaba ante los diputados para rogar una cuarta prórroga al Estado de Alarma, herramienta legal que le permite al Gobierno centralizar el poder -en un país con una administración altamente descentralizada- y seguir con las medidas de confinamiento en todo el país.
El Gobierno confiaba en que el Partido Popular (PP), principal partido opositor, no tendría más remedio que votar a favor aunque sea a regañadientes. Quizá por ello forzó la máquina. Dijo públicamente que no había “plan B” y dejó sin alternativa a todos los partidos. Apoyaban o serían responsables ante un rebrote del virus. Apoyaban o las ayudas sociales atadas al decreto desaparecían.
La mano de poker estaba echada. Sánchez apostaba que el PP preferiría apoyar la votación a quedar de irresponsables. Sin embargo, Pablo Casado, líder de los populares, que no deja de sorprender cada semana con sus jugadas, anunció a pocas horas de la votación que no apoyaría al Gobierno.
La noticia cayó como un balde de agua helada en La Moncloa. Los números no daban. Dejarían al PP como “los malos de la película” pero a costa de hacerse el harakiri político. Sánchez no podía perder la votación. Ni por la propia gestión sanitaria ni por el simbolismo político que significaría la derrota. Todos saben que en política como en el agua, cuando los tiburones prueban sangre, quieren más.
No la perdió, aunque tampoco pudo festejar una victoria completa. Los grupos políticos que lo acompañaron en la votación le reclamaron escuchar más y co-gobernar con las Comunidades Autónomas. El Gobierno aprendió la lección. La larga crisis y el agotamiento social y económico del confinamiento no le permite mantener el centralismo que desea. Una nueva prórroga se ve imposible pero Sánchez salvó la jugada.
El perdedor sin dudas fue Casado. Poseído por un comportamiento errático, brindó un discurso incendiario contra el Gobierno. Imitó el argumentario de Vox y denunció a Sánchez de pretender poderes absolutos al mismo tiempo que lo llamó ineficaz, incompetente y negligente. Sin embargo, luego en la votación, se abstuvo. Casado dejó al PP en el peor lugar que podía estar: en medio de la indefinición. El PP no apoya pero tampoco se opone. Ladra pero no muerde. No deja de ser llamativo porque las matemáticas estaban del lado del Gobierno, lo que le hubiera permitido votar en contra sin poner en riesgo la aprobación del Estado de Alarma. Las razones las sabrá él, aunque me animo a pensar algunas alternativas. Una, no querer sumarse al pelotón de las formaciones que votaron negativamente. No por Vox, con quien cada vez mimetiza sus posiciones, si no con los independentistas catalanes. Esa foto junto a republicanos y separatistas sería difícil de tragar. Otra, porque la gran parte de su electorado, aún sin apreciar al gobierno, se siente más seguro en confinamiento. Una tercera, porque líderes regionales del PP, como el gallego Alberto Núñez Feijóo -que está en plena campaña electoral regional y mantiene canales abiertos con el PSOE-, lo presionó desde el frente interno.
El ganador de esta partida, sin dudas es Ciudadanos (Cs). Su líder Inés Arrimadas le prestó los votos necesarios a Sánchez a cambio de una silla en la mesa de negociación del Gobierno. Como política astuta, vio la oportunidad y la aprovechó. Sabe que el PP está distraído en una lucha retórica con Santiago Abascal (Vox) por los votos de la derecha, lo que se presenta como una ocasión perfecta para atraer simpatías de populares y socialistas desencantados. Ciudadanos vuelve al centro para hacer valer sus diez diputados. Ese será su nuevo rol en esta legislatura. El único que puede cumplir: ser un aliado estratégico de quien lo necesite. Sus movimientos y concesiones serán tácticos. Uno por uno. Lo que le asegurarán a Arrimadas un gran rédito en cada negociación.
La necesidad de salir a buscar apoyos in extremis mostró la debilidad de las alianzas con las que cuenta el Gobierno. Sin embargo, no hay que confundir esta votación como un anticipo a una moción de censura (como deslizó Abascal) pero tampoco con una moción de confianza. El escenario político futuro se presenta dinámico y frágil. Casado está herido y no logra conectar un golpe. Sánchez, por otro lado, es un experto en resistir. De eso sabe bastante. Se siente cómodo devolviendo pelotas y salvando sets en el último segundo con pragmatismo envidiable. Así ganó la investidura, así ganó una votación simbólica que le permite dejar encaminada la desescalada hacia la “nueva normalidad”. Una normalidad donde la política y los pactos tendrán que repensarse.
El autor es consultor y analista político